“El viaje, como metáfora universal del vivir y de su verdadero significado: en el retorno al hogar, a la patria, adquieren todo su sentido las revelaciones de los forasteros que dicen que la provisional extrañación de lo local y la familiaridad con lo lejano permiten, al regreso, descubrir los elementos originales, universales, necesarios para iniciar la reconstrucción del mundo que nos merecemos vivir.”

Esta reflexión, que pertenece a Antonio Armesto, profesor de arquitectura en la Universidad Politécnica de Cataluña, la tengo presente al volver a mi ciudad de Catamarca, luego de un viaje por México, donde visité los cascos históricos de varias ciudades. Me permite descubrir nuevamente que aquí tenemos un centro histórico y la imperiosa necesidad de preservarlo, de manera sustentable y sostenible; para recurrir siempre al Modelo que se lee en su corazón, cada vez que necesitemos pensarla.

En el camino desde Mérida, en Yucatán, hasta Palenque, en Chiapas, tuve la oportunidad de visitar la ciudad de Valladolid. Pude comprender que el Estado Federal de ese país tiene un plan para mantener conservados sus cascos históricos pensando, a la vez, una actividad turística que genere ingresos y empleos para sus vecinos. Al llegar a ciudad de México terminé de cerrar la idea del trabajo integral y sostenido que vienen haciendo ya desde hace muchos años.

En México existe un programa turístico, creado en 2001, desarrollado por la Secretaría de Turismo y diversos organismos gubernamentales, que reconoce con la marca “Pueblos Mágicos” a ciudades o poblados que protegen y guardan su riqueza cultural. En el área histórica de la ciudad se ve la influencia del pasado prehispánico, el período colonial y la preservación de tradiciones seculares y ancestrales, así como lugares de acontecimientos históricos en la vida de México.

Valladolid, fundada en 1543 en la antigua ciudad maya de Zací, es una urbe hospitalaria y llena de historia que enorgullece a Yucatán. Esta ubicada a dos horas de viaje desde Mérida y a cuarenta kilómetros de Chichén Itzá. El cenote Zací, es el único de la Península de Yucatán ubicado en pleno centro de una ciudad; es una impresionante caverna parcialmente colapsada de unos cuarenta y cinco metros de diámetro. Actualmente se están haciendo una serie de obras de infraestructura para dotar de valor a la plaza, que tiene este atractivo natural en sus entrañas.

Recorriendo sus calles, disfrutando de su hermosa arquitectura, su gente y la gastronomía auténtica, pude apreciar más claramente las cualidades del programa. El trabajo articulado entre el Estado y el sector privado es evidente. La coordinación esta muy bien aceitada, a tal punto, que es posible recorrer en un pequeño ómnibus durante una hora, los principales atractivos de la ciudad. De esta manera, el turista puede construir un mapa mental que le permite recorrer sus espacios públicos sin perderse, en cualquier momento que lo desee.

El ingreso del automóvil esta restringido. Pero, en algunas calles donde circulan, pude apreciar que la vereda se extiende en su ancho hacia la calzada, con la simple disposición de unos maceteros móviles que hacen mas tranquilo el andar del peatón en determinados momentos del día. Sobre todo, cuando hay mayor actividad comercial en los locales y un aumento de la vida cultural de sus museos y galerías de arte. Esta simple disposición, crea un clima de amabilidad que hace distendido el recorrido, inclusive en las noches cuando la actividad gastronómica es intensa.

Cada vez que salimos y visitamos otras capitales, comprendemos que San Fernando del Valle de Catamarca tiene muchas posibilidades para desarrollarse turísticamente, pero que muchos vecinos todavía no asumimos. Una ciudad de una escala intermedia como la nuestra, tiene la fortaleza de proponer vivir la experiencia de la vida de su casco histórico, con el agregado de la naturaleza a pocas cuadras del centro. Cumpliendo los requisitos de sustentabilidad, competitividad, con el uso de tecnologías de la información y un trabajo transversal, quizás asumamos que Catamarca es un “pueblo mágico” al que todavía no reconocemos.

*Arquitecto