“En la escuela se perdió aquello de enseñar a través del juego. Hay un corte abismal entre el nivel inicial y la primaria, donde tanta burocracia obliga a instaurar una rutina muy estática”. Quien habla es Mabel Sara Kuti, maestra especializada en ese último nivel educativo, que acaba de jubilarse tras más de treinta años en el aula. Hace al menos diez decidió que quería otra cosa para sus alumnxs y empezó a combinar una pasión de su casa -el ajedrez- con el contenido curricular. Su incansable (y exitoso) trabajo en el área la llevó a editar recientemente los volúmenes 1 y 2 de ¡Jaque Mate! Aprendemos a pensar jugando, una herramienta fundamental para docentes interesadxs en el ajedrez como herramienta pedagógica.

Podría decirse que Kuti llegó al ajedrez por desesperación. En la escuela en la que trabajaba -la Madre Teresa de Quilmes- le tocaban siempre grupos donde percibía mucha agresividad. Sus alumnxs no sabían jugar entre ellos, se pateaban, corrían, el diálogo era muy complicado y a ella le era casi imposible bajar contenido áulico en un ambiente de esas características. Recuerda en diálogo con Página/12 que “volvía todos los días muy angustiada y con ganas de llorar” y que fue su compañero Jorge quien entonces le sugirió que probara con el ajedrez, algo que podría ayudar a generar calma en el aula. Aceptó y mientras él le enseñaba su gran pasión, ella se la iba transmitiendo a sus estudiantes de primer grado, que se mostraban maravillados de poder jugar.

En seguida le empezó a ir muy bien. Con la creatividad y la estrategia que demanda la enseñanza de personitas de seis años, la “profe Sara” pronto estaba enseñándoles historia con analogías sobre los peones y prácticas del lenguaje a partir de las leyendas y mitos sobre el origen del tablero, la dama y el rey. “Fue notorio cómo empezaron a ampliar su campo cultural y su vocabulario”, cuenta a este diario quien desde entonces enseña a sumar de tres en tres a partir del movimiento del caballo o a identificar diagonales por el recorrido del alfil.

Tan bien le fue con el desarrollo de ese método que la comunidad de familias de la escuela le pidió que continuara con sus clases en un club del barrio después de hora. Buscó un espacio a dos cuadras del colegio e invitó a todo su curso y a sus ex alumnxs. Al poco tiempo, a su taller en el “Nuevo Progreso” se empezaron también a anotar estudiantes de otras escuelas, con la inquietud por ver qué era aquello tan mágico que sucedía allí. “Llegué a dar una clase para 48 chicos y después se fueron sumando sus papás. En esos casos aprovecho la oportunidad y uso el encuentro para trabajar la convivencia y los vínculos”, cuenta Kuti.

Publicados por Editorial autores de Argentina, los libros presentan algunos de los ejercicios que la docente lleva a cabo en el aula desde 2011 para un uso transversal y pedagógico del ajedrez para contenidos de Primer Ciclo. “La práctica concreta de alfabetización ajedrecística suscita relaciones de grupo logrando una función socializadora ya que combina la espontaneidad y el cumplimiento de las normas”, asegura.

–¿Nota cambios cognitivos en los niños y niñas a partir de su contacto con el ajedrez en la escuela?

–Es difícil responder eso porque en general están un año conmigo y después ya se van con otra docente. Pero sí es notorio el estímulo que les genera, no solo a ellos sino también a sus familias. En el barrio donde vivo no hay plazas ni lugares para entretenerse y en ese sentido el ajedrez, aunque sea en el marco de la escuela, les da un momento de esparcimiento. Ir a clases se convierte en un enganche, en un atractivo; quieren saber qué más pueden aprender. Automáticamente cuando les presentas la propuesta, los de seis años te dicen “yo sé jugar”, aunque no sepan. Se genera una euforia por conocer el juego y se transforma en algo social.

–En definitiva ese es el gran objetivo, además del de aprender, ¿no?

–Absolutamente. La idea siempre fue no trabajar con el ajedrez competitivo sino con los valores del ajedrez. Y hasta ahora que me jubilé fueron once años en el aula y estoy convencida de que todo esto sirvió. Fue un proyecto que me permitió despertar el interés de los alumnos en el aprendizaje, mejorar su predisposición, su perseverancia y su actitud frente a la frustración, ya que ante una derrota buscan revancha y ponen en práctica otras variantes.

–Dice que siempre trata de trabajar con las familias. ¿Por qué?

–Porque si querés que un nene de seis año tenga continuidad, tiene que haber alguien que lo acompañe. Eso es fundamental. Hace un par de años empezó en el taller del club un nene de jardín de infantes. ¡De jardín de infantes! La mamá tenía dudas pero cuando volvió a buscarlo estaba asombradísima. El nene se había apilado cinco banquetas para llegar a la mesa y poder jugar. Esas son las cosas que te llenan y que supongo que tienen que ver también con mi propia historia. Toda mi familia es apasionada del ajedrez. Nos vamos todos juntos a jugar torneos los fines de semana y es una actividad que disfrutamos y nos une.

–Su método es bastante particular. ¿Conoce otras experiencias similares?

–Ninguna que haga algo así. Compañeros ajedrecistas de afuera ven lo que yo hago y se sorprenden, porque en todo el mundo se está buscando hace tiempo la manera de dar ajedrez en el aula y no hay un método. Por eso hice los libros, porque me insistieron mucho en que dejara algo para la posteridad.

–Los libros incluyen contenidos del Diseño Curricular Docente, proyectos anuales para trabajar en el aula, bibliografía y materiales fotocopiables para compartir con lxs alumnxs. Es más que un material sobre ajedrez…

–Me gusta pensarlos como una reivindicación de la labor de cada docente dentro y fuera del aula. A mi hacerlos me sirvió para disfrutar y amar más mi rol como maestra y destacar los vínculos que genera nuestra actividad.