Mieko Kawakami es la nueva escritora japonesa con proyección internacional después del boom que vivió hace unos años atrás Haruki Murakami. Desde su primera nouvelle, publicada en el año 2007 y merecedora del prestigioso premio Akutagawa, titulada en inglés My ego ratio, my teeth, and my world, con una obra compuesta por varias novelas, se ha convertido en un verdadero acontecimiento, tanto dentro como por fuera de Japón. Ha sido celebrada por escritores y por figuras de la cultura popular como Natalie Portman. Alrededor de Kawakami se ha forjado una enorme estrategia editorial; es joven (hablamos de 40 años, una edad muy joven para Japón), tiene una sólida carrera como cantante pop (sus canciones suenan en la radio todos los días), y es feminista. Su última novela, publicada en el año 2019, ha penetrado en el mercado editorial norteamericano con un estrategia muy similar a la del mencionado Murakami; una escritura sencilla, que se autoproclama influenciada por Lydia Davies y James Joyce, y que flirtea con el inglés aunque que por momentos parece corregida por los editores angloparlantes para un público pop ávido de noticias literarias que puedan llegar desde la vieja isla del lejano oriente.
Su última novela, sin embargo, es bastante más que una estrategia; es una relectura de una sólida tradición femenina que con Kawakami encuentra un cauce y un canal. El título, en su traducción al español, sin embargo, es un poco desafortunado. Pechos y huevos es la traducción del título que se ha hecho del inglés (Breasts and eggs) y está bastante alejado de Natsu Monogatari, que en una traducción más literal sería La novela de Verano en un juego de palabras entre la estación del año y el nombre de la protagonista, Natsume. Los “pechos” y los “huevos” se relacionan, no obstante, con la inquietud que atraviesa a la protagonista (aunque acerca al lector irónico de las librerías argentinas, hay que decirlo): con los huevos en términos de óvulos y los pechos en relación a la cirugías estéticas y la maternidad. Lo que ocurre en el relato es muy simple y aquello que le interesa narrar a Kawakami no es una trama sino los patrones de conducta de su protagonista absoluta en el viaje incierto que emprende hacia una decisión; Natsume es una escritora con problemas para escribir. Luego de un primer éxito como cuentista, está enfrascada en una novela sobre yakuzas que no tiene ningún gollete. Esa novela hipotética narra la guerra de clanes de Japón con la que Natsume ha perdido más tiempo investigando que dándole carnadura a sus personajes.
Esa carnadura está puesta en otro lugar. Está en las conversaciones y en las dudas que Natsume mantiene con su hermana Makiko, una antigua empleada de un snack, quien tiene deseos desde hace un tiempo de hacerse un implante mamario. Está con su editora Sengawa, quien auspicia un futuro de gloria literaria en su escritora de lujo, si esta se dedicara a escribir más y a entregarse menos al fervor de la tribulación constante. Está con Konno, una escritora de éxito que exterioriza los miedos que Natsume arrastra día y noche. Está con Aizawa, un médico joven, hijo de una inseminación artificial, cuya madre le ocultó el secreto de su concepción por miedo al qué dirán. La novela de Mieko Kawakami se detiene en esos detalles; en las largas conversaciones creadas en establecimientos cerrados (abundan los cafés, los restaurantes, los livings y los bares), que por momentos se deslizan hacia imágenes oníricas, de un realismo mágico sutil y poco abrupto, en donde se pone de manifiesto un miedo infantil de Natsume a asumir con madurez su sexualidad.
La novela toca varios temas de importancia en el Japón contemporáneo. El problema de la vivienda y los salarios, el miedo al fracaso y la disolución cada vez más marcada del núcleo familiar como unidad identitaria, tanto de poder como de estatus social. Natsume no siente placer sexual. Evita todo contacto físico y prefiere estar sola a estar en pareja para evitar mantener relaciones sexuales. Al mismo tiempo, siente una necesidad vital de ser madre. Las historias de sus amigas y de su hermana no colaboran con la idea de buscar una pareja estable para conformar una familia. Los hombres en Pechos y huevos no solamente brillan por su ausencia, en términos físicos, sino que las mujeres los padecen en sus decisiones; algunas son madres solteras, o son mujeres que viven bajo la sombra de maridos violentos o ausentes, o bien, son mujeres que desdeñan su maternidad y esperan la muerte de sus parejas para tomar las riendas de su vida y de su deseo. Nada de eso es lo que Natsume quiere para ella ni para su hipotético hijo o hija.
La decisión de iniciar un tratamiento de inseminación artificial pone en crisis un sistema de creencias que se vuelve hacia la propia Natsume. La idea de ser inseminada por el semen de un desconocido se convierte en un gesto político; es despejar la idea de casta y de herencia biológica que aún rige, a pesar de los años, muchos de los comportamientos sociales en el Japón contemporáneo. Si en la posguerra, la unidad familiar se desplazaba hacia la búsqueda de nuevas formas de vincularse afectivamente, el Japón post Fukushima parece hacerse el planteo de cómo hacerse cargo de aquellas viejas decisiones de aislamiento, de asexualidad y de soledad, o cómo ampliar aún más el horizonte rígido del mandato familiar que aún pesa en las conciencias de muchos japoneses. La novela – como lo pensaba Mary McCarthy y como lo enuncia Konno, la escritora de éxito – tendría esa funcionalidad social.
Pechos y huevos ha sido un verdadero fenómeno literario en Japón y en Estados Unidos. Ha vendido millones de copias, se ha reeditado en varias oportunidades, y ha puesto a Mieko Kawakami junto a escritoras clásicas como Yuko Tsushima (su imprescindible Territorio de luz fue publicada hace unos años por la editorial española Impedimenta, y tiene una relación directa con la escritura de Kawakami) o con escritoras radicales y de éxito literario como Sayaka Murata, quien también ha puesto en palabras muchas de las obsesiones que aquejan a las mujeres japonesas contemporáneas, entre las necesidad de encontrar una voz propia sin dejar de asumir las decisiones sobre el propio cuerpo como un territorio de lucha y de luz.