Las elecciones en la Argentina, como pasa en la mayoría de los países del mundo, tienen una particularidad: múltiples veces gana un/a candidato/a que no alcanza a tener la mayoría de los votos. Puesto en estos términos, es obvio que hay algo que no funciona bien. Si el objetivo es compulsar a la población para saber qué preferencias tiene, el método que usamos hoy no resuelve el problema. Más aún: detrás de una supuesta legalidad, se esconde un argumento que le quita legitimidad. Me explico.
Para evitar poner nombres y pensar el problema desde un punto de vista teórico, voy a usar letras para nombrar a las/los candidatas/os. Supongamos que hay cinco postulantes a la presidencia de la nación. En nuestro país la votación funciona así: quien obtiene el mayor número de votos, es elegido para el cargo. Por supuesto, si alguno de los postulantes obtiene la mitad más uno de los votos, sin ninguna duda debe ser quien ocupe el puesto.
Pero, ¿qué pasa si eso no sucede? Podría ser que la elección tuviera estos resultados (en porcentaje):
A 38%
B 26%
C 14%
D 12%
E 10%
En este caso, también ganaría A y sin tener que participar en una segunda vuelta (o ballotage). Es que entre el primero y el segundo hay más del 10% de distancia *. Asunto concluido: ¡ganó A! Si la diferencia entre el primero y el segundo es menor que ese 10 por ciento, entonces se hace una segunda vuelta o ballotage entre los dos primeros. Sin embargo, el problema que tiene este método, es que si uno suma los porcentajes de todos los que NO querían que A fuera el ganador, resulta que obtiene un 62%. ¿Es justo que gane quien tiene más de un 60 por ciento en contra? La respuesta parece obvia: no, no es justo. ¿Y cómo hacer para resolver este problema? Estoy seguro que debe haber varias formas, pero quiero proponer alguna (que se practica en lugares como Australia, también en Inglaterra y fue utilizada en algunos estados de Estados Unidos) ¿En qué consiste?
Lo que se hace es lo siguiente. En lugar de poner dentro del sobre una boleta con el candidato que uno prefiere que gane, todos los votantes tendrán una misma boleta pero con un casillero al lado de cada nombre. El votante elige un número del uno al cinco y los pone en esos casilleros. Estos números representan su orden de preferencia. Es obvio que pone como número uno en la casilla al lado del nombre de quien prefiere que sea el ganador. Pero al haber elegido un orden para los cuatro restantes, está haciendo algo más de lo que se ve. Es como si estuviera diciendo (por ejemplo): “prefiero que gane C, pero si C no ganara, prefiero que gobierne E. Pero si C y E quedan eliminados, prefiero a A. Y si estos tres quedan eliminados prefiero que sea B la ganadora”. Su boleta sería así
C 1 B 4
E 2 D 5
A 3
Ahora acompáñeme por acá, y descubramos juntos como este método resuelve el problema que planteé al principio.
Cuando la votación termina, se cuentan los votos de la primera opción para cada candidato. Por supuesto, si alguna/o de ellas/os tiene más votos que todos los demás juntos, gana la elección y se termina el problema. Sería equivalente a tener más del 50 por ciento de los votos. Pero ahora aparece la diferencia. Si después de este primer recuento no hay un/una ganador/a, entonces, la persona que quedó última queda eliminada. Sin embargo, la voluntad de sus votantes sigue teniendo incidencia ¿Cómo? Lo que pusieron como segunda opción es agregada a cada uno de los cuatro candidatos como si lo hubieran elegido primero y se reparte el resto entre los cuatro candidatos respetando el orden en el que fueron elegidos.
Al llegar acá, se repite el conteo y si hay alguna persona (de las cuatro que quedaron) que tiene la mayoría de los votos, gana. Si no, el que queda cuarto resulta eliminado, pero el orden elegido en sus votos, se traslada a los tres candidatos que quedan en disputa. Se produce un nuevo recuento y si no hay un ganador entre los tres, se repite el proceso. Está claro que en algún momento, alguno de los candidatos terminará con la mayoría de los votos y será declarado ganador, pero ahora se podrá decir que quien sea elegido para gobernar, será quien cuente no solo con el mayor porcentaje de aprobación sino también con el menor porcentaje de rechazo.
Volviendo al ejemplo inicial, el candidato E quedó eliminado, pero el 10 por ciento de sus votantes son tenidos en cuenta, de manera tal que se distribuyen entre los cuatro restantes. Supongamos que ahora la lista queda así:
A 42%
B 27%
C 18%
D 13%
Fíjese que como a E lo había votado el 10% del electorado, ese diez por ciento quedó distribuido entre A, B, C y D de esta forma: cuatro por ciento para A, uno por ciento para B, cuatro por ciento para C y uno por ciento para D. Aún así, ninguno llega a la mayoría absoluta y por lo tanto, se repite el procedimiento y notablemente sin requerir una nueva votación. Se usan los datos de la única que se hizo. Ahora el eliminado resulta ser D, pero el 13% que lo había elegido sigue teniendo incidencia entre los tres que siguen: se los distribuye de manera tal que ahora la lista queda así:
A 43%
B 37%
C 20%
Como sigue sin haber un candidato que junte más del 50 por ciento de los votos, seguimos con la misma idea. Ahora, queda eliminado C pero ese 20% que lo había elegido sigue teniendo incidencia. Supongamos que preferían 15 por ciento a B y 5 por ciento a A. Con estos datos, se llega al final de la elección:
B 52%
A 48%
Como se ve, la ganadora es B que es quien expresa mejor las preferencias de la sociedad. De esta forma, cada votante no solo tiene la oportunidad de elegir quién querría que gane, sino que hace que su voto intervenga en castigar -eventualmente- a algunos candidatos sobre otros.
Como escribí más arriba, este sistema se utiliza en Australia desde el año 1918, y en la casa de los Lords en Gran Bretaña. En el año 2006, el estado de Minneapolis (en donde recientemente asesinaron a George Floyd), la legislatura provincial decidió adoptar este método desde ese año y hoy se utiliza, en algunas ciudades de California, Carolina del Norte, Colorado, Maine y Maryland en Estados Unidos. Lo curioso es que siempre que se usó el método se hizo para elecciones provinciales y nunca para puestos de relevancia en el gobierno federal.
¿No habrá llegado la hora de re-pensar nuestros sistemas de votación y en todo caso, ponerlos a votación? En ese caso, sería una suerte de elección binaria: “Usted, ¿estaría a favor de esta reforma o no?”
Sí, a usted le pregunto…
*Aclaración importante para la Argentina. Esta nota fue escrita para cualquier país del mundo sin tomar en cuenta los detalles de las legislaciones electorales de cada uno. Por lo tanto, los números fueron elegidos al azar con mero afán explicativo. En nuestro caso, salta a la vista que para ganar en primera vuelta además de los 10 puntos de diferencia hace falta que el primero supere el 40 por ciento.