En su cabeza hay un gol
Nacido en Sudáfrica en 1959, instalado en Gran Bretaña desde fines de los ‘70, el reconocido Neville Gabie lleva casi tres décadas fotografiando lo que –según él mismo reconoce– es una obsesión a todas las luces. Campos de futbol improvisados, o más bien, sus arcos, son lo que le quitan el sueño a este artista que se ha pateado las calles de ciudades de todo el mundo, a la pesca de descifrar dónde diantres juegan a la pelota las personas que no tienen un peso para alquilarse una canchita. “Estos marcos simples, bajo el resplandor del sol, hablan de sentido de comunidad y pertenencia, también de resiliencia frente a las dificultades”, subraya el encandilado varón, que ha registrado porterías caseras en Francia, Escocia, Paraguay, Inglaterra, Argentina, Túnez, Irlanda del Norte, Noruega, Corea del Sur, Zimbabue, Portugal, Marruecos, etcétera. Más de 40 países de todos los continentes, subraya. De hecho, admite que su nutrida colección suma más de mil fotos; no todas, sobra decir, exhibidas actualmente en el Design Museum de Londres. Pero sí algunas, que actualmente son parte de la más amplia muestra colectiva Football: Designing the Beautiful Game, que hasta el 29 de agosto aborda el deporte que tantas pasiones despierta –en especial actualmente–, desde distintas firmas y diferentes aristas (por ejemplo, la planificación de los estadios más importantes del globo, cómo ha evolucionado el calzado, qué rol juego el diseño gráfico en los logos). “Hay un lenguaje en la marcación del arco que se conecta directamente con el lugar. En cierto modo, es un espejo de la situación económica y política de los países, un símbolo tan poderoso como cualquier otro”, subraya el también escultor, que prefiere mostrar solo las porterías, sin jugadores ni jugadoras a la vista, en pos de “centrarme en su esencia misma, siendo -como es- el marco maravilloso de un contexto inmediato”.
Migra tú, flamenco loco
“Parece que Pink Floyd ha regresado del lado oscuro de la luna”, publicó recientemente en redes el departamento de Parques y Vida Silvestre de Texas, Estados Unidos, tras recibir un video donde se veía claramente a un fugitivo en acción: un encantador flamenco en pleno vuelo que, desde hace un tiempo, recibió el mentado mote de Pink Floyd. La odisea de este plumífero empezó hace 17 años, cuando logró escapar de un zoológico de Kansas, donde se lo conocía por el anodino nombre de “492”, conforme marcaba su plaquita de identificación. En un episodio digno de película de Pixar, el ave –oriunda de Tanzania-– se fugó en 2005 junto a otro compañero alado llamado 397, pero por misteriosas razones tomaron rutas distintas. Su colega voló hacia el norte, a Michigan, donde simplemente desapareció, probablemente por no haber resistido las bajas temperaturas del duro invierno. Pink, mientras tanto, encaró hacia el sur, mostrándose de tanto en tanto: a veces en Louisiana, a veces en Arkansas, a veces en Texas. En este último estado, de hecho, acaeció el reciente, inesperado avistaje del flamenco, más precisamente en Lavaca Bay. Según especialistas, es rarísimo ver flamencos solitarios, como el adaptable y andariego Pink Floyd, que hace unos años –por cierto– hizo buenas migas con un flamenco caribeño, que habría escapado de México. Evidentemente la amistad no prosperó porque, en las esporádicas ocasiones en que volvió a mostrarse, el fugitivo tanzano estaba solito su alma. Dicho lo dicho, dado que su edad estimada ronda los 20 años y que los ejemplares de su especie suelen vivir más de cinco décadas, algo es certero: la saga continuará. El zoológico de Kansas, por lo pronto, no tiene intención alguna de ir en su búsqueda, en tanto entiende que le haría un daño irreparable al libérrimo Floyd, que se ha acostumbrado a hacer de las suyas sin que le corten las alas. Figurativa y literalmente hablando, evidentemente.
Todos y todas, historietistas
Si se le pregunta al público nipón –como hizo hace unos cuantos meses la cadena de tevé Asahi a través de una encuesta– quiénes son los y las mejores mangakas de la historia, no faltarán los nombres de Eiichiro Oda, autor de One Piece; Koyoharu Gotōge, responsable de Demon Salyer; Akira Toriyama, inventor de Dragon Ball; Takehiko Inoue, creador de Slam Sunk; Masashi Kishimoto, de Naruto; por citar apenas algunos de los referentes del cómic japonés, uno de los grandes orgullos -e industrias- nacionales. De hecho, en pos de mantener viva la chispa por la historieta de estas latitudes, el Ministerio de Economía, Comercia e Industria de Japón y alrededor de una docena de instituciones culturales locales se aliaron con Google para armar una propuesta para presentar al mundo información atractiva sobre este arte tan popular y apreciado, con información sobre sus orígenes, sus padres y madres, sus estilos, sus mejores tebeos. El resultado es Manga Out Of The Box, recientemente lanzado, que puede pispiarse online y, asimismo, trae un bonus que dejará a más de un zapato, falto total de destreza con el lápiz, realmente encantado. Porque pocos gozan del talento de Oda, Gotōge, Toriyama y compañía, habemus herramienta a la altura de la –falta de– habilidades: se trata de Giga Manga, obra de Arts & Culture, de Google, que invita a que el internauta haga unos toscos garabatos, le sume unas pinceladas de color. Inteligencia artificial mediante, se convierte el precario dibujo en una auténtica obra digna de publicación. Si la herramienta digital hace su magia, detectando intenciones y completando espacios en blanco, es gracias a haber “estudiado”; fue entrenada con más de 140 mil imágenes de historietas famosas de alta resolución. El resto, como suele decirse, es historia: de la computación, que cada vez inventa mejores maneras de que cualquiera se luzca aún sin una pizca de talento.
Luz, cámaras...
Para conmemorar sus cinco décadas de historia, el Museo del Cine Ducrós Hicken ha sacado a relucir las joyas más destacadas de su coronada colección: cámaras y proyectores que fueron parte de los inicios mismos del séptimo arte en Argentina, y que dieron origen a un acervo de valor inestimable. Todo gracias a la temprana pasión de un hombre: Pablo Christian Ducrós Hicken (1903-1969), investigador, pintor, realizador ocasional y, obvio es decirlo, tenaz coleccionista. Son 33 los equipos que pueden verse en la muestra; “algunos usados por pioneros del cine nacional como Eugenio Py, Mario Gallo, José Ferreyra o Eugenio Cardini”, ofrecen desde el museo. Que cuenta que está expuesta además “una de las primeras cámaras fabricadas por los hermanos Lumière, manufacturada por Jules Carpentier en 1896, que podía filmar, copiar o reproducir películas”. En un artículo para la revista El Hogar, de 1948, el propio Ducrós Hicken anotaba que, ya de niño, despertó en él un “inusitado interés por la técnica del cine”, que con el tiempo profundizó a partir de “catálogos, folletos y libros donde no se hablaba más que de estos maravillosos aparatos movidos por engranajes”. Al respecto, el también periodista (colaborador de los diarios La Nación y La Prensa, de revista Atlántida, etcétera) escribía que “los modelos de mi colección de cámaras fueron los únicos utilizados en los comienzos de nuestra cinematografía”, y procedía a enumerarlos con tangible entusiasmo. A saber, y en sus palabras: “El ‘Lumière’ de 1896, usado solo por aficionados aventajados como fue el doctor Pedro Arata; el ‘Demeny’ traído por la casa Ortuño para registrar actualidades para el teatro Ateneo; el ‘Pathé Frères’ de 1903, que usó cinco años después Mario Gallo para rodar el primer film de argumento, El Fusilamiento de Dorrego. Los otros ‘Pathé’ de 1906 –o el molinillo de café, como lo llamaba Cecil B. De Mille– usados por el operador Eugenio Py cuando captó las imágenes de Amalia (1914)”. “Algunos de estos aparatos tienen triple función: son cámaras, impresoras de copias y proyectoras a la vez”, aclaraba por esas fechas Ducrós Hicken, tenido por primer investigador y coleccionista de la historia del cine nacional, de quien también se exponen fotografías, documentos, cuadros en la exposición en curso. Vale mencionar que el museo fue creado a fines de 1971, en virtud de la donación que Jacinta Vicente -–viuda de Ducrós Hicken– hizo de la colección de su difunto marido, a dos años de su muerte. Solo desde 2011, empero, está emplazado en el pintoresco edificio donde otrora funcionó parte de la antigua usina de La Ítalo, empresa de electricidad, en La Boca. Antes de instalarse en Caffarena 51, tuvo seis sedes distintas (incluidos el ex Instituto Di Tella y el Centro Cultural Recoleta, para más info). 50 años del Museo del Cine: Colección Ducrós Hicken, la muestra actual, puede visitarse los lunes, miércoles, jueves y viernes de 11 a 19 hs, y sábados, domingos y feriados de 10 a 20. La entrada general cuesta 50 pesos, una pichincha.