Dicen que no hay representante más cabal del espíritu londinense que las agrias aguas del Támesis. La máxima vuelve a corroborarse en el tercer episodio de Slow Horses (reciente estreno de Apple TV+, cada viernes un nuevo episodio). Una jerarca del MI5 (Kristin Scott Thomas) se encuentra con el jefe de un grupo de agentes caídos en desgracia (Gary Oldman) a orillas de ese río. Es de noche y se siente la tirria. Ente chanzas se pasan información clasificada hasta que la mujer corta el parloteo ostentando su mando. ¿Qué hace su interlocutor? Responde con una flatulencia que le regala más tufo al entorno. 

La entrega de seis episodios, creada por –otro- Will Smith (Veep y The Thick of It) y dirigida íntegramente por James Hawes, además de respetar el engranaje del género de espías, regala algunas notas sobre la actual coyuntura europea y un tono zumbón que la acerca a la comedia de las oscuras.

“Otro día amanece en el MI… jodidamente inútil”, desgrana Jackson Lamb (Oldman). El título hace referencia a un comando de espías degradados y enviados a ese departamento a un par de kilómetros de la central pero muy lejos de la acción. Estar confinado en Slough House representa una deshonrosa condena por haber cometido un yerro insalvable. La más reciente incorporación al staff es River Cartwright (Jack Lowden), nieto de una gloria del bureau de inteligencia que acaba en esa oficina sucia y hedionda por su labor durante un entrenamiento. Si fue traicionado, tuvo mala suerte o fue su culpa es lo menos relevante. 

“Estoy rodeado de cagados y vos tenés la medalla de oro entre los cagados. Ni tenés derecho a estar acá. Deberías estar atascado en el infierno con pegamento”, le suelta su jefe. El director pasa las horas cortándose las uñas, insultando a quien tenga delante y bebiendo scotch. El desdén por su aseo sólo es equiparable a la inacción que hay desde su despacho. “Debo ser honesto, trabajar con todos ustedes fue el punto más bajo de una carrera decepcionante”, lanza en un speech que busca motivar a su equipo.

El caso a resolver y motor argumental es el de un grupo de ultra derecha supremacista que secuestró a un joven musulmán y amenaza con decapitarlo en vivo por Internet. La seguridad nacional británica, entonces, pende de lo que hagan los “caballos lentos” que cuentan con información caliente. Más bien quedaron atrapados en las intrigas, el accionar de topos y engaños entre los que se destaca Diana Taverner, la segunda a cargo de operaciones encubiertas del servicio de espías (Scott-Thomas). El encanto de Slow Horses no es solo el foco sobre este comando que opera lejos del glamour y la elite. El tono filoso y el suspense funcionan de manera aceitada, junto a las notas sobre un caldo social espeso.

La entrega -con continuación asegurada- es la transposición de la primera novela de una saga escrita por Mick Herron, heredero de John Le Carré en eso de preocuparse más por sus criaturas. Oldman resaltó en entrevistas el trabajo del autor. “Hizo un mundo que podemos reconocer. James Bond es como un superhéroe, aquí está el mundo del espionaje pero con gente que podríamos ver en las calles y sentirnos afines especialmente por sus fallas. Es gente con los que la audiencia se puede conectar”, le dijo a Collider. Entonces, no hay reminiscencia bondesque en Slow Horses sino “perdedores, inadaptados y borrachos”, tal como canta Mick Jagger en “Strange Game”, la pegadiza canción que se escucha en la apertura y el cierre de cada episodio.