"Protagonizada por Michael Keaton, Michael Keaton y Michael Keaton", anunciaba con bombos y platillos la campaña de marketing planificada para Mis otros yo, la comedia dirigida por Harold Ramis en 1996. Es una performance desafiante, o en rigor de verdad una serie de performances, por parte de la estrella; una que demuestra por qué, más de 40 años después de su debut en la pantalla grande, Michael Keaton sigue siendo un hombre muy solicitado en la industria.

En el clásico de la comedia británica Los ocho sentenciados (1949), Alec Guinness también se distinguió por encargarse de nueve roles diferentes. En Mis otros yo, Keaton interpreta al mismo personaje en múltiples y diferentes maneras. Allí es Doug Kinney, un administrador de la construcción con exceso de trabajo y hombre de gfamilia cuya vida está girando fuera de su control. Doug no tiene tiempo para su esposa y sus hijos. Un genetista le ofrece resolver sus problemas de balance entre el trabajo y la vida clonándolo. De allí en más, el espectador se encuentra con algunas variaciones sobre la misma personalidad: las versiones de Doug como macho alfa, el tímido, el sensible, el que es bueno en la cocina y un clon de segunda generación notoriamente desmejorado, algo lerdo, con un índice IQ claramente inferior al de los otros modelos.

Como subraya Mis otros yo, Keaton es el más mercurial de los performers en pantalla. Puede lanzar una moneda y cambiar de estado de ánimo y personalidad, interpretando personajes exhuberantes y abrasivos en un momento y oprimidos e introspectivos al momento siguiente.

En las últimas semanas, Keaton se ha involucrado en nuevas maniobras de cambio de forma. Está de vuelta en las salas de cine con un cameo de alto impacto como Adrian Toomes / Vulture en la película de superhéroes Morbius. Aquí aparece la estrella en modo de pantomima de villano, retomando el rol que mostró en Spider-Man: de regreso a casa. Es un criminal de baja estofa, malhumorado y malevolente, tan evidentemente malvado que uno termina esperando que aparezcan carteles sugiriendo al público que lo abuchee en el muy corto tiempo que aparece en pantalla (hay una indicación muy fuerte de que volverá a aparecer de manera más prominente la próxima vez que Morbius resurja).

Hay un muy largo camino desde el mundo de los personajes de comic de Marvel a la reciente serie televisiva Dopesick, por la cual Keaton ganó el premio del Sindicato de Actores el mes pasado. Allí el actor interpreta a Samuel Finnix, médico de un pueblo minero de Virginia. En los primeros episodios aparece como el perfecto doctor de cabecera para la comunidad. Finnix conoce a sus pacientes y sus familias. Es quien los asesora y escucha, es la fuente más confiable de consejo médico. De todos modos, cuando empieza a prescribir un nuevo analgésico "milagroso" llamado OxyContin, las consecuencias son desastrosas. Junto a muchos de sus pacientes, él mismo queda enganchado a la droga.

Lo que más impresiona sobre Keaton en Dopesick es su cualidad de tipo común. Es como uno de esos personajes provincianos y amigables de James Stewart en las viejas películas de Frank Capra sobre la corrupción en Washington DC. Es doloroso ver a este modesto, humilde hombre atrapado en las garras de una adicción destructiva tras toda una vida invertida en ayudar a otros a evitar el dolor. Es un personaje inusualmente pesimista, uno que Keaton declaró haber aceptado como un tributo a su sobrino, a quien "perdí en las drogas", tal como señaló en su discurso de aceptación en la ceremonia de los premios SAG. Y su trabajo resulta excelente, en un rol que no da la más mínima oportunidad a algún rasgo cómico.

Keaton en Dopesick.

Tratándose de Keaton generalmente se esperan algunas risas, pero hay algunas otras películas con un oscuro tono similar en la que juega con el mismo tono obstinado y naturalista. Se lo puede ver, por ejemplo, como Walter "Robby" Robinson, el periodista que lidera a un grupo de reporteros de investigación en En primera plana, la película de Thomas McCarthy ganadora de un Oscar sobre los periodistas de Boston que expusieron abusos en la Iglesia católica. Allí luce pantalones de vestir y camisas impecablemente planchadas. Si no se lo conociera tanto podría pensarse que es un contador o un gerente de oficina. Como muchos de  los más memorables personajes exhibidos en pantalla por el actor, también es competitivo y muy tenaz. "Quiero seguir cavando", le dice a su equipo. Nada podrá sacarlo de la pista que está siguiendo.

En primera plana fue la película que siguió a un título igualmente significativo pero diametralmente diferente a otra película de Keaton, Birdman o (la inesperada virtud de la ignorancia), de Alejandro González Iñárritu, de 2014, también múltiple ganadora del Oscar.

Es como si el actor hubiera tomado los dos proyectos a la vez para recordarle al público que aún está en el juego. Una década atrás, espectadores y directores de casting habían empezado a borrarlo de su lista.  Mencionar su nombre en ese período hacía que los fans inmediatamente miraran hacia atrás, a sus días de gloria en las películas de Tim Burton Beetlejuice y Batman. Nada de lo que estaba haciendo le daba nueva presencia ni entusiasmaba a los fans. Protagonizaba comedias románticas y películas de acción del montón. Una medida de cuán profundo había caído su popularidad fue que su película más exitosas de ese momento fue un film animado, Cars (Pixar, 2006), en el que prestó su voz para Chick Hicks, un llamativo auto deportivo verde que siempre terminaba como segundón de la estrella de las pistas, el Rayo McQueen.

La apariencia desteñida, trasnochada de Keaton lo convirtió en la elección ideal para Birdman. Si el actor aún hubiera estado gozando de estar en una carrera de películas exitosas, es probable que Iñárritu no se hubiera fijado en él. Los años de (relativo) fracaso le dieron una profundidad extra, un millaje emocional. Su personaje en Birdman, Riggan Thomas, fue una vez un nombre destacado en el cine de acción, pero ahora intenta obtener algo de respetabilidad artística poniendo en marcha una puesta teatral en Broadway. Tiene una terrible relación con su hija (Emma Stone), una adicta en recuperación, y parece al borde de un quebranto nervioso.

Iñárritu aprovechó cualidades que antes solo habían sido vistas en películas separadas de Keaton. Por un lado, el director mexicano le permitió al actor mostrar la energía de cables pelados asociada a sus películas con Tim Burton. Por otro, le dio la oportunidad de conectarse nuevamente con su idiota interior. Una escena en particular se destaca en la mente: Keaton corriendo a través de Times Square en ropa interior. Es un momento de humillación cómica simbólica en el que el actor, que quedó fuera del teatro, es visto no solo por los extras del film sino también por turistas de la vida real. Esta fue la respuesta de Hollywood a los rituales que dedican los estudiantes secundarios a los novatos en películas como Colegio de animales.

Keaton disfruta de hacer el payaso, y es brillante en la comedia de improvisación. Se pueden encontrar viejos materiales en YouTube a comienzos de los años ochenta, en apariciones en el programa televisivo de David Letterman, entrando al escenario apoyado en las manos. En esos días, era visto como el más abrasivo de los nuevos cómicos de stand up, siempre dispuesto a seguir lanzando golpes.

Había coprotagonizado con Henry Winkler (el Fonzie de la serie televisiva Los días felices) en Servicio de noche (Ron Howard, 1982). Allí encarnaban a empleados de una morgue que se ganaban un dinero extra como cafishios, dirigiendo un círculo de prostitutas desde su lugar de trabajo. Cada vez que Bill Blazejowski, el personaje de Keaton, aparece en pantalla, está cantándose a sí mismo frases del tema de The Rolling Stones "Jumpin' Jack Flash", o registrando sus más recientes ondas cerebrales en un grabador portátil. Es hiperactivo y muy gracioso; Winkler es el tipo derecho, seco y subestimado.

Pocos podrían haber predicho que ese atolondrado y energético joven iba a llegar a ser un actor de personajes tan avezado. En sus primeros trabajos, Keaton era una bola de energía implacable, maníaca; aún así, una de sus principales pasiones más allá de la actuación era la pesca. Es una imagen incongruente: el demoníaco exterminador de gente Beetlejuice parado lánguidamente a la vera del río, lanzando la línea, tratando de cazar una trucha.

"Podía contarle a mis amigos y se reirían. Simplemente no sabrían de qué les estaba hablando o pensarían que les estaba tomando el pelo", comentó el actor sobre esa insospechada pasión, en el website sobre pesca con mosca Midcurrent. "Si hubieran sabido de eso habrían asumido que, dada mi personalidad, estaba bromeando, que obviamente no era la clase de cosa a la que yo me podía dedicar. Lo que no entendían -ahora hay gente que sí lo entiende- es que se trata de un lugar en el que podés estar a la deriva y al mismo tiempo absolutamente fijado."

En pantalla, Keaton nunca está a la deriva. Está siempre presente en el asunto. Es revelador verlo en Hambre de poder (2016), la biopic de John Lee Hancock sobre Ray Kroc, el hombre de negocios / viajante estadounidense que convirtió a los restaurants de comida rápida McDonald's en una marca global, pero exprimió su alma y sus estándares en el proceso. Nacido en 1951, Keaton estaba a mitad de sus 60 años cuando tomó el personaje, pero aún actuaba con el mismo estilo implacable y de alta adrenalina que exhibía en los comienzos de su carrera.

La película abre con un Keaton en primerísimo plano hablándole a la cámara, dando su discurso de ventas. Es incómodo de ver. Es algo inquietante. "Si aumentás tus existencias, llegará la demanda", repite como su frase favorita varias veces, acelerando las palabras. Cuando la cámara finalmente se retira, el espectador advierte que se encuentra en una cafetería muy modesta, y que el propietario de mayor edad está tratando de sacárselo de encima. No puede concretar ventas. Keaton captura la agresiva ambición del vendedor a la vez que le da cierta pátina existencial. Hay muy pocos actores en el Hollywood contemporáneo que pueden cubrir esas dos bases de manera tan efectiva. Es la razón por la cual, tras más de 40 años de estrellato en el cine, aún  puede interpretar a héroes de la vida diaria y a villanos de Marvel. Puede que está en sus setenta, pero todavía nadie se anima a elegirlo para el rol de un hombre viejo.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.