En el header del Facebook del Museo de Informática de la República Argentina hay una foto de un pibito con cara extática mientras una granada de fotones estalla contra su rostro. En su expresión, el asombro de ver correr el Indiana Jones and the Last Crusade en una vieja consola Atari. Y, curiosamente, esa mueca es la misma que le brotó a cada visitante -grandes, chicos, da igual- que pasó por acá, por esta misma sala, durante estos 12 años de historia, fábulas y tecnología.
Pero ahora, en este preciso instante, esa mueca queda suspendida, queda en stand-by, queda en veremos: después de dos años y pico de vaivenes e incertidumbres, cierra la sala de exposiciones del Museo de Informática, una de las pocas en su especie a lo largo del planeta. "Todos los recursos propios que conseguimos se fueron gastando en una habilitación interminable", explica Carlos Chiodini, romántico de la tecnología y director de este museo todavía ubicado en Marcelo T. de Alvear 738.
Chiodini, que de tan romántico y comprometido sufrió un paro cardíaco hace apenas unos días, se lamenta por la falta de apoyo estatal y privado a estas iniciativas: "Con poquito nos podrían ayudar mucho". En 2020, con la llegada de la pandemia, estuvo por sacrificar la réplica de Clementina, la primera computadora argentina, para aguantarla un poco. Finalmente no le hizo falta -aunque, además de la salud, también sacrificó otras cosas- y siguió buscándole la vuelta.
► Todo está guardado en la memoria RAM
El acervo oscila las 48.000 piezas patrimoniales (entre computadoras y accesorios tecnológicos e informáticos en general), de las cuales el 90% corresponden a una colección privada, de más de 40 años de constancia. Con ellas, el Museo ostenta una relevancia apenitas superada por el Computer History Museum estadounidense y dialoga de igual a igual con el Musée Bolo suizo y el Computer Spiele Museum alemán.
"Esto es como una carta de amor. Si las quemás o las perdés, solo quedan para vos, guardadas en tu memoria", dice Alicia Murchio, tesorera y la otra gran figura del Museo, con tono presumiblemente melancólico. En el fondo, un tendal de computadoras, chiches, cositas y cosotes que, en sí mismos, no son más que fierros y plásticos pero que, puestos en contexto, aportan valor, perspectiva histórica y, lógicamente, pistas para decodificar el futuro. "Si se pierde todo esto, chau", sigue Murchio.
En ese sentido, el Museo conecta con al menos cuatro generaciones y, mientras sus muestras estuvieron activas, recibieron visitantes de todo el mundo y se llevaron galardones de todo tipo. Como el The Tony Sale Award for the Computer Conservation and Restoration, gracias al trabajo de restauración del mockup de la Clementina, aquella computadora diseñada en el corazón de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires que terminó abandonada y desmantelada.
► Nostalgia, conocimiento y aprendizaje
Si la Clementina se erige como una gema única en la Tierra, hay que saber que en el Museo hay singularidades como una AOC taiwanesa clon de la IBM 5150 (un prototipo que no conservaron ni en su propia casa matriz), una SINCORP SBX (creación del investigador de la NASA Pablo De León), una Apple Lisa de 1983 (por la que echaron a Steve Jobs), un servidor IBM 7390 (que supo costar 16 millones de dólares y, tiempo después, se prescindió por chatarra) y más, y más, y más.
¿Parece poco? Sigamos, entonces: unos servidores IBM AS/400e (que soportaron los primeros trabajos de home banking), la SGI Altix 3700 (máquina que utilizó el Servicio Meteorológico Nacional para predecir el clima de los últimos 20 años), una Panasonic SLGC-10 (una Nintendo GameCube integrada a un reproductor de DVD que sólo salió a la venta en Japón y se discontinuó a los cinco minutos), una Apple II (autografiada por el mismísimo Steve Wozniak), una Vectrex de 1983 (con pantalla integrada, un diamante que puede costar unos 200 mil pesos) y hasta un scanner que perteneció a la primera redacción de Página|12.
"El museo otorga nostalgia, conocimiento y aprendizaje", cuenta Chiodini mientras muestra una factura de una NEC APC III del año 1987 que en su momento costó 13.854 dólares, el equivalente a casi tres autos de la época. "Todo tiene un cacho de historia", continúa. Y enseguida se suma Murchio, consciente del patrimonio simbólico e histórico del Museo: "Que estas piezas estén en Argentina nos da una entidad global".
Asimismo, el Museo también consta de una biblioteca especializada y una softwareteca. ¿Una softwarequé? Un espacio único que conserva cientos de programas y cuenta con locuras como software hecho en cintas perforadas y hasta con programación escrita a mano. Una verdadera demencia: allí vive y se conserva esa otra parte de nuestra propia historia. "Si a mí me tocara morir, lo haría pensando en que dejé algo útil para el país", asegura Chiodini, que buscó la habilitación del Museo hasta el final.
► A rodar, a rodar
¿Cómo sigue la mano? Muy posiblemente como un museo itinerante. Spoiler: no, no es lo mismo que tener una sala de exposiciones, está clarísimo. Sin embargo, al menos, tanto Carlos y Alicia como los más de 25 voluntarios que pululan por el Museo sienten que hay algún tipo de porvenir. "Seguro sean muy pocas las muestras que podamos hacer durante el año", avisa Chiodini. "Solo vamos a poder mover cosas chiquitas, ya que varias (señala unas terminales de casi 2 metros de altura y otros tantos de ancho) pesan muchísimo."
Calculadoras, detectores de mentiras, fotocopiadoras, teléfonos satelitales, herramientas para espías, PC personales, jueguitos, consolas insólitas, rarezas imposibles. "Siempre quise tratar de mostrar cómo cambiaron las cosas", asegura Chiodini mientras se entusiasma con la historia de cómo una tríada de mastodontes tecnológicos terminaron evolucionando en un disco rígido que entra en la palma de una mano.
"No me voy como un campeón, pero me voy luchando", sostiene Chiodini con el pecho inflado. Con todo este raid de divulgación y sentimiento, el Museo de la Informática deja su impronta y se cuelga la medalla de ser el primero y el más grande de su estilo en América Latina. En tanto, con la decisión tomada, solo le queda por delante abrir sus puertas durante los cuatro sábados que le quedan a abril (9, 16, 23 y 30, siempre de 15 a 19).
Después, habrá que esperar por alguna muestra o por quién sabe qué o quién sabe cuándo para que, como antes, como hasta fines de abril del 2022, aquellos ojos de niño vuelvan a llenarse de asombro.