En algunas de sus pinturas y dibujos, hay peligro nuclear en ciernes, rascacielos en llamas, cabezas flotantes, ciervos saltarines; también hay mujeres que dan rienda suelta a la pasión con otras mujeres en paisajes sublimes, donde erotismo y vida silvestre se entrelazan. A fines de la década del 70, Janet Cooling sentó precedente al crear piezas de contenido abiertamente lésbico, trabajando visceralmente con colores brillantes, oscilando desprejuiciadamente entre la abstracción y el realismo. Lo hizo “a contracorriente de las normativas sociales y del gusto popular de la época”, subraya la revista especializada Art News, que informaba días atrás la muerte de JC, a los 70 años, a causa de un cáncer de mama. “Lo confirmó su pareja y esposa durante 4 décadas, Jackie Corlin”, daba aviso la mentada publicación, definiendo la obra febril de Cooling como profética, valiente, innovadora y, sobre todo, necesaria.
Cooling nació en Pensilvania en 1951, creció en Nueva Jersey, completó su máster en el Instituto de Arte de Chicago. Precisamente en esta última ciudad, en los años 70s, trabajó en la galería Artemisia, cooperativa fundada por mujeres ante la falta de oportunidades que les brindaba la escena, que además de exponer a pintoras emergentes, servía de espacio para largos debates feministas. En esos años, en los que salir del armario públicamente era inhabitual, la corajuda Colling fue un paso más lejos: convirtió el tema en su narrativa pictórica principal, trabajando manifiestamente sobre su sexualidad.
“Empezó su carrera haciendo pinturas eróticas abiertamente lésbicas, retratos de amantes y autorretratos con sus parejas; obras líricas, evocadoras, íntimas y explícitas que galerías se negaban a exponer”, advierte Enciclopedia Queer de las Artes Visuales (2004, Cleis Press), exhaustivo libro que pone en valor “el inestimable trabajo de grandes artistas homosexuales, lesbianas, bisexuales, transgénero y queer en la pintura, el dibujo, la fotografía, el grabado, la escultura y la arquitectura”.
Entre los hitos de la carrera de Cooling, está el haber sido convocada para la histórica Extended Sensibilities, tenida por una de las primeras muestras en un museo de renombre en centrarse en el arte LGBTQ+ contemporáneo de los Estados Unidos. Colgó, en aquella ocasión, año 1982, el cuadro Morgana: pintura inspirada en la excitante noche neoyorkina de los tempranos 80s, puntualmente en sus visitas al legendario club Danceteria, donde vio performances de la drag queen Divine y de una joven cantante en ascenso, Madonna.
En el ’84, otro momento clave para su carrera: haber sido invitada a participar del pabellón estadounidense de la Bienal de Venecia, comisariado por Marcia Tucker. En el catálogo de Paradise Lost: Paradise Regained, tal el nombre de la expo, se lee: “Janet Cooling ha tratado escalofriantemente el tema de la guerra urbana y de la destrucción nuclear” y, asimismo, que “pinta paisajes paradisíacos, panoramas edénicos pletóricos de flora y fauna exóticas y de parejas de mujeres desnudas y enamoradas”.
Aunque la Bienal le abrió puertas, ella eligió mudarse a California ese mismo año para enseñar en la Universidad Estatal de San Diego, donde dio clases hasta 2013. Hoy día, varias alumnas la recuerdan como “un soplo de aire fresco en una facultad donde el feminismo entre docentes brillaba por su ausencia”, destacando su estilo directo, dinámico, divertido, a veces un poquito abrasivo. Subrayan, además, que su pasión era enseñar arte, no cómo se tejen los hilos del negocio de la pintura. Y que sus técnicas eran poco convencionales, incitando -por poner un ejemplo- a practicar bodegones desde una aproximación más bien abstracta, no necesariamente realista.
Aunque devota docente, nunca soltó el pincel (de hecho, según su esposa, solo dejó de bosquejar pocos días antes de morir, cuando le era físicamente imposible). En los 90s, por caso, se abocó a hacer coloridas pinturas de fisicoculturistas, a gran escala, que presentaría en la muestra colectiva Picturing the Modern Amazon, de Nueva York, donde artistas abordaban el placer y la fuerza femeninos, cuestionando los restrictivos estereotipos de género.
En efecto, Janet Cooling siguió exponiendo con frecuencia en galerías de todo Estados Unidos. Su última exhibición en solitario fue en la Gran Manzana hace apenas 2 años, donde volvió a montar sus piezas tempranas, que volvieron a ser (muy) apreciadas por la crítica especializada. La acreditada New Yorker -que no regala elogios- invitó enfáticamente a ver “estos lienzos que, con irreverente ironía, representan heroínas de ciencia ficción reflexivas, de gesto adusto, flotando sobre catástrofes: los rascacielos caen, la tierra se abre y barriles de desechos nucleares amenazan en las escenas apocalípticas de Cooling”.
“Los mismos colores y la misma sensibilidad kitsch impregnan su maravillosa serie sobre mujeres amantes rodeadas de renos y campanarios, con ecos del surrealismo pop, que hacen patente su compromiso con el arte figurativo queer, al igual que su crítica a la conservadora administración de Ronald Reagan”, añade la publicación, marcando que el deseo y la destrucción son fuerzas que pujan con gran fuerza en el universo de Cooling. Un mundo -interpretan otras voces en tema- donde mujeres y animales son especies en peligro de extinción en un paisaje amenazado por la invasión patriarcal.