Todo comenzó, como suele ocurrir en estos casos, con una confesión en primera persona. Una garganta profunda dispuesta a abrir la boca. Aunque, en este caso, la boca estaba abierta desde mucho tiempo antes, vociferando al punto de tensionar las cuerdas vocales y quedar afónica ante una imperiosa necesidad personal. Pero nadie parecía querer escucharla. Según relata Justin Fenton, periodista especializado en noticias policiales y judiciales del diario Baltimore Sun, en el primer capítulo de su libro de investigación We Own This City: Una historia real de crimen, policías y corrupción, “la carta llegó a los despachos de un juzgado federal de Baltimore durante el verano de 2017. La misiva había sido enviada desde el Instituto Correccional Federal McDowell, que estaba enclavado en el medio de la nada, en West Virginia, a más de seis horas de Baltimore. En el frente del sobre el prisionero había escrito las palabras ‘Correo Especial’. Umar Burley escribió esa carta en hojas de cuaderno rayado, en letra prolija y vivaz, usando virgulillas encima de las tes. Burley, el prisionero número 43787-037, intentaba comunicarse por segunda vez con un juez, rogando por un abogado de oficio. Su propio abogado se había retirado y los intentos por obtener otro no habían tenido respuesta. ‘¿Puede imaginarse lo duro que es estar preso por un crimen que no cometí, luchando para encontrar claridad y justicia por mis propios medios?’, escribió Burley”. En los párrafos seminales del libro de Fenton, que acaba de ser transformado en una miniserie de ficción de seis episodios que debutará el domingo 25 de abril en la pantalla de HBO, el autor describe como Umar Burley, conocido por sus amigos como Pequeño Baltimore, tenía “una historia para contar”, la punta de un ovillo de tamaño inconmensurable y alcances inimaginables. Un esquema criminal enquistado en las tripas del departamento de policía de Baltimore. Un sistema de ilegalidades tan grande, tan amplio y ubicuo que pondría colorado al mismismo Frank Serpico. El desafío de convertir la alambicada narración del texto original en una historia audiovisual tersa y llena de suspenso fue aceptado por los guionistas David Simon y George Pelecanos, la misma dupla creativa de la legendaria serie The Wire, que acaba de cumplir veinte años, la subvalorada Treme y The Deuce, acompañados en el rol del director por Reinaldo Marcus Green, el realizador de Monsters and Men y la reciente Rey Richard: Una familia ganadora. La ciudad es nuestra es una de las apuestas de HBO más fuertes de esta temporada, un relato crudo y violento sobre uno de los casos de corrupción más escandalosos en toda la historia de la institución policial de los Estados Unidos. Una sociedad dedicada al crimen organizado, con paradas en la extorsión, el fraude y el robo liso y llano, disfrazada bajo el color azul de los uniformes y las placas oficiales de un cuerpo de elite.
“Le presento una situación hipotética. Digamos que estamos investigando un caso, siguiendo a un narco importante. Nos llega la pista de dónde esconde el dinero. Y nos topamos con ese dinero. Está allí, delante de nosotros. Y lo tomamos. ¿Qué pensaría de eso?” Quien habla es el sargento Wayne Jenkins, jefe de la Gun Trace Task Force (GTTF) de la Policía de Baltimore, interpretado en la serie por Jon Bernthal (The Walking Dead, The Punisher). La “situación hipotética” es, desde luego, un ejemplo puntual de las diversas actividades delictivas del grupo especial bajo su mando. Una confesión velada bajo la forma de la ironía. Quien escucha es Nicole Steele (la actriz de origen nigeriano Wunmi Mosaku), una abogada destinada al caso por el Departamento de Derechos Humanos del Departamento de Justicia. Entrevistado recientemente por la revista Variety, Jamie Hector, encargado de darle vida en la pantalla al detective de homicidios Sean M. Suiter y un veterano en los proyectos de Simon y Pelecanos –su papel del capo narco Marlo Stanfield es uno de los más recordados de The Wire– anticipó que en este caso no habrá varias temporadas ni nada por el estilo. “Esto es una serie limitada, preciosa en su formato. No hay punto de comparación con The Wire, eso sería sumarle demasiada presión. Pero siempre quise volver a trabajar con David y George, porque uno sabe de antemano que las cosas van a estar bien. Volver a Baltimore y reencontrarme con tanta gente delante y detrás de cámaras después de quince años, volver a trabajar con ellos, fue un verdadero placer”. Respecto del hecho de estar basada en hechos reales y recientes el actor admite que era evidente que el rodaje “iba a afectar de alguna manera a la comunidad de Baltimore. Fuimos a varias escuelas y centros comunitarios para conversar acerca de lo que había pasado y lo que estaban a punto de ver. Fueron muchas las vidas marcadas negativamente durante un período de diez años”. En esa misma nota periodística, el autor del libro, aún inédito en español, se refirió al caso de Freddie Gray, el joven negro arrestado por la policía de Baltimore en 2015 por presunta posesión de un cuchillo y cuya muerte fue consecuencia de una lesión grave en la espina dorsal mientras se encontraba en custodia policial. “Todo eso hace que la historia de la GTTF sea aún más chocante. Ha habido tanta atención sobre estos temas, tantas protestas y pedidos de cambio, y estos oficiales hacían sus chanchullos justo debajo de las narices del gobierno federal”, afirmó Fenton. “Es un llamado de atención sobre los problemas serios –y las soluciones serias– que se necesitan. No es una historia de hace treinta años. Está ocurriendo ahora. Baltimore sigue lidiando con lo que se desea y se necesita de la policía, qué rol se quiere que cumplan y cuán activa debería ser a la hora de detener el crimen”.
HISTORIA DEL CRIMEN
“¿Alguien nos escuchó rezar? / por Michael Brown o Freddie Gray / La paz es algo más que la ausencia de guerra / ¿Vamos a ver otro día de sangre? / Estamos cansados de llorar, de ver gente morir / Dejemos todos las armas de lado”. La letra de la canción “Baltimore”, incluida en HITnRUN Phase Two, el último álbum de Prince lanzado en 2016, un año antes de su muerte, describe en forma poética el estado de las cosas en la ciudad más poblada del estado de Maryland. Unas calles, edificios e instituciones que el guionista, periodista y escritor David Simon conoce a la perfección. Tanto los libros Homicide: A Year on the Killing Streets y The Corner: A Year in the Life of an Inner-City Neighborhood, este último coescrito junto a Edward Burns, como la serie The Wire, inspirada libremente en ambos volúmenes, tienen como trasfondo la ciudad portuaria fundada en 1729 que, desde hace décadas, es una de las más golpeadas por el crimen y el abuso de drogas en todo el territorio estadounidense. Respecto de las actividades policiales non sanctas, Fenton escribe que “por años, las acusaciones de mala conducta –desde cacheos ilegales a huesos partidos– fueron esgrimidas contra la policía de la ciudad. Pero muchas demandas carecían de pruebas y surgían de personas con antecedentes penales, incentivadas por obvias razones a promover denuncias falsas. Muchas de las víctimas ni siquiera se molestaban en hablar. Muchas veces, esas personas eran detenidas por portación de drogas o armas, y el hecho de que los policías mintieran sobre los detalles del encuentro o se quedaran con algo del dinero incautado… bueno, en Baltimore ese era un juego sucio en el cual el fin justificaba los medios”. La ligazón entre David Simon y Justin Fenton salta a la vista de inmediato: con varias décadas de diferencia, el ahora exitoso guionista recorrió la misma redacción, los mismos despachos judiciales y las mismas zonas peligrosas de Baltimore que el escritor novel, por lo que el interés del creador de The Wire por el libro centrado en los delitos recientes de la policía baltimoriana no es más que una continuación lógica, casi inevitable. En cuanto al crimen en la ciudad, yerba mala nunca muere. O, al menos, cuesta mucho arrancarla desde la raíz.
Con el libro recién publicado, en febrero del año pasado, y la posibilidad de una adaptación para la televisión dentro del universo de las fantasías más salvajes, Fenton reflexionó en una entrevista con el podcast “Crime Story” –uno de los tantos espacios dedicados al creciente universo de los true crimes– sobre el impacto de The Wire en la manera en la cual el público veía a las fuerzas policiales de Baltimore, tanto en relación con el crimen como con las fuerzas políticas de la ciudad. “Creo que Baltimore tiene una relación de amor-odio con la serie. Durante mucho tiempo hemos escuchado a los políticos y otros líderes decir ‘Bueno, eso no es tan así, no es algo que nos defina. The Wire fue simplemente un fragmento de esta gran ciudad y nos representó de cierta manera’. Yo suelo decirle a la gente que es así, que nos representó de una manera particular: una parte de la ciudad de la cual la gente no quiere hablar o enfocarse en ella. Creo que la serie intentó poner de relieve la complejidad de los temas, la forma en la cual están interconectados, y es cierto que mostró zonas de la ciudad en donde, luego de todos estos años e incluso décadas, todavía hay gente intentando ayudar y solucionar los problemas de los barrios. En muchos sentidos, Baltimore cambió mucho desde que la serie fue emitida por primera vez. Al mismo tiempo, seguimos teniendo los mismos problemas. También está el hecho de que el show logró obtener una atención internacional impensada. Es la serie favorita de Obama y todo eso pero, al mismo tiempo, los problemas siguen estando profundamente instalados. Es realmente un asunto fascinante”. ¿Cómo verán los ciudadanos de Baltimore La ciudad es nuestra en comparación con lo que había ocurrido con The Wire? Y, más importante aún, ¿cómo será recibida en relación con los hechos reales, y tan cercanos en el tiempo, que la estructura narrativa ilumina desde la ficción? En la pantalla, el personaje encarnado por otro veterano de The Wire, Darrell Britt-Gibson, uno de los policías investigados por los hechos delictivos, declara durante un interrogatorio que fue destinado a una unidad conformada por los mayores ladrones de todo el departamento. “Está todo ese dinero disponible. ¿Se supone que debo seguir las reglas de esos malditos?”
AZUL CASI TRANSPARENTE
En el tercer capítulo de We Own This City, Justin Fenton describe el origen bienintencionado de la estructura corrupta que tomaría el poder de la elite policial de Baltimore, fechándolo con precisión: 2007. En ese año, describe, se creó la Gun Trace Task Force, diseñada para detener la proliferación de armas de fuego ilegales y detener a sus portadores. “La violencia ligada al uso de armas crecía a niveles nunca vistos desde los años 90 y la ciudad contabilizaba nuevamente 300 homicidios por año. El periódico Baltimore Sun ofrecía una tabla diaria en la portada donde aparecían los asesinatos del día anterior. El nuevo comisionado de la policía, Frederick H. Bealefeld III, afirmó en una conferencia de prensa que la ciudad volvería a ser segura”. Para ello, continúa el texto, se puso el énfasis en la detención de portadores de armas y traficantes de pequeña y mediana escala, además de ofrecer entrenamientos especiales para la fuerza. Fenton escribe que, en los meses siguientes, algunas categorías de crímenes comunes comenzaron a declinar, “pero apareció una tendencia preocupante: los disparos y tiroteos de la policía tocaron un pico, de quince en 2006 a treinta y tres en 2007, mucho más que en otras ciudades importantes como Filadelfia o Washington, y apenas un poco menos que Los Ángeles, una ciudad de 3.8 millones de habitantes. Y a pesar de que cada tiroteo fue investigado para determinar si había existido un uso legalmente justificado de la fuerza, nunca derivaban en un informe que afirmara que los oficiales habían cumplido con las reglas del departamento o si los disparos habían sido absolutamente necesarios”. En otras palabras, el comienzo de una ciudad liberada en la cual la posibilidad de extorsionar a criminales y ciudadanos comunes, robar las drogas que deberían haber sido incautadas para su reventa, hacerse del dinero de los negocios ilegales y ocultar toda clase de “complicaciones” en el terreno –accidentes automovilísticos provocados por persecuciones innecesarias, transeúntes heridos por estar en el lugar justo en el momento equivocado, huesos rotos por “excesos” policiales– eran moneda corriente. Una nueva e implacable ley ejecutada por aquellos que debían velar por la seguridad de la ciudadanía. Y luego, claro, las revueltas por el asesinato de Freddie Gray, otro caído en el campo de batalla de la guerra contra las drogas y las armas.
Y así, de vuelta a Umar Burley, quien una noche de abril de 2010 manejaba su automóvil junto a un amigo, Brent Matthews. Vestido de civil, el sargento Wayne Jenkins y un par de colegas advirtieron la presencia del vehículo y se abalanzaron sobre él empuñando las armas. Asustado, Burley apretó el acelerador y los policías salieron en su persecución. Todo terminó en un choque con otro automóvil y la muerte de un hombre mayor –irónicamente, padre de un policía– y Burley y Matthews detenidos y acusados de homicidio. El detalle: Jenkins y compañía “plantaron” heroína en el vehículo para justificar la persecución a toda velocidad. Un caso más entre otros, que comenzarían a salir a la luz luego de la carta del prisionero injustamente condenado. Afortunadamente, Burley y Matthews fueron finalmente exonerados y liberados. Esa pequeña pero terrible historia forma parte del guion de La ciudad es nuestra, que además de describir las actividades ilegítimas del cuerpo policial dedica una buena parte de los seis episodios a la investigación posterior, a las conversaciones entre abogados, jueces y acusados. Para Fenton, “lo que ocurre en los tribunales es increíblemente importante para entender qué estás cubriendo como periodista policial. Y viceversa. Suena a lugar común, pero siempre quise ser un reportero de casos policiales. En mis primeros tiempos en el Baltimore Sun solía ir a los archivos y leer las viejas historias de David Simon, y sentirme realmente cautivado por el poder de su narración, lo profundo de esas investigaciones. Mi deseo era continuar ese legado. Sé que suena cursi, pero es así. Creo que cubrir el crimen en las ciudades es importante. No se trata de algo sensacionalista, aunque a veces termine siendo así. Pero esas historias existen y necesitan ser contadas”.