A Pablo Ohde
Desde hace muchos años todos buscamos a Michel Berboff. El hombre que nació en Turkestán porque Turkestán es una bonita palabra. Desde hace muchos años todos nos preguntamos quién fue ese amigo que Raúl González Tuñón evocó en “Escrito sobre una mesa de Montparnasse”, acaso uno de los poemas que más larga vida tienen y tendrán en la memoria de la poesía: “Soy triste y cordial como un legítimo argentino”, ese verso y otros tantos creados durante un viaje a París entre 1929 y 1930, y que todavía aceleran el corazón de quien hace correr las páginas de La Calle del Agujero en la Media.
Todos conocemos las citas que hay en ese poema. Sabemos que Blanca Luz es la uruguaya Brum Elizalde, que enloqueció de amor también a Mariátegui, Botana y Siqueiros; sabemos que Alain Gerbault fue un tenista imbatible que un día se compró un barco y dio la vuelta al mundo él solo; que Bret Harte y sus crónicas del far west fueron atendidas por Borges; que Buster Keaton sigue tirándole troncos a la caldera de La General y que el dandy Maurice Tessier trocó su apellido por Dekobra porque una gitana le aseguró que dos cobras son garantía de éxito. Pero siempre nos quedó por saber quién fue Michel Berboff.
Los lectores de poesía solemos tener un sueño: pasar las páginas de una Enciclopedia llamada Tuñón, llenas de fotografías, mapas, retratos, fechas y anécdotas que expliquen cada una de las citas que hay en La calle del Agujero en la Media, editado en 1930 por Manuel Gleizer. Páginas y páginas de países que ya no están, ciudades que murieron, catedrales, bares, puertos, estaciones de trenes y marcas de cerveza (como la fischer Schiltigheim), y nombres de calles, dibujantes, actrices, músicos, escritores, viajeros y personajes de novelas. Una historia por cada cita, un verso por cada historia. Desde el jabón Cadum al periodista Jimmy Herf de John Dos Passos; desde el melancólico Aloysius Bertrand y su Gaspar de la noche a las ciudades de Carcassonne y Chartres, Chicago y Québec porque todas ellas son nudos de rieles ferroviarios y es por eso que Tuñón dice “caminos que parten y caminos que vuelven”. Una Enciclopedia llamada Tuñón que podría extenderse hacia toda su obra, e incluso contener una antología de toda la poesía argentina bendecida por su espíritu de permanente asombro. Todos lo sabemos: a través de Tuñón se puede escuchar el rumor (palabra tan cara en él como fervor en Borges) del lenguaje que habló este mundo desde los inicios del siglo XX. Sin embargo, siempre nos faltó saber quién fue Michel Berboff.
Alguna vez cierto académico lo siguió por las guías telefónicas hasta que una voz tucumana le informó que Berboff era una marca de carteras. Desde entonces y con notorio resentimiento, explica a sus alumnos que al señor del Asia Central se lo debe tomar por el “valor musical de la palabra”, como todas las citas de Tuñón y que hay que dejarse de joder con historias raras. Pero muchos no le hicimos caso.
Y ahora que el “Tata” Cedrón me acaba de avisar que Visor en España lanzó una nueva antología de la poesía de Tuñón, La música amontonada del mundo seleccionada por su hijo Adolfo González Tuñón, el enigmático Berboff volvió a escena. Entonces el “Tata” me pregunta: “¿Y vos qué sabés de Berboff? ¿Y de Daniel Schweitzer, uno de los dos tipos a los que Tuñón les dedicó La calle del Agujero en la Media, qué sabés?”.
La historia de Schweitzer empieza con el Hotel Dacia, una pensión para viajeros con paredes frías y cuadritos con las caricaturas de George Groz. Un hotel que Jacobo Fijman conoció en París a fines del 20 y que lo impresionó de tal modo que el volver a Buenos Aires lo hizo crónica para la revista Número: “Los hoteles de París son siniestros. Así como suena: siniestros. Pasan por ellos matrimonios, de una hora, de una semana, de un mes. Me han robado los zapatos”. Después de la indignación describe a los huéspedes: el noruego del 23 que quiere perder su nacionalidad; el violinista hondureño del 20 “que hace 20 horas que toca el mismo concierto, maldita coincidencia”, la mujer del 15 que “habla mal todos los idiomas y sabe que la vida es dura”, y así, una serie de impresentables inquilinos más hasta llegar a la alemana del 10 de la que sólo tiene referencias el tipo del 26, es decir, “el señor Schveiberg, un argentino nacionalizado chileno”. Stop. ¿Qué tiene que ver esto con Tuñón y su libro? En el poema al boulevard Saint Michel, Tuñón escribe: “El hotel Daciá donde vive mi amigo Daniel Schweitzer”. Es decir, una tilde de diferencia separa a un hotel del otro, y apenas unos caracteres separan al señor del 26 con el amigo de Tuñón, lo que equivale a decir que, por una diferencia de percepción del lenguaje hablado, Tuñón y Fijman se refirieron al mismo hombre: Daniel Schweitzer Speiky, abogado y presidente de la Federación de Estudiantes de Chile que vivió en aquellos años en París tras haber sido deportado a la Argentina luego del golpe militar chileno del 24. Fue amigo de Neruda y el primero en premiarlo por un poema estudiantil.
Ese detalle, esta diferencia musical en el modo de escuchar y escribir abrió las puertas para sospechar que tal vez con nuestro Michel Berboff sucedía lo mismo. Y así fue: una noche de insomnio se me apareció un tal Michel Werboff vestido de general ruso en la versión sonora de la película Hotel Imperial (1939). Ese actor, cuyo verdadero nombre era Mikahil Alexandrovich Werboff --Michel para el francés--, era además un gran dibujante y mejor retratista, discípulo del pintor ucraniano Iliá Repin figura adoptada luego por el realismo ruso. Werboff llegó a París en el 25. Por entonces contaba, a quien quisiera compartirle un vaso de vino, que él era ucraniano, nacido en 1896 en la región de Turkestán y que había sido amigo de Maiakovski. Solía mostrar a los incrédulos una foto donde estaba junto al poeta el día que se leyó por primera vez el poema “La nube en pantalones”. Werboff ansiaba el éxito y consideraba al retrato la llave para lograrlo. Dibujó a famosos del teatro, la ópera, la política y a empresarios con billetera gorda. Antes de que el nazismo tomara el poder emigró a Nueva York y padeció la indiferencia norteamericana. En el 41 firmó la ciudadanía estadounidense y diez años después realizó un retrato que le cambió la vida: inmortalizó al XVII Duque de Alba. Al terminar, enmarcó el lienzo y lo mandó a Madrid como regalo para el Museo del Prado. Su nombre fue noticia: era el primer pintor vivo en tener un cuadro expuesto en ese museo. Entre los 60 y 70 viajó muchas veces a Moscú y lo premiaron. Cuando cumplió 80 años volvió a ser noticia. El problema fue su estudio en el Hotel Des Artistes de Central Park donde guardaba retratos de Gandhi, Krishnamurti y Marianne Moore, y por el que pagaba un razonable alquiler de 230 dólares. Cuando el Hotel adoptó la modalidad de “propiedad cooperativa” (algo así como leasing), le ofreció que comprase el piso por 33 mil dólares. “Ningún artista de la escuela clásica gana tanto dinero si es honesto”, dijo. Los del hotel no se hicieron problema, se lo vendieron a un abogado que pasó a pagar al hotel una renta de 600 dólares, e impulsó el desalojo. Werboff resistió cinco años. La justicia falló en favor del letrado que declaró a la prensa: “Es hora de que empiece a vivir según sus medios y no a costa de los míos”. Werboff dejó escritas unas memorias con un título que le hubiese gustado a Tuñón: Mi corazón está en Rusia. Murió un 4 de abril en Manhattan. Tenía 99 años.
Nota final: La Enciclopedia Tuñón no podría dejar de tener la siguiente anécdota que cuenta el Tata: “En 1978 yo pasaba en taxi por el viejo Bul Mich y veo con asombro un cartel enorme, vertical: Hotel Dacia. Me quería morir, como diría Tuñón. El taxi pasaba y yo giraba la testa como diría Arlt. ¡Estaban descolgando el cartel con una grúa! Nunca lo olvidaré, yo que tantas veces leí ese poema, fui testigo de ese instante que no puedo dejar de llamarlo mágico”.