Desde Lima
Pedro Castillo, el maestro rural y sindicalista de izquierda que asumió la presidencia hace poco más de ocho meses, pasa por su hora más difícil. Ya no enfrenta solo a la extrema derecha que lo quiere sacar de la presidencia desde el primer día de su gobierno, sino ahora también a los sectores populares, su base electoral, que en los últimos días tomaron las calles en movilizaciones contra el gobierno. Y ha perdido aliados en la izquierda. Campesinos y maestros, dos sectores a los que Castillo está especialmente ligado, son parte de esas protestas que se han dado en buena parte del país.
Primero fue un paro de agricultores y transportistas contra las alzas de precios de combustibles, alimentos y fertilizantes para el agro, después se sumaron las movilizaciones de los principales sindicatos del país, incluido el de maestros, que le demandan al gobierno que cumpla con el programa de cambios con el que ganó las elecciones. Del otro lado, la derecha busca sacar provecho del escalamiento de la crisis y también se moviliza en las calles. En estas movilizaciones, que han tenido su expresión más importante entre los sectores medios y acomodados de Lima, no se reclama por el alza de precios, se exige la salida de Castillo. Dos protestas de origen, composición y demandas distintas, dos flancos que atenazan a un gobierno que muestra poca capacidad de reacción.
La respuesta de entraña autoritaria del gobierno a las movilizaciones sociales, imponiendo el estado de emergencia y un toque de queda, el que tuvo que levantar por el rechazo generalizado que produjo, encendió más la indignación y las protestas. Una torpeza que ha sumado al debilitamiento del gobierno. En respuesta a las alzas de precios se han eliminado impuestos a combustibles y alimentos para reducir su precio, aumentado el sueldo mínimo y se darán subsidios a los fertilizantes. Las protestas sociales que jaquearon al gobierno se han levantado, pero es solo una tregua. La crisis no ha cedido. Y en el plano político, la crisis se agudiza.
Después de haber fracasado dos veces en conseguir los dos tercios de los votos para destituir a Castillo, desde el Congreso controlado por la derecha ahora le piden al presidente que renuncie. Quieren nuevas elecciones presidenciales, pero quedarse ellos en sus curules. Una opción que encendería más las calles. La ira en las movilizaciones populares no ha apuntado solo contra el gobierno, sino también, y con fuerza, contra un Congreso muy desacreditado. Según un reciente sondeo de Datum, la desaprobación a la gestión de Castillo llega a 76 por ciento, pero el rechazo al Congreso es mayor, 82 por ciento. Que se vayan todos es el sentimiento que gana terreno y se vuelve mayoritario.
“La situación es muy compleja. Lo más probable es que el alza de precios continúe, se viene un problema económico serio, con protestas importantes con riesgo de violencia, y Castillo no tiene la claridad ni la lucidez para enfrentar este problema. Creo que la salida es una movilización ciudadana que empuje a Castillo y al Congreso a renunciar ambos y adelantar las elecciones. Lo más riesgoso es la destitución de Castillo o su renuncia y que se quede el Congreso, que es funcional a la extrema derecha. El mayor peligro es la derecha autoritaria atrincherada en el Congreso”, le declaró a Página 12 el sociólogo y analista político Carlos Reyna.
Por su parte, el politólogo Juan de la Puente, director del portal de análisis político Pata Amarilla, le señaló a este diario que “el hecho fundamental de las protestas de corte popular ha sido la ruptura de los movimientos sociales con Catillo”. “Me parece imposible una salida que implique que se vaya Castillo y se quede el Congreso por el rechazo que eso tiene entre la ciudadanía. La destitución de Castillo es un tema que todavía divide al país, pero la consigna que se vayan todos es algo que ya une al Perú. Para que esa consigna se concrete para ir a elecciones generales la presión ciudadana tiene que ser lo que hemos visto estos días multiplicado por diez. En este momento no hay salida a la crisis”, dice De la Puente.
Su alejamiento del programa de cambios, las denuncias de corrupción, cuestionados nombramientos, su distanciamiento de un sector importante de la izquierda, se han sumado a la crisis económica y los ataques de la derecha para debilitar a un gobierno que comenzó como el de la esperanza y se encamina a terminar como una frustración. Esa frustración se ha sentido en las calles.