Ricardo Chomicki, alias Caddy o Víctor, se sentó el último miércoles frente a un tribunal federal como denunciante de torturas y secuestro del que fue víctima en el Servicio de Informaciones, tratando de dar una vuelta de campana en su rol, en el que también lo señalaron sus propios compañeros de militancia: no sólo el de un quebrado y colaborador, sino el de un miembro más de la Patota de Feced. Chomicki dijo haber estado detenido desde el 1° de diciembre de 1976 hasta el 13 de junio de 1977, la mitad del tiempo como "aviador" (presos no reconocidos, en el aire) y el resto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Asi eligió relatar que su vida cambió cuando Agustín Feced vio en su compañera Nilda Foch algo que le recordaba a su hija mayor, y decidió protegerlos, pedir por su vida nada menos que a Leopoldo Galtieri, y obligarlos a casarse por Iglesia en Zavalla. "Vos la metiste a la piba en esto, hijo de puta, así que ahora te vas a hacer cargo", relató esta semana, al igual que lo había hecho en octubre de 2010 frente a otro tribunal federal, en la causa Díaz Bessone, donde fue sobreseído, siguiendo el criterio que bajaba de Nación, al afirmar que el que ingresaba víctima a un centro de detención, salía víctima. 

Ahora, Chomicki hizo hincapié en la denuncia de violación que sufriera su esposa Nilda Folch, por parte de tres integrantes de la Patota: el Cura Marcote, Héctor Fermoselle y un ignoto -hasta el momento- Jorge, a quien nunca se pudo individualizar. En rigor de verdad, a lo largo de su testimonio de más de 90 minutos, Chomicki repitió que "no hay un solo testimonio de gente que diga que participé en su secuestro a excepción de Genoroso Ramos y su hijo". No pudo desarticular el principal ataque que recibe desde hace cuarenta años por sus pares: no haber hablado para desentrañar el destino de sus propios compañeros. "No hay sobrevivientes como nosotros. Todos se murieron", dijo en una parte más que aclaratoria del lugar desde donde habló. 

Es que en verdad pareció una descripción un poco liviana para describir el destino de quienes pasaron por uno de los peores infiernos, como fue durante la última dictadura, el Servicio de Informaciones, y que hubiesen tenido el deseo final de dejar de existir. "Se murieron", dijo Chomicki. “En el Servicio de Informaciones siempre era de noche. No había luz y la radio siempre estaba a todo volumen. Había una dicotomía enorme: mientras en la radio se escuchaba gente feliz y música, nosotros escuchábamos los gritos de la tortura. Eran dos realidades paralelas, la vida de afuera y el desastre que era adentro del Servicio de Informaciones”.

El ahora denunciante de dos miembros de la Patota, comenzó recordando que “militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) hasta que fuimos a un villa en Tucumán y Felipe Moré, la catorce. Eso era lo que perseguía cuando empecé a militar, que era estar al lado del pueblo”. Después indicó que “hubo un allanamiento" en su casa. "Era la casa de mi madre en 1975, que estaba en Mendoza 1222 primer piso. Yo trabajaba en la óptica Marani y por eso pasé a una semiclandestinidad”.

Metido de lleno en su relato militante, expresó que “Montoneros tenía un verdadero ejército, y a cuando estoy por cumplir mis 18 años, paso a revistar en el ejército montonero en calidad de soldado. Ya en 1976 paso a la clandestinidad en forma absoluta, junto a Nilda Folch, quien también sufre allanamientos y persecuciones. Entonces nos vamos a vivir a un ranchito de madera en avenida Pellegrini y Felipe Moré”.

Según relató, en ese tiempo recibió instrucción militar. "Por lo cual ese ranchito, que era nuestra casa, pasó a ser una casa operativa, donde teníamos las armas de nuestro grupo. Como las caídas eran constantes a partir del 76, me ascendieron rápido en el ejército montonero. Primero tuve a cargo una unidad básica, hasta que en octubre de 1976 sucedió un hecho que desembocaría en nuestra detención: llegó un compañero a mi casa avisando que había otros compañeros que estaban dando domicilios bajo tortura. Así que levantamos la casa y las armas. Al otro día a la madrugada, el ranchito fue destruido a balazos”. 

“Dormimos en la calle o en casas de compañeros, pero solo una noche por seguridad, hasta llegamos a estar en el arroyo Saladillo a la vera de un árbol. Esa precaridad y falta de alojamiento, derivó en nuestro secuestro”, confió. El operativo ocurrió según dijo el 1° de diciembre de 1976 en un bar de avenida Alberdi y Juan José Paso, "cuando íbamos a hacer un encuentro de control, con Joaquín", dijo al pasar Chomicki, apuntando a un compañero asesinado.

“Nos suben a dos autos distintos, porque alguien nos marcó, y nos llevan a la comisaría 10, pero cuando llegamos nos sacan inmediatamente y nos suben a otros autos y nos llevan a la Jefatura (Santa Fe y Moreno) tirados en el piso con los pies en la espalda. Cuando me ingresan al Servicio, el Ciego Lofiego dijo ‘cayó el Oso’. Adentro supe después que tenían hasta mi registro dental”, aseguró.

Chomicki continuó su relato. "Me desvisten, me atan de pies y manos, me desnudan, me mojan y me picanean. Describir la tortura es casi morboso y no creo que aporte mucho -aclara-. Uno se arquea, pierde el control de los esfínteres. Es terrorífico. Pero había algo que me martirizaba aún más que mi tortura: los gritos de Folch (su compañera) en una habitación contigua. Mientras me torturaban Lofiego me decía ‘mira como torturan a tu compañerita’. Entonces pensé en dar algo, una información y dije la dirección de un compañero. Me llevan en un auto a la casa de Generoso Ramos Peralta, un colaborador periférico que prestó su domicilio para reuniones y a mí me alojó. Lo detienen también a su hijo, pero yo nunca bajé del auto. Me dejaron atado en el piso y así salimos al Servicio. Pero cuando se dieron cuenta de que el detenido no era muy importante, me empezaron a pegar”. 

Según relató, Feced pasaba a cada tanto a conocer a los detenidos. "Ahí sucede un hecho que va a cambiar nuestra historia: Feced conoce a Folch y le hace acordar automáticamente a su hija mayor. Eso hace que se compadezca. Nos llevan a una oficina y Feced dice textualmente que si él comprobaba que ninguno de los dos teníamos una boleta, es decir, que no habíamos matado a un policía o un militar, él nos iba a ayudar. Entonces, nos cambió el hábitat de detención". Según describió, tenían tareas asignadas. Contó que limpiaban la sala de tortura, dormían y se alimentaban sobre la camilla de torturas, después de limpiar la sangre.  

Chomicki también admitió que "en comparación con los otros compañeros", estaban "en mejores condiciones". "Pero nosotros seguíamos secuestrados, hasta el 15 de febrero de 1977". Ese día, Feced fue a pedirle por la pareja al entonces comandante del Segundo Cuerpo de Ejército, Leopoldo Galtieri. Entonces los legalizaron. A partir de ese momento, comenzaron a recibir visitas y a salir. 

Chomicki continuó: "Muchos se preguntan por qué llegada la democracia no denuncié estos hechos". Afirmó que después de ser liberados, él y su esposa se radicaron en Mar Del Plata, donde recibían visitas periódicas de personal de inteligencia, que los amenazaba. Dijo también que el Estado le reconoció la condición de víctima al indemnizarlo dos veces, y también se quejó: "Nunca fui llamado a declarar como testigo, me vinieron a detener en 1984, y luego en 2004".

Desde siempre, los denunciantes de esta pareja aclararon que no se les reprocha a Ricardo Chomicki y a Nilda Folch las actitudes motivadas por la actuación de un plan sistemático de represión que evidentemente se hallaba dirigido a quebrar la personalidad de los cautivos. El reproche -advirtieron siempre- es la participación activa de los mismos en hechos consistentes en privaciones ilegítimas de libertad, tormentos y muerte de las personas que allí se encontraban cautivas. 

Por eso resultó de interés la respuesta al fiscal Adolfo Villate, quien le preguntó a Chomicki quien era el torturador. "Lofiego era quien torturaba por mano propia. Y había un segundo que interrogaba. Y cuidaban de hacer eso siempre", remarcó en su respuesta, tratando de despejar los fantasmas que lo colocaban en la mesa de torturas y en los interrogatorios. "Niego rotundamente haber torturado ni haber apremiado a nadie". "Era uno más, uno como los demás, siempre fui un secuestrado, un preso", remarcó a pesar de que pudo deambular por el servicio sin vendas en los ojos y viendo  a los centenares de torturados, cuyo destino final tampoco en esta oportunidad estuvo en sus labios.