Eduardo y Jimena mastican. Sus bocas se abren y se cierran a un ritmo monótono, vacío, mecánico. Están sentados arriba del auto, con las ventanillas levantadas, frente al muelle. Ven a un hombre que llega y encadena la bicicleta en la primera columna de luz. Justo donde empieza la baranda. Después, el hombre, se saca la mochila, la deja a un costado y desata la caña. Es una caña larga. Que va desde bastante más adelante del manubrio hasta pasando apenas la rueda trasera.

-Dame otro -dice Eduardo. Tiene la mano abierta. Muy cerca de la cara de Jimena. La palma hacía arriba.

La bandeja de sándwiches está sobre la guantera abierta del auto. Jimena agarra uno y se lo da.

-¿De qué es? -dice Eduardo.

-Aceituna -dice Jimena. Eduardo agarra el sándwich y se lo mete entero en la boca. Después, se sacude las manos. La mayoría de las migas caen sobre su remera, otras al piso y muy pocas sobre las piernas de Jimena. El hombre en el muelle pasa la tanza entre las anillas, deja la caña apoyada en la baranda y saca de la mochila una caja de anzuelos. La abre. Elije uno. Uno bien grande.

Jimena agarra la botella de Coca-Cola, toma un trago y la vuelve a dejar donde estaba. Entre los asientos. Enganchada entre la palanca de cambios y el freno de mano. Después, agarra otro sándwich. Lo muerde apenas.

Eduardo traga. Agarra la botella de Coca-Cola. Toma un sorbo. Un sorbo largo. Cuando termina, eructa. Deja la botella de donde la agarró, vuelve a estirar la mano y ella le pone un sándwich en la palma mientras ve al hombre encarnar el anzuelo.

-¿De qué es? -dice Eduardo.

-Jamón crudo. -Dice Jimena.

-No. Dame otro. No puedo cortar el jamón crudo con los dientes.

Ella le da uno al azar. Él lo agarra y se lo mete en la boca. El hombre se acerca a la baranda. Lleva la caña levantada sobre su cabeza, dispuesto a lanzar. Jimena toma un trago de Coca-Cola. Eduardo mastica. El hombre tira. Eduardo y Jimena ven la plomada volar por el aire y escuchan el ruido del carretel al liberar la tanza hasta que el aparejo cae al agua. Lejos. Bien lejos. Eduardo y Jimena ven el anzuelo hundirse en el río. Jimena cree ver el pequeño agujero que se abre, por un instante, en la superficie; imagina el círculo de agua que se dibuja alrededor y se agranda hasta desaparecer.

-¿Sacará algo? -dice Jimena.

Eduardo se encoge de hombros. Mastica.

-Quizás pesque una boga.

Eduardo traga.

-O un dorado -dice Jimena.

El hombre sostiene la caña entre las piernas. La agarra con las dos manos. Está quieto. Expectante. Jimena mira. Eduardo mastica. De repente el hombre se dobla hacía atrás y comienza a girar la manivela. Cada cinco o seis vueltas tira con fuerzas la caña hacia atrás. La tanza es un hilo brillante.

-¡Picó! -dice Jimena. Eduardo mastica-. ¿Será un dorado?

-Nada -dice Eduardo sin dejar de masticar.

-Pero… ¿No viste como se movió la caña? tiene que ser algo grande. No puede ser nada. Tiene que ser un dorado. Seguro que es un dorado.

-Nada- dice Eduardo. Jimena, piensa. Pero ahora no piensa en un dorado. Piensa en ese. En ese dorado. En ese dorado que el pescador tiene que sacar.

-Pásame otro sándwich -dice Eduardo.

Jimena le pasa la bandeja.

Eduardo la sostiene entre el volante y la panza. Agarra una pila de cinco sándwich y le da un mordisco. Jimena se acomoda en el asiento y mira al hombre que sigue recogiendo el hilo.

"Un dorado", piensa Jimena. Eduardo mastica.

El hombre recoge con la caña entre las piernas.

"Tiene que ser un dorado", piensa Jimena. Eduardo traga. El hombre recoge, sacude la caña con fuerza y vuelve a recoger. Eduardo toma Coca Cola.

"Seguro que es un dorado", piensa Jimena. Entonces imagina el último tirón de la caña. El dorado saliendo del agua con el anzuelo clavado bien adentro de la boca. Una vez afuera del agua, sobre el muelle, mientras el dorado da saltos y pega contra el suelo, el hombre tendrá que empezar con la rutina de cualquier pescador: agarrarlo de la cola, sacarle el anzuelo y golpearlo contra el piso. Después, va a guardar todo y se irá pedaleando rápido a su casa. Al llegar le dirá a su esposa: "¡Pesqué un dorado!".

Su esposa correrá a abrazarlo. Se van a besar. Un beso con la boca apenas abierta donde se rocen las puntas de las lenguas. Después, él le dirá: "¿Lo cocinamos juntos?", la sonrisa en la cara de ella dirá: por supuesto, mi amor.

Entonces, mientras ella limpia el pescado, él va a preparar la asadera. Con pimientos, papas y cebollas. Después ella va a acomodar al dorado en la asadera y la va a meter al horno. Él destapará un vino. Ella acercará dos copas. De vidrio fino. Grandes. Mientras él pone un disco, ella va a llenar apenas las copas. Con Rita Lee sonando de fondo ella se va a acercar y van a abrazarse. Al ritmo suave de la música. Hablarán mirándose a los ojos: "Le puse pimienta y sal", dirá ella. "Buenísimo", dirá él. "O puedo ponerle roquefort. O chimichurri". "Pimienta y sal está perfecto". "Me encanta el dorado". "Me encanta pescar para vos".

Cuando el pescado esté listo él lo va a sacar del horno, ella lo va a servir y, sentados, frente a frente, van a brindar.

Mientras comen no les importará que el disco se haya terminado porque van a estar haciendo planes para el fin de semana. Tampoco les va a importar juntar la mesa cuando terminen de comer. Después de todo, son solo dos platos sucios y algunas migas. ¿A quién le pueden importar un poco de migas?

Él se va a levantar y, mientras con una mano le acaricie la mejilla, le dará un beso dulce sobre los labios.

Después le dirá algo al oído. Algo que solo ella va a entender y, cuando ella se ría, a él, los ojos se le van a iluminar tanto que parecerán agrandarse y el verde del iris va a ser más intenso.

Van a caminar por el pasillo que da al dormitorio: él haciendo gestos de como recogía la tanza y luchaba con la caña para sacar el dorado; ella: riéndose. Él contará todo sin obviar ningún detalle y ella va a escuchar encandilada cada frase, cada palabra, cada sílaba que él pronuncie. En la puerta del dormitorio, abrazados, los besos van a ser sin apuro.

Se van a desvestir. Él, a ella. Ella, a él. Lo van a hacer con paciencia. Con la paciencia que se necesita para abrir un regalo sin romper el papel.

Eduardo eructa.

El hombre da un tirón seco con la caña. Más fuerte que los anteriores.

El hilo se tensa. La caña se dobla como una “U” invertida.

Dos o tres curiosos rodean al hombre que sacude varias veces la caña. Recién en el tercer intento parece que la tanza cede.

Recoge rápido. Tira de la caña. Recoge rápido. Tira de la caña. Más personas lo rodean. Jimena se mueve en el asiento. Eduardo mastica, dice algo y escupe migas que caen sobre su remera, al piso y sobre las piernas de Jimena.

Ella apoya las manos sobre el tablero. Las migas en sus piernas brillan como escamas. La caña que da un tirón más fuerte que los anteriores. Jimena adelanta el cuerpo como si algo la empujara hacia adelante hasta golpear con la frente el parabrisas.

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