Sentimos una sana envidia después de ver el domingo al mediodía el estupendo empate 2 a 2 entre Manchester City y Liverpool, casi una final anticipada de la Premier League Inglesa. Todo, desde la impecable presentación del espectáculo televisivo hasta el juego en sí, estuvo rodeado de un marco de excelencia. Más de uno percibió (y así se lo dejó sentado en las redes sociales y en varios grupos de conversación futbolera) que ese nivel era inalcanzable. Y que los argentinos, por un sinfín de razones económicas pero también futbolísticas, estábamos cada vez más lejos de esa élite. "Juegan a otra cosa, es otro deporte", se leyó y se escuchó en esas horas de resignación.
Pero ya entrada la noche, el partidazo que protagonizaron River y Argentinos en el Monumental, renovó las esperanzas y demostró que si se quiere y se lo intenta, en la Argentina también se puede jugar bien. Y que no es una cuestión de presupuestos millonarios. Simplemente se trata de no tener tanto miedo a perder y de apostar a ganador, con los recursos que hay a mano. Que desde luego no son tan ricos y numerosos como los que cuentan la Premier League o las ligas europeas de alta gama.
Es cierto que una economía robusta favorece la contratación de los mejores jugadores y entrenadores. Más que equipos ingleses, el City y Liverpool son un catálogo de grandes estrellas internacionales, en muchos casos, los mejores del mundo en sus puestos, armado a golpes de billetera. Pep Guardiola y Jürgen Klopp, los técnicos de esas dos maquinarias, exigen y los grupos empresarios que los contratan (el jeque de los Emiratos Arabes Mansour bin Hamed al Nahayan en el City y el Fenway Sports Group del multimillonario estadounidense John W. Henry en el caso del Liverpool) les cumplen. Les sobran los millones para hacerlo.
En cambio y en escalas diferentes, River y Argentinos son sociedades civiles sin fines de lucro que están muy lejos de aquel poderío ilimitado. Sus dirigentes deben agudizar el ingenio para reforzarse y mantenerse competitivos en medio de la indomable economía argentina. Sus técnicos, Marcelo Gallardo y Gabriel Milito, podrían aferrarse a esa escasez de medios y usarla como pretexto para hacer lo que se puede. Pero no, prefieren arriesgarse y salir a jugar, total lo peor que puede pasarles es perder un partido, no más que eso.
El atrevimiento de Gallardo es conocido y reconocido y le ha escrito a River algunas de las páginas más gloriosas de su historia. Milito debe arreglarse con mucho menos. Pero eso no lo condicionó el domingo para plantársele a River de igual a igual, superarlo incluso en varios tramos del partido y ofrecer un espectáculo que por ritmo, calidad de juego, cambios en el desarrollo, relieve individual y marco multitudinario recorrió todos los climas emocionales del fútbol y emitió una señal auspiciosa: la Argentina tambien puede ofrecer partidos del primer mundo. Solo es cuestión de atreverse. Aquí podemos hacerlo.