Es posible que ocurran catástrofes en algún estadio de fútbol e igualmente haya quienes disputen un match.

En efecto, resulta patético pero es parte del sombrío tiempo que nos toca vivenciar: los negocios del capitalismo continúan a pesar de las calamidades que pueblos padecen a diario.

No debemos olvidar que en julio de 1969 la guerra entre Honduras y El Salvador se desató en un estadio de fútbol. El conflicto tenía sus raíces en cuestiones como la expulsión de granjeros, pero el hecho bélico se inició como un enfrentamiento entre hinchadas de las selecciones nacionales.

De hecho, en Latinoamérica "la tradición" se mantiene y mientras en las calles de Lima, Perú, regía el toque de queda en medio del clima de saqueos y represión estatal, igual se disputó el partido por la Copa Libertadores.

No hace mucho tiempo ocurrió lo mismo en Barranquilla, Colombia. En las afueras del estadio arreciaban balas, garrotes y gases contra la protesta social y de todas maneras el duelo deportivo aconteció.

Está claro que, como en la antigüedad romana, si lo que escasea es el pan lo que abunda es el circo.

Las redes televisivas y radiales multiplican el espectáculo que hace caso omiso del sufrimiento de las clases subalternas, sus luchas y sus pesares.

La cohorte de comentaristas de banalidades bombardea desde los estudios de televisión para contribuir a reforzar la alienacíón de las masas.

Miserables tiempos de crueldades e injusticias.

Mucho contra lo que luchar.

 

Carlos A. Solero