No hay nada peor que el fuego amigo, para empezar con verdades de Perogrullo que, por lo visto en el Gobierno y en las tribus del Frente de Todos, jamás son suficientes.
El Ejecutivo corre detrás de los aspectos secundarios que le fija una derecha feliz.
Ahora sucede el remanido espectáculo de que, en la agenda publicada, se habla prioritariamente sobre terribles consecuencias de tránsito en la 9 de Julio. Que podrán ser “peores”.
Mientras esa sección televisada de Ciudad Gótica establece el humor de una parte amplia de la clase media, que es la que hace ganar o perder elecciones, el oficialismo se pierde en la locura de dispararse a los pies sin ninguna diferencia demostrada entre las acciones y propuestas de sus unos y sus otros.
El miércoles pasado, Mario Wainfeld escribió en este diario un artículo extraordinario que va mucho más allá del disparador provocado por el alcalde porteño al criminalizar la protesta social por partida doble: a un lado, la amenaza de represión policial; al otro, demandar al gobierno nacional que quite “los planes” a los manifestantes.
La “olímpica ignorancia” de Rodríguez Larreta, como señala Mario, atraviesa el límite de extender la palabra “planes” a la Asignación Universal por Hijo y, como también agrega el colega, cuesta responder tanta barbarie y desconocimiento.
Bajo esa prevención, propone ir por partes -que hacemos propias con algunos agregados seundarios- y hay tres de ellas que son de piso:
· Larreta ¿desconoce? que la AUH es un derecho institucionalizado legalmente y no un plan, de modo tal que no puede ser arrebatado por decisión unilateral de autoridad alguna.
· La alusión de Larreta a la escolaridad, al haber puesto como condicionante que “los chicos vayan a la escuela” para hacer cumplir la ley en lugar de ser arrastrados a la protesta, es perversa. Raya con la psicopatía. Y retrata al emisor antes que a las instituciones en debate: la condicionalidad no impide que los chicos falten alguna vez a clase. Solamente les exige regularidad.
· Larreta escatima detalles (no dio ninguno, en rigor) en torno de cómo haría para identificar a los planeros que tiene en la mira. ¿Decenas de fotógrafos y camarógrafos privados haciendo de buchones? ¿Huestes policiales dedicadas a esos fines? (en las últimas horas, créase o no y para ratificarlo, se adosó el Gran Hermano de reconocimiento facial a que pretende jugar el gobierno de la Ciudad para marcar gente en marchas y acampes).
Acerca de este último ítem, Wainfeld lanza la simple pero arrolladora contraposición de que a nadie se le ocurriría dar de baja a un jubilado por arrojar piedras o acampar en una avenida. E ironiza que ni Domingo Cavallo habría osado hacérselo a Norma Plá.
La idea de que plantarse contra la doble criminalización de la protesta impulsada por los cambiemitas sirve como primer paso, meritorio pero insuficiente, puede ser vista al revés. Insuficiente pero meritorio.
Valen las dos, porque los signos desplegados en un comienzo, desde el Gobierno, fueron lamentables. Luego fue asegurado que no se dispondrá de las prestaciones sociales para disciplinar a los manifestantes, pero primero se dispuso dar de baja, privándolos de planes, a manifestantes que habrían atacado a CFK arrojando proyectiles contra su despacho. Vuelve la pregunta, que nunca se va, de si el Gobierno ni siquiera puede coordinar declaraciones básicas sobre cuestiones que quedan fuera de toda discusión.
Por si no fuese suficiente con el derecho a la presunción de inocencia hasta que eventualmente se demuestre lo contrario en sede judicial, bastaron las felicitaciones de Patricia Bullrich. Con eso solo, un gobierno que afirma representar los intereses populares debería sonrojarse.
Y volviendo al artículo de Wainfeld, vaya su recordación de que, cuando Néstor Kirchner llegó a la presidencia, había piquetes para regalar. Fue cuando él, Kirchner, inauguró la consigna de su marca.
Ni palos ni planes.
Lo primero lo cumplió a rajatabla y es tan cierto que lo segundo fue laxo, aunque “no es lo mismo pegar que abrir la mano del Estado”, como que el crecimiento y la creación de empleo ayudaron a reencauzar las demandas.
La época, también es cierto, es diferente y menos propicia.
Pero, siempre citando a Mario, el ejemplo merece ser recordado porque Larreta alisa el terreno para desatar vindicta policíaca contra la protesta, atizando el odio social. O sea, derecha explícita a todo trapo cometida por esa extraña variante de “paloma” que es el (muy presidenciable) alcalde de Buenos Aires.
Quizás no sea tan obvio, o no tan registrable de inmediato como debiera ser, que uno repasa éstas, sus líneas, y cae en la cuenta de haberle entregado una gran parte de ellas a prevenciones elementales.
La derecha en avance, no importa si a través de los picos o ropajes plumíferos de halcón contra paloma. En avanzada algo así como orgullosa, además, porque ese sentimiento de derecha -más enraizado en lo social que en lo político, incluso- ya ni tiene el pudor de revelarse como tal.
Declararse de derechas era vergonzante, no tan altri tempi. Ahora no.
Veamos ciertas involuciones progresivas.
Cuando fue el conflicto con “el campo” por la 125, en 2008, el país persistía en un gran momento de despegue económico -después llegarían los problemas del terremoto en el capitalismo central, por la crisis de las hipotecas subprime- y el drama, la derrota, fueron sustancialmente políticos. No era que “el campo” atravesaba dificultades. Tiraba manteca al techo.
Ahora es lo mismo: la levantan en pala y la “zona núcleo” es una fiesta de ingresos por exportaciones. Sin embargo, a diferencia de aquél tiempo, hoy vuelve a plantearse que si les tocan la caja saldrán a cortar las rutas con tractorazos. Pero sin que nadie les pregunte si acaso eso no serán piquetes afectadores del derecho a circular. Sólo importa lo que pasa en la 9 de Julio.
Instauran “dolarización” como delirio conducente, sin perjuicio de que sea complicado imaginar una salida de tamaña inflación con un peso nacional que no vale nada.
Crece la imagen de bufones ultraderechizados que, hasta ayer nomás, no pasaban el rango de humoristas polémicos en programas de la tele, con el único y asimilado objetivo de entretenerse viendo a un loquito, a unos desencajados, a personajes que nadie se tomaba en serio más que para pasar el rato.
En orden aleatorio: que los docentes son unos vagos, que a los negros hay que sacarles los planes, que al Banco Central hay que eliminarlo, eran -entre otros- exabruptos que se decían en voz preferentemente baja y que pasaron a volumen alto en el anonimato de las redes. Pero no atravesaban la frontera del discurso público asumido, y encendido, frente a cámaras y micrófonos. Hoy sí.
¿Qué cosa está haciéndose tan mal entre la dirigencia auto-representada como del “campo popular”, de manera que dicho campo vaya derechito a chocar contra la misma piedra que se sacó de encima hace un par de años?
La única respuesta que a uno se le ocurre es ésa de haber quedado encerrados entre las consignas de los unos y las indecisiones de los otros.
Y tiene la respuesta complementaria, también reiterada, de que los consignistas deberían tener una propuesta concreta, una sola, para combatir la inflación que está comiéndose toda expectativa de futuro siquiera módica.
Los indecisos permanentes, a su turno, ni apenas ensayan producir o apoyar alguna disposición extraordinaria que, aunque más no fuere desde lo simbólico, despierte mínimo entusiasmo.
¿Quiénes son los unos y los otros?
Ése es el problema, justamente.
Cuanto más pretenden diferenciarse entre ambos, festeja esa variante de paloma reaccionaria que es el alcalde porteño. O la bruta variante de halcón que es Macri. O lo que Macri significa.
Debería ser inconcebible que cualquiera de las franjas del Frente de Todos, demolido de facto por su propia resolución, crea que podrá salvarse sola. Unos porque parecen entregados a que lo mejor es recluirse en el testimonialismo, trabajar para el bronce (???) de haber advertido que por este camino volverá la derecha y que lo más conveniente es recluirse entre el primer y tercer cordón bonaerense para reintentar no se sabe qué, en 2027, siendo que ya no hay o habría 2023.
Los otros, entre varios detalles, por aquellas indecisiones en torno de algún gesto/medida -uno/a- que vuelva a entusiasmar o esperanzar en algo (¿ingreso universal?; ¿suba de retenciones?; ¿aseguramiento de canasta alimentaria?; ¿fijación de precios de los combustibles desdolarizados?; ¿algo de todo eso u otra cosa que se comunique bien?). Más la bronca interminable de sentirse bombardeados desde “adentro”. Más creer que podrían prescindir de CFK. Ese paquete les obtura pensar tácticas en vez de estrategias.
Como señaló este sábado el ex viceministro de Economía, Emmanuel Álvarez Agis, Argentina podría salir “caminando” si se acomodara la política.
La política del FdT, a ver si nos entendemos: en lugar de buscar esa salida se empecina en trabarse la entrada.
Que después no digan, los unos y los otros, que no estábamos sobre aviso acerca de la derecha feliz.