La rusofobia crece en Argentina. Dos episodios recientes encienden las alarmas y generan preocupación: la vandalización de la Iglesia Ortodoxa Rusa del Patriarcado de Moscú, la catedral ortodoxa más importante de Sudamérica, ubicada en Bulnes al 1700, en el barrio de Palermo, con inscripciones que decían: “Putin=Stalin. Genocida”; y la plaza de la Federación de Rusia, en Belgrano R, a la que se le tachó el nombre. “Solo una mente enferma puede vandalizar una catedral donde se reza por la paz y por las almas”, advierte Leonardo Golowanow, “el ruso”, como le dicen a este hijo adoptivo de una familia ruso-ucraniana.
“Asimilar a Putin con Stalin, una figura muy crítica, no pareciera tener lógica. Pero prendés cualquier canal de televisión y te van a decir que Putin es un criminal y que hay que juzgarlo como criminal de guerra. Hay inadaptados que me escriben y me acusan de crímenes de lesa humanidad porque tengo una opinión distinta a la de ellos”, se queja Golowanov y admite que es “vergonzoso” escribir consignas políticas en la puerta de una iglesia. “No se lanzan misiles desde la catedral ortodoxa a ninguna parte”, ironiza Golowanow.
¿Sos rusa o ucraniana?
“Si quieres entender la situación y tomar una decisión informada, escucha a ambas partes”, plantea Monseñor Leonid, obispo de la Diócesis de Argentina y Sudamérica de la Iglesia Ortodoxa Rusa del Patriarcado de Moscú, a Página/12. “Actualmente la mayoría de la gente en Argentina no tiene la posibilidad de obtener información alternativa, de escuchar un punto de vista diferente. Si miras lo que ocurre a través de la mirilla de una puerta, ¿qué puedes ver? Esta es, en mi opinión, la principal razón del crecimiento de la rusofobia en Argentina”, explica Monseñor Leonid y precisa que la guerra “causa dolor en el corazón de cada persona, especialmente para los habitantes de Rusia y Ucrania, que son pueblos hermanos, unidos por una misma historia y fe”.
La máxima autoridad de la Iglesia Ortodoxa Rusa en el país recuerda que la iglesia es “un lugar de oración” y cita una frase del Libro de los Salmos: “Dios es nuestro refugio y fortaleza, un pronto auxilio en las tribulaciones”.
La dueña de una tintorería, que se define como soviética, vivió en carne propia la rusofobia, a fines de febrero, cuando comenzó la guerra. Una clienta entró al mismo local adonde iba desde hace trece años con una inquietud: “¿Sos rusa o ucraniana?”, le preguntó. “Yo soy soviética”, le contestó. “¿Pero soviética rusa o soviética ucraniana?”, insistió la clienta, porque “si sos rusa no vengo más porque son unos asesinos”. La dueña de la tintorería no podía creer lo que estaba escuchando y la echó del local. La anécdota la cuenta Silvana Jarmoluk, presidenta de la Asociación de Entidades Rusas en Argentina, que nació en la ciudad de Alushta, en el sur de la Península de Crimea, y cuando tenía seis meses sus padres llegaron a la Argentina.
A Jarmoluk, productora, realizadora cinematográfica y docente, muchos compatriotas la han llamado para denunciar que recibieron amenazas telefónicas o por redes sociales. “Nosotros tenemos una página de Facebook que se llama Rusos en Argentina, en la que fuimos publicando a partir de la vandalización de la iglesia ortodoxa del Patriarcado de Moscú las cosas que nos escriben ahí: que somos agentes de la KGB; qué como podemos ser tan inhumanos; todas cuestiones verbales que se dirimen a 17 mil kilómetros. Hay mucho odio y xenofobia”, confirma la presidenta de la Asociación de Entidades Rusas en la Argentina. La rusofobia, enlazada con la cultura de la cancelación, ha afectado a artistas y deportistas.
La National Gallery de Londres decidió cambiar el nombre de un cuadro de (Edgar) Degas, “Bailarinas Rusas”, por “Bailarinas ucranianas”. “Vivimos en una locura; cualquier persona puede atacar a otra porque es rusa. Esto es inadmisible y está armado desde los medios de comunicación occidentales”, aclara Jarmoluk, una referente para la embajada de Rusia en el país que se encargó de distribuir la información que le llegaba de forma directa desde el Instituto Gamaleya, fabricante de la vacuna rusa Sputnik.
La grieta Rusia - Ucrania duele
Golowanow, nieto de un oficial del Ejército Blanco con padre nacido en el exilio en Polonia, en Bialystok, y criado en Varsovia hasta que entró el Ejército Rojo y rumbeó hacia la Argentina, asegura que lo educaron “con un profundo sentido patriótico” de pertenencia a Rusia en la época en que existía la Unión Soviética.
“El conflicto entre Rusia y Ucrania cayó en la grieta; entonces los periodistas que apoyan al gobierno están más dispuestos a aceptar la postura rusa, y los que están en la oposición están absolutamente en contra y no van a escuchar ni escuchan razones. Fue primera plana de todos los diarios como no estoy seguro que haya sido Siria o Libia y todas las situaciones anteriores en que tuvo lugar la intervención de la OTAN”, reflexiona este importador de zorras hidráulicas, que nació en 1966 y está casado hace 22 años con una rusa nacida en Magadan, con la que tiene tres hijos.
“Esta es una guerra horrible, como todas las guerras; hay gente que tuvo que abandonar su país y emigrar, un proceso que se vive con dolor”, reconoce Golowanow, miembro del Consejo Coordinador de Compatriotas Rusos en Argentina que estuvo con el ministro de Cultura de Rusia, Vladimir Medinsky, que visitó Buenos Aires en 2015, y que hoy es el consejero de Putin que anunció al mundo el acuerdo de los corredores humanitarios para civiles.
“Cuando discuten que el presidente Putin dijo que uno de los objetivos era la desmilitarización y la desnazificación y recuerdan que Zelensky es de origen judío, lo que nadie dice es que hay 45 calles con el nombre de un nazi como Stepán Bandera y 42 monumentos en honor a él, además de 13 monumentos a Roman Shujevich, que estuvo en la masacre de Kathyn en Bielorrusia. Todas estas cosas se omiten porque después de la Segunda Guerra los que habían sido colaboracionistas nazis fueron colaboracionistas de Estados Unidos y de la CIA”.
La culpa es de Rusia
Para Jarmoluk --apellido paterno de origen ucraniano, mientras que por el lado de la madre, Stroganova, es ruso-- Argentina entra dentro de la propaganda occidental que culpa a Rusia de cualquier cosa que suceda en el mundo. “Cuando apareció la vacuna Sputnik, la rusofobia fue tan grande que se decía que la ciencia rusa no existía; científicos y médicos argentinos declaraban que la vacuna estaba floja de papeles o que la vacuna era comunista, cuando el comunismo en Rusia cayó en 1991.
Hoy la Federación Rusa es un país extremamente capitalista desde el punto de vista de la estructura económica”, subraya Jarmoluk y resume lo que ocurrió en los territorios de Donbass, en Donetsk y Lugansk, que autoproclamaron su independencia de Ucrania y fueron duramente castigados por ser rusoparlantes. “Hubo 14 mil muertos en los bombardeos a la población civil y 50 personas fueron quemadas vivas dentro del Palacio de los Sindicatos en Odessa; pero esas noticias se fueron tapando porque la máquina de la prensa está abocada a destruir la información positiva de Rusia en cualquier ámbito”, sostiene Jarmoluk y coincide con otros de sus compatriotas en el rechazo a una guerra que no quiere nadie.
Jarmoluk creció en una familia donde la Unión Soviética era un solo país y donde no había diferencias nacionales entre las 15 repúblicas. “Rusia, Ucrania y Bielorrusia tienen un mismo origen étnico y de relación histórica. Se sabe que la primera Rusia fue la Rusia que se llama de Kiev, por el año 900 de nuestra era. Desde entonces Rusia, Ucrania y Bielorrusia están juntas histórica y culturalmente”, argumenta la presidenta de la Asociación de Entidades Rusas en la Argentina. “Es muy difícil ver hoy en día que se pelean entre hermanos. Nunca en mi vida pensé que iba a ver un conflicto real entre rusos y ucranianos”, concluye Jarmoluk.