"La pobreza tiene cara de mujer”, cuenta Carolina abrigándose el pecho con una frazada, apoyada sobre un aislante donde le hace a esta cronista un lugar para que se siente. “¿Te das cuenta que acá la mayoría somos mujeres, no?”, comenta, señalando a su alrededor. Y tiene razón.
Es miércoles y son casi las dos de la mañana en una 9 de julio cortada desde avenida de Mayo hasta San Juan por más de 30 organizaciones sociales que reclaman, frente al Ministerio de Desarrollo Social, la creación de empleo digno y que se amplíe el plan Potenciar Trabajo; poder bancar la olla de los comedores y merenderos con algo más que arroz embichado, polenta y fideos en un contexto de ajuste brutal y miseria. Con el diario del lunes, ahora sabemos que la reacción ante el despliegue del ministro de desarrollo social, Juan Zabaleta, fue: “Dejen de apretar a los argentinos”.
“Nos reducen a personas pidiendo por un plan, cuando en realidad somos sujetos de derecho, somos personas que nos organizamos y salimos a la lucha por algo que consideramos justo. Yo soy mamá, soy estudiante de trabajo social, soy profesional, soy un montón de otras cosas y, así como yo, hay un montón más”. Carolina es referenta de Libres del Sur de Moreno y mamá de dos hijxs. Si no fuese porque su compañero no tiene empleo fijo, no podría organizarse para cuidarlos. Casi no tiene tiempo de verse con sus amigas o hacer otra cosa que no sea laburar. Por eso, le da mucha bronca que la muestren como “una vaga”.
¿Por qué pensás que los medios que vienen a cubrir el acampe se ensañan con mostrar a las mamás con chicos chiquitos?
Porque es caer en lo más bajo: la culpabilización de la mujer, exigirles que su rol sea que ese pibe esté en la escuela, no importa cómo. No piensan en si ese chico tiene comida o no, si tiene zapatillas, si tiene útiles, si hay escuela disponible. En el comedor hay pibes que no arrancan las clases porque no tienen hojas, y lo sé porque yo lo veo. Pero a ellos eso no les importa. El pibe tiene que estar en la escuela, como sea.
Es jueves a la noche, son las dos de la mañana. Sobre el asfalto de la 9 de julio se extiende una marea de carpas pegadas unas contra otras, como dándose calor entre ellas. Carpas de telas demasiado finas para el frío que hace, ideales para pasar un fin de semana de verano bajo las estrellas, pero no una noche de otoño de campera y bufanda que le pisa los talones al invierno. Son miles. Por todos lados se levantan como si se hubiese erigido una nueva ciudad blanda y de colores en medio de la mole de cemento que es el microcentro. Por las aberturas se pueden ver personas arropándose, luces de celulares que se prenden y se apagan, cartones para mitigar el frío del asfalto, mates y bandejitas de guiso. De vez en cuando suena alguna cumbia, pero muy poco, apenas.
Hay compañeras que hacen el repulgue de las empanadas, otras pasan el rato friendo tortillas; por todos lados se arman pequeñas fogatas donde las chicas se juntan alrededor a chismotear. También hay quienes no tienen carpas y se amuchan unxs con otrxs sobre los bancos del Metrobus, cubiertxs con frazadas, tratando de dormir.
Esta ciudad precaria se abre en el corazón de la otra, la que se indigna con las calles alteradas por la protesta, la que reproduce en las pantallas de bares y salas de espera imágenes de la estigmatización de quiénes están en la calle. Esta ciudad, Buenos Aires, en donde un partido que no existía hace dos años ahora tiene legisladorxs en el Congreso Nacional y en la Legislatura porteña que formaron un Movimiento Antipiquetes y desde sus bancas impulsan una ley anti piquetes.
Carolina está con Daiana, que es del barrio La Perlita y participa del frente de género de Libres del Sur acompañando denuncias de violencia de género. Tiene 32 años y 3 hijes de 3, 5 y 7 años. Además de militar, es estudiante del profesorado de filosofía y convive con su compañero, que es electricista, tiene su edad y está terminando la secundaria con el plan FINES.
¿Por qué creen que la mayoría, acá, son mujeres? ¿Creen que los hombres no se involucran lo suficiente?
Carolina: No sé si es que no se involucran. El 80% de nuestra fuerza son mujeres. La realidad es esa. La mayoría de nuestras compañeras son las que bancan la olla, las que bancan los merenderos, las que garantizan la olla en los acampes. Tenemos compañeros que cumplen diferentes funciones pero la realidad es que ante la crisis, la que sale a bancar, la que sale de la casa, la que sale a buscar una bolsa de mercadería o la que se acerca a un merendero, es una mujer. Es muy difícil ver que un hombre sea el que se acerca a un merendero para llevar niñes o para ir a pedir un plato de comida.
Las que ponen el hombro
¿Y por qué pensás que pasa eso?
Carolina: Es la mujer la encargada del cuidado de la familia. Y es la feminización de la pobreza. Esa es la realidad. Nos cuesta un montón hacer esa transición de quienes formamos parte de los planes sociales a un trabajo genuino. Es muy difícil. Es muy difícil porque en la realidad eso no sucede. Primero, si vas a buscar trabajo, no lo conseguís. Segundo, todo lo que conlleva que una mujer salga a trabajar: no tenés guardería que te garantice el Estado para dejar a un bebé. Es muy difícil incluso conseguir salita de 3 años. Entonces, tenés que ya tener otras herramientas, otras estrategias para poder ir a trabajar. Y muchas veces son trabajos precarizados, trabajos que no están calificados, donde el sueldo tampoco te sirve para poder pagarle a otra mujer que se encargue del cuidado de tus niñes. Entonces, no es tan fácil como a veces lo pintan o lo quieren mostrar en la generación de trabajo genuino. Sin contar que habemos personas que ni siquiera somos tomadas en cuenta para ser explotadas laboralmente. Porque a veces ni siquiera cumplís con los requisitos de tener un secundario completo, que es lo que te piden en cualquier lugar.
¿Y cómo es bancar la olla en el barrio, en los merenderos? ¿Qué pasa cuando salen a comprar comida y ven el aumento que hay en los alimentos todos los días?
Carolina: Es la situación que atravesamos todos. Los precios están cada vez más alto. La plata no nos rinde nada. El Potenciar Trabajo son 16.500 pesos que no rinden, porque todo está cada día más caro. Al margen de lo que es la vida particular, que nos atraviesa como a todos, la crisis económica, especialmente en los comedores y merenderos es complicada la situación. Porque la calidad de los alimentos que recibimos es mala. Directamente, es mala.
¿Qué llega, por ejemplo?
Carolina: Recibimos un 70% de fideos, el resto es polenta. Mucha harina. Nada fresco. Nada de carne. Los pibes en el barrio se alimentan a base de harina. La leche es muy recortada. Es muy poca la leche que recibimos. No damos abasto. Para los merenderos que nosotros tenemos, la leche no alcanza. Ni hablarte del azúcar. El azúcar es oro. Es muy poca la cantidad que llega.
¿Y qué están reclamando, puntualmente?
Daiana: La generación de puestos de trabajo genuino; la apertura del Potenciar Trabajo, porque consideramos que no es momento para cerrarlo. Hoy hay un millón y medio de personas en situación de poder acceder a un programa social. Es decir, que no tienen nada. Y por lo que te decía hace rato, por la mejora en la cantidad y la calidad de los alimentos que recibimos. Hace 9 meses que nosotros tampoco recibimos herramientas en nuestros proyectos productivos, que tenemos en los barrios. No recibimos nada. La venimos bancando y sosteniendo con lo que tenemos. Laburamos porque tenemos huertas comunitarias, tenemos proyectos de carpintería. Tenemos diferentes proyectos en los que trabajamos. Tenemos cuadrillas de limpieza, cuadrillas que laburan en las escuelas del Estado donde el Estado está totalmente ausente. Desde cortar el pasto hasta pintar aulas. Lo estuvimos haciendo hasta tres o cuatro días antes de que comenzaran las clases. Dando una mano en las escuelas en los barrios para que los pibes puedan empezar. Es un montón de cosas que hacemos y que sostenemos en los barrios, la situación como está.
¿Y cómo están pasando el acampe?
Daiana: Que entienda el de afuera que nosotros no estamos acá porque nos encanta venir a sentarnos en el asfalto a cagarnos de frío. Estamos acá en un plan de lucha. Todes quisiéramos estar en nuestras casas con nuestros hijes, en otro contexto, pudiendo comer, comida de calidad que es algo básico, que no tenemos la posibilidad muchas veces, porque es un contexto re particular de una crisis real, que no es que nosotros tenemos la sensación de que no nos está alcanzando la plata. Realmente no nos alcanza y tenemos la necesidad de salir a la calle, porque no vamos a conseguir de otra manera las cosas. Que nos escuchen, básicamente. Me parece que es importante. Si bien uno siempre disfruta del encuentro con compañeres y eso, no es ese el contexto en que quisiéramos estar reunides.
Qué ven cuando las ven
Adela es de Parque Patricios y no dice su edad pero aparenta menos de 25 años. Lleva un delineado impecable estilo Ariana Grande y las uñas esculpidas -antes muerta que sencilla. Junto a ella ranchea Betiana, una migrante boliviana que se cubre la cabeza con un gorrito de lana y guarda en el bolsillo de su campera un barbijo del Partido Obrero. Las dos están sentadas sobre aislantes y cartones. Ambas participan del Polo Obrero y están tomando mates con sus compañeras, que se niegan a participar de esta nota y se esconden, risueñas, entre sus frazadas para no ser entrevistadas, mientras se tapan las caras.
¿Por qué pensas que hay tanta gente que, cuando se les preguntan qué están haciendo acá, no quieren contar?
Un poco es timidez, pero también por miedo a la estigmatización y al maltrato. Hace poco vi un video de TikTok donde un periodista le preguntaba a una manifestante qué estaba haciendo en una marcha, y al principio la charla empezaba re bien, y la mujer le respondía bien, y después el hombre la empieza a maltratar, a preguntar por qué quiere vivir de planes, a acusarla… Fue re feo. Pero ella le contestó re bien.
¿Cómo pensás que ve el acampe la gente que lo mira desde afuera?
Betiana: Olvidate, ya ponerte un bucito o cualquier cosa, te dicen “Ustedes son unos piqueteros”, “nos cagan la existencia”. Todo eso. Pero no entienden que nosotros laburamos igual que cualquiera. Nosotros hacemos una contraprestación por todo. Laburamos igual que ellos también. Nada más que nosotros salimos a la calle a dar la cara, lo que los demás no la dan. ¿Salimos a pedir? Nosotros no salimos a pedir. Pero estamos mal vistos porque te cortamos la calle. Vamos a molestar pero de alguna manera hay que hacerse sentir, hay que hacerse escuchar. Es lo que molesta a la gente y por eso nos tienen mal vistos.
Adela: Dicen que los extranjeros vienen a robar el trabajo. Tienen una doble moral, porque si fuese por ellos se irían a vivir a Canadá, a España… ¿y eso no sería robarle el trabajo a un canadiense, entonces? Nunca se van a poner el zapato de la otra persona. La mayoría siempre dice la típica “son unos vagos, vayan a trabajar, nos sacan de los impuestos”. En Telefé o en TN -juro que fue en alguno de esos- hicieron un resumen de lo que puede ganar una mujer, una persona que está en los planes. Decían que podía ganar más de 85 lucas, hasta 100. Cosa que no es cierto. Decían que el que cobra por los piquetes, la Asignación por hijo, un plan más, la Habitacional, no sé, metían todo eso. Planes que a veces chocan con la misma asignación. Es todo mentira. Te ponés a pensar y te da bronca porque la gente se la cree. Piensan que ganás eso y nada que ver al final. Piensan que nosotros ganamos más que ellos y al final a nosotros no nos alcanza un carajo lo que ganamos.
¿Cómo es salir a comprar comida en este contexto?
Adela: Es que nosotros lo vivimos día a día. Antes, yo me acuerdo, dos semanas atrás yo decía “con 1000 pesos voy y compro algo”. Ahora tengo que ir con 3000 para comprar algo.
Betiana: Hay veces que los supermercados grandes, donde conseguís las ofertas, los precios cuidados, no están a la vuelta de tu casa. Yo, para ir a un Carrefour, por ejemplo, tengo que tomar un colectivo. Entonces, ¿qué? Voy todos los días para comprar dos azúcares. Lo que vivo yo, lo vive un montón de gente. En Marcos Paz o en lugares más alejados, donde hay un montón de gente que vive en campo. Pero no en campo-campo, sino en lugares en los que el colectivo si pasa, pasa una vez al día, a partir de las 7, 8 de la mañana.
Adela trabaja en un plan de Potenciar Trabajo y comenta que tiene muchas amigas que laburan en talleres clandestinos de costura doce horas, incluso más. Que ellas hacen, por centavos, la ropa que 47 Street vende por miles de pesos en los shoppings.
¿Hay alguna amiga tuya acá que quisiera hablar de eso?
No creo, les da verguenza. Les avergüenza haber tenido que aceptar estos trabajos.
Betiana también trabajó como costurera, pero en Once. Ella se encargaba de coserle las mostacillas a los escotes de los trajes de fiestas de las señoras. Ahora limpia casas y oficinas.
B: Mayormente es porque puedo llevar mis propios tiempos. Si tengo otro trabajo y a mi hijo le pasa algo y tengo que ir a buscarlo a la escuela por lo que sea, a mi me echan. Yo soy separada hace 4 años y tengo que recoger a mis hijos de la escuela, ayudarles a hacer la tarea a veces, porque si te descuidás, te quieren hacer denunciar por ausentismo por los chicos; que ya me pasó a mí eso, porque me deprimí con la separación y lo descuidé a mi hijo, es verdad, fue mi culpa…
Pero estabas pasando por una situación difícil…
Sí, eso lo entendieron en la escuela después de que lloré. Y bueno. Yo cobro la asignación de mis hijos; sumo eso, el plan que estoy ahora, mis trabajos limpiando y con lo que gano, no llego a 80…
¿Y cómo es salir a hacer las compras?
Con sémola, polenta y garbanzos no vivís. Si tenés que salir a comprar carne, tenés que pensar si la vas a comer en el almuerzo o la cena. Y no le vas a decir a un niño que quiere un poquito más de comida “no, hijo, no podés comer más carne porque es para que tengamos para comer mañana”. Entonces, es mentira que ganamos más por los planes…
Betiana tiene dos hijos pequeños, de 10 y 6 años. Antes vivía en una pieza en Capital, hasta que le notificaron que el departamento estaba tomado y la desalojaron con apenas dos semanas de anticipación, es decir: en dos semanas tuvo que resolver su situación habitacional familiar. Alquilar, en sus condiciones, es casi imposible. Ahora vive en Camino de Cintura y es un problema para ella, porque los chicos siguen yendo a la escuela en CABA. “Eso los afecta psicológicamente, porque no pueden armar sus grupos de pertenencia”. Más allá de su trabajo y sus tareas de cuidado, le encanta hablar de política, hacer cursos, discutir en el barrio sobre la coyuntura y se siente una piquetera orgullosa. Aunque, a veces, admite que es violentada en el colectivo por andar con el buzo del Partido Obrero.
¿Te podemos sacar una foto? Para la nota
“Si, pero, esperá”, -se detiene y se pone el barbijo de su partido-. “Ahora sí”.
Los trabajos precarios
Verónica tiene 32 años y milita desde los 13 en el Polo Obrero. Nunca en su vida tuvo trabajo registrado, fue moza y bachera y ahora y trabaja en el plan potenciar trabajo limpiando zanjas, pintando escuelas, cortando el pasto. Paula es su amiga con la que militaba desde chiquita. Ambas son de Luján.
¿Qué sentís cuando te tratan de planera?
V: Sí, dicen “son todos planeros, no trabajan, tienen esos sueldos gracias nosotros que pagamos los impuestos y lo que yo hice”. Yo también pago impuestos. Cada uno de nosotros acá trabajamos y pagamos los impuestos. Los invitaría un día a que vayan y vean qué somos, qué hacemos y para qué estamos.
¿Y vos de qué laburabas antes, Paula?
P: Antes estaba trabajando en un almacén. Estaba en negro, obvio. Dejé de trabajar porque le pedí aumento y no me lo dio.
¿Y qué hacías antes? ¿Qué trabajos tuviste?
P: Estuve trabajando de bachera. Estuve en una cocina, trabajando. También trabajé de niñera. Estuve trabajando en blanco en una fábrica de plasticola escolar. Duré dos días. Me dijeron que no tenía experiencia y no me dejaron tener la experiencia.
¿Y qué haces, Verónica, cuando no te alcanza la plata para llegar a fin de mes?
V: Limpio casas. A veces estoy más de 12 horas trabajando de moza. Me voy a las 3 de la tarde de mi casa, vuelvo al otro día, me vuelvo a meter de vuelta. Estuve quince días trabajando 12 horas para agarrar 15.000 pesos. Quince días. No veía a mi hija, durante un tiempo largo.
Y a eso hay que sumarle las tareas de cuidado de la casa, que también es un laburo.
V: La escuela, las fotocopias, los útiles de la escuela, que también es algo muy caro. Pero bueno. Como mujer, a veces la mujer hace cosas que no sé cómo hacemos, que nos ponemos la capa y tratamos de salir adelante, como se puede.
Y Hablemos de lo que cuestan las garrafas…
V: para nosotros que tenemos chicos, si llegamos a quince días, estoy exagerando, es una guasada. Es un montón. Porque sí o sí son dos comidas, mediodía, noche; la merienda. Todo. Es una locura lo que pagamos en la Argentina. Todas las cosas que en la mayoría son cosas de nosotros. La leche…
P: Bueno, supuestamente está dicho que se va a 1200 la garrafa. Fijate cuánto pagamos el kilo de pan. 300 pesos. Una locura.
Corazón piquetero
Mayra tiene 42 años y, ahora que terminó de cenar, deja a un lado su bandeja de guiso y se suma a la charla.
¿Cómo estás viviendo el acampe?
Mayra: Hermoso. Amo. Soy piquetera de corazón. Estoy orgullosa de estar en el Polo Obrero. Todo lo que aprendí, estudié, hicimos cursos, trabajamos. Me encanta.
Mayra, ¿qué laburos tuviste en tu vida?
M: Siempre fui niñera. Y en negro.
¿Y ahora de qué estás laburando?
M: Estoy acá con el Polo y, bueno, soy mamá. Tengo un bebé de un año y me ocupo de él.
¿Y cómo es tu laburo en el Polo?
M: Hermoso. Ya te digo: pinto escuelas, jardines. Hacemos zanjas, limpiamos calles. Pero lo hago todo con orgullo. Me encanta lo que hago. Donde estamos trabajando, agarramos pala, agarramos pico, hacemos zanja. Capaz que si voy a una constructora y digo “vengo a trabajar” y “no, sos mujer. Esto es cosa de hombres”, te dicen. Y yo sé manejar una pala. También hay compañeras que hacen paredes, comedores. Vos ves y son mujeres. Y puedo asegurar y decir que trabajamos mucho más que los hombres.
Más atrás está tomando mate Sandra. Ella tiene 49 años y me cuenta que hizo de todo en su vida: trabajó en tiendas, en restaurantes, en estaciones de servicio, en un bingo, en una YPF, limpiando casas. Y, además, hace 13 años que está en el polo obrero, donde trabaja haciendo zanjeo, cortando el pasto, pintando escuelas. Solo tuvo dos empleos registrados en su vida y terminó la secundaria en el 2020.
—¿Y cómo lo sentiste?
Sandra: aaah, lo mejor que me pasó. Lo terminé de grande. FINES Adultos. Lo terminé con mi compañera Cristina, lo hicimos juntas. Tres años. O sea, seis en tres.
—¿Ustedes son pareja?
S: No.
—Ah, como dijiste “compañera”…
S. No, no. (Risas) Compañera de estudio, de trabajo, de estar acá. Pero sí, terminamos juntas también el colegio. Cristina empezó el primario a los 38 años. Fue una experiencia hermosa. Nos gustaría volver a vivirla porque nos quedaron muchas cosas colgadas por la pandemia…
—Bueno, pero pueden seguir estudiando…
S: No, en el sentido de que con la pandemia no tuvimos fiesta de egresados, entrega de diploma, abanderados…
¿Qué les gustaría que se resuelva con este reclamo?
P: Nos gustaría que haya un acuerdo porque es nuestro derecho. No estamos pidiendo nada fuera de… es nuestro derecho de tener trabajo, estar en blanco, una obra social.
Una vida digna.
P: Una vida digna, exactamente. Eso nomás pedimos.
Cuando esta cronista le pregunta a Paula si le puede sacar una foto, ella accede. Tiene puesto un buzo con el logo de Adidas. “Pará que encima me pongo otra cosa para taparlo. Ya que me van a sacar una foto haciéndole publicidad a Adidas y no me van a dar un mango, para eso mejor me lo tapo”.