Otra vez México y Brasil volvieron a mostrar por qué son dos países históricamente más respetados que Argentina en el campo de las relaciones internacionales. La reciente votación en la Asamblea General de la ONU que determinó la expulsión de Rusia del Consejo de Derechos Humanos del organismo expuso en forma cruda las presiones que son capaces de ejercer las potencias occidentales, encabezadas por Estados Unidos, que integran la OTAN. Sin una investigación independiente que respalde las acusaciones, con solo una denuncia de Ucrania desmentida por Rusia y, eso sí, con la locomotora comunicacional de Occidente a todo vapor se profundizó la campaña rusofóbica en el seno de la ONU, aunque esta vez con mucho menos respaldo que en las embestidas anteriores. Argentina, con su voto afirmativo, desentonó en el trío de los países más grandes de América Latina.
Stephane Dujarric, vocero del secretario general de la ONU Antonio Guterres, calificó la medida como “un antecedente peligroso” en declaraciones que no recogió la prensa occidental en el clima de censura imperante luego de la expulsión de los medios de comunicación rusos de Europa y América del Norte.
La abstención de México y Brasil nos vuelve a mostrar que es posible tomar distancia de las presiones de Washington. México comparte miles de kilómetros de frontera con EEUU y mantiene frecuentes disputas económicas y políticas con su poderoso vecino; Brasil tiene hoy un gobierno de ultraderecha y sostiene las posiciones neoliberales más extremas; sin embargo la inserción en el mundo de ambos estados tienen la coherencia y la independencia que aparecen ausentes en nuestro país.
La pregunta ineludible es: ¿la situación de endeudamiento con el Fondo Monetario Internacional está metiendo la cola? Los condicionamientos económicos que impone el FMI, del cual EEUU es socio mayoritario, ¿se trasladan al campo político? Así como el FMI exige el cumplimiento de medidas económicas, que controla cada tres meses, ¿también exige un alineamiento con la política internacional de la Casa Blanca?
Hace apenas dos meses el Presidente de la Nación estuvo en Rusia en donde pronunció la siguiente frase: “Yo estoy empecinado en que la Argentina tiene que dejar de tener esa dependencia tan grande que tiene con el Fondo y con Estados Unidos. Tiene que abrirse camino a otros lados y me parece que Rusia tiene un lugar muy importante”. Lo que sucedió ahora en la ONU tiene muy poco que ver con esa definición.
Reiteramos: la gravísima sanción contra Rusia, sin precedentes en la historia de la ONU, se adoptó sin una investigación rigurosa e independiente de las dos naciones en guerra. Encima por estas horas aparece documentación fiable, a tal punto que es publicada por el New York Times, como el video que muestra crímenes de guerra cometidos por tropas ucranianas al fusilar a soldados rusos capturados y desarmados. En toda guerra hay mentiras y propaganda tendenciosa. Los norteamericanos son expertos en la materia. La expulsión de un país de uno de los cuerpos de la ONU con incriminaciones que no cuentan con el respaldo de pruebas fehacientes es peligrosa, como expresó el funcionario de la ONU. Hoy es Rusia, mañana puede ser cualquier otra nación. Por otra parte, ¿los países de la OTAN pueden erigirse en fiscales y árbitros en materia de derechos humanos cuando han sembrado destrucción y muerte de civiles en países de los cinco continentes?
Esta triste historia viene a confirmar, una vez más, algo bien sabido: la deuda externa es mucho más que un problema económico; es un mecanismo de sometimiento político tal como lo señalara John Adams, presidente de EEUU entre 1796 y 1800: “Hay dos formas de conquistar y esclavizar a una nación; una es con la espada, la otra es con la deuda”.