“Soy punk”, dice Araceli Natalia Matus. “Recontra punk. ¿Hay otra manera de plantarse ante este mundo?”. Un tema la altera: su gato Tom murió hace tres semanas y tiene que ir a buscar la urna con las cenizas a la veterinaria. En su PH de San Telmo ofrece agua y alfajores Balcarce, muestra libros que la tienen atrapada –un par de Mariana Enríquez, el de las cartas entre María Elena Walsh y Victoria Ocampo- y cuenta detalles de la Fundación Mercedes Sosa, que preside. “¿Vos sabés lo que significa estar a cargo de semejante legado? ¡La abuela que me tocó! Yo no te puedo explicar los quilombos con los que lidio. Gente que se acerca por guita… Ahora enfrento juicios por 13 millones de pesos que heredé de mi papá… ¿De dónde saco esa plata?”.
¿De dónde la sacás?
-Ni idea. Pero bueno. Tengo que hacer mi vida también. Es todo un tema, un tema de terapia. Por eso mi psicoanalista me aplaudió cuando saqué el disco.
Licenciada en Musicoterapia, artista multifacética puertas adentro, su bendito ADN está constituído entre otras cosas por canciones y un carácter frontal. Porque la abuela de Araceli es Mercedes Sosa, claro. Pero su abuelo es Oscar Matus: un personaje extraordinario en su densidad artística que, entre un temperamento imposible y exilios, quedó oculto bajo los pliegues del folklore de autor. “La de ellos fue una relación de amor tremenda. Tormentosa. Mi abuelo era un tipo malo. Así como te lo digo: malo. Mi abuela jamás me habló mal de él. Ella se había enamorada de su genio. Y es que era eso: un genio”.
En su disco debut Araceli honró el apellido. Lo tituló Matuseándose, una cita al exquisito Matuseando que Oscar Matus sacó en 1967 con producción y arreglos de Rodolfo Mederos. También hay guiños a la música que escuchaba con su abuela, como “Alguien cantando” de Caetano Veloso. “Ella quería que ese tema lo hiciéramos juntas en su álbum Cantora. Yo no quise saber nada. ‘¡Todo el mundo quiere cantar conmigo y vos te negás!’, protestaba”.
El título de tu disco es contundente, pero apenas incluíste un tema de Oscar Matus.
-No quería hacer un disco de sus canciones. Me pareció que estaba bien con su zamba “Mi canto es distancia”. Eso no quiere decir que no me gusten todas sus canciones. Pero todas. Tenía una cabeza inmensa, era un adelantado. La pareja de mis abuelos fue demencial: eran dos locos de mierda. Mi abuelo era loco, loco. Fue un niño de la calle, aprendió a leer y a escribir y a tocar la guitarra solo. Entre sus locuras, tenía la idea de hacer música clásica tipo collage. El decía qe había partes de ciertas músicas clásicas que hacían bien. Entonces cortaba un pedacito de Mozart y lo acoplaba con otro pedacito de, no sé, Bach, para enlazarlos y completar una obra nueva.
Con el piano invitado de Nora Sarmoria, “Mi canto es distancia” es uno de los puntos altos de Matuseándose. Arreglado, producido y dirigido por Norberto Córdoba y editado por Los Años Luz, la elección del repertorio muestra buen gusto, un elegante latinoamericanismo. Incluye temas de Hugo Fattoruso (“Formas”), Eduardo Mateo (“Canción para renacer” y “Esa tristeza”), Lo Borges (“El tren azul”), Vitor Ramil (“Estrella, estrella”, con la voz invitada de León Gieco) y Rubén Blades (“Siembra”). Lucen la minimalista versión de “Pedacito de cielo” (Francini-Stamponi-Expósito) y los dos bellísimos temas que Araceli escribió con el músico carioca Junior Carriço: “Confinado” y “1° de enero”.
Araceli buscó y logró con Córdoba un sonido sofisticado, camarístico, a través del uso del clarón, el xilofón, el bajo acústico. En su expresividad plana, nada impostada, sin falsete, su canto tiene una reminiscencia al de Lhasa de Sela. Están unidas por una tendencia a una emotividad trágica. “Cuando Junior me preguntó qué tipos de letras yo quería que él escribiera sobre mis músicas le dije: que sean tristes, nostálgicas”, remarca.
De hecho, el primer corte del disco fue “Esa tristeza”.
-Y… sí. Son sentimientos que me atraviesan. Soy así desde el mismo instante en que asomé a la vida. En la panza de mi mamá éramos dos. Nací, y quedé sola. Mi hermano Nahuel Ernesto murió, éramos mellizos. Eso me marcó. ¿Por qué quedé yo viva? Ahí tengo la partida de nacimiento y la de defunción de Nahuel, unas de las pocas cosas que sobrevivieron las mudanzas.
La naturalidad en las formas del relato de Araceli le quita dramatismo a lo que dice. Es como una resignación existencial de la que, paradójicamente, saca fuerzas. Habla de un cuarteto de ángeles de la guarda, otra herencia: Teresa Parodi, Liliana Herrero, León Gieco y Víctor Heredia. Y de su rica historia sentimental. Aunque luego demoró varios años más, decidió sacar su disco a los 40, luego de una separación. “Siempre tuve suerte con los novios, los compañeros… Cuando era jovencita y le contaba alguna historia con un tipo a mi abuela siempre preguntaba: ‘¿Te lo cogiste?’. Yo le decía: ‘Ni en pedo te cuento’. Era muy gracioso. Tuve un marido entre los 24 y los 40 años. Cuando se terminó, decidí lanzarme como cantante. Mi viejo me super apoyaba. Poco tiempo después él falleció y ahí sí, no tenía alternativa: sacaba el disco sí o sí.. Ya pienso en mi segundo disco. El primero es el disco de toda una vida; el segundo es diferente. Voy a estar cantando en La Tangente el 12 de mayo, con banda. Me hace feliz cantar en vivo. Pensá que yo le canto a viejos y viejas, que tienen otro tipo de reacción. Siempre es así: el canto cura”.
Se especializó como musicoterapeuta en adultos mayores y da clases en la Universidad Abierta Interamericana. “Pero voy a dejar. Es agotador. Tengo tres cátedras y me pagan 8.500 mangos…. ¿a vos te parece?”. Habla de su militancia comunista con orgullo y analiza aspectos de la guerra entre Rusia y Ucrania. “Otra herencia. Milito en el Centro de Estudios de Formación Marxista Héctor P. Agosti, CEFMA, en la parte de cultura. Tenemos reuniones, cursos de formación, discutimos. Con este tema de la guerra hay una reduccionismo muy grande. Recibimos información de un solo lado”.
Tiene un rostro melancólico que se disipa cuando sonríe. Asoma un parecido a su abuela sorprendente. Se da por vencida: “Y bueno, qué querés que haga. Al menos canto bien diferente. También está la sangre Matus. Tengo cara de pendeja, lo sé. Mirá mi pelo: todo oscuro. Cuando murió papá me salió una franja de canas. No doy la edad, los Matus somos siempre de apariencia joven, pero ya voy por los 46. Con llegar a los 60 estoy hecha. ¿Para qué más? No te olvides que soy punk”, sonríe. La mueca es levemente irónica y ofrece, por primera vez, un respiro.