La nueva obra de Silvia Rivas, “El revés de la armadura”, reflexiona sobre las fragilidades y urgencias del presente. Tal vez podría pensarse como una puesta en escena de las vulnerabilidades que la pandemia y el aislamiento dejaron expuestas.
En ese particular registro de mostrar lo que se ha perdido -mientras se está perdiendo-, el conjunto de videoinstalaciones de Rivas toma como leit motiv la trama y el revés de trama del ropaje, de la armadura. “¿Hasta dónde coincidimos con las formas que inventamos”?, se pregunta la artista.
Como dice Andrea Cavalletti en su libro Lo inmemorable, la oruga tiene inscripto convertirse en mariposa, por lo tanto es improbable que despierte y se sienta ajena a sí misma. El ser humano no es una oruga que pueda deshacerse de su antiguo cuerpo y convertirse en mariposa, es un ser confinado a un organismo, condenado a perderse convirtiéndose espiritualmente en otro, sin dejar de ser el mismo.
La videoinstalación central de Silvia Rivas remite a la exuvia (esa suerte de cubierta exterior que los artrópodos abandonan durante la muda) aplicada a los cuerpos humanos.
-¿Cuál es la idea de este conjunto de videoinstalaciones?
-La idea de esta serie, como la de toda mi obra, tiene que ver con una percepción, con una vivencia del tiempo y con un estado del ser. Lo primero que busco en la obra es el diálogo con uno mismo: ¿cómo represento con el lenguaje, con la imagen, con la materialidad y con mis recursos esta sensación? Luego el espectador, al recorrer la obra y tener la experiencia, debería poder decir “yo también estuve ahí”. Intento buscar algo que nos es común a todos.
-Hay una puesta escena de la pérdida y la fragilidad.
-Esa inminencia no es fácil de describir. Lo que buscaba en este caso es el momento de fragilidad en el que uno está expuesto en su vulnerabilidad. También busqué el conflicto entre la propia imagen que uno se crea y la confrontación con uno mismo. Hasta qué punto uno sintoniza con eso o, al contrario, eso te es ajeno y te lastima y por lo tanto tenés que quitártelo, como una cáscara o, como sucede con los insectos, que abandonan su exoesqueleto. Es algo que te pertenece, pero con lo que ya no podés cargar.
-Se pone en imagen el proceso de desprenderse del vestido-piel.
-En la instalación “Exuvia”, el disparador de la acción es esa vestimenta que es propia y nos representa y que muestra lo que hacemos: cubrirnos, dar una imagen que por varios motivos empieza a resultar ajena. Es al mismo tiempo propia y extraña. En las tres escenas utilicé para las performers vestidos hechos de papel de seda con distintos tratamientos, como aceites. La primera está tratando de hacer equilibro en una situación que invariablemente la va a dejar expuesta. Está en la lucha por conservar ciertas cosas que ya están perdidas.
En la última escena, luego de la pérdida, los vestidos ya están mezclados con látex. Es mucho más pegajoso, casi como tener expuestas las entrañas. Algo excesivo, doloroso, que no debería estar afuera, pero lo está.
-Las performers ejercen unos movimientos y actitudes en tensión con la belleza canónica que podrían mostrar las bailarinas, y más afín con la ruptura de mandatos y democratización de los cuerpos. En la incomodidad buscada, en la transformación que supone quitarse algo de encima, pareciera que también está en tensión la relación entre erotización y deserotización.
-Inicialmente no sabía si elegir mujeres o varones, pero elegí mujeres porque todo comienza con una situación íntima, propia. Es decir, las cosas parten desde donde yo las entiendo. Preferí que no fueran bailarinas, para que los movimientos estuvieran menos estetizados. Y si bien las transparencias de los vestidos y los cuerpos desnudos suponen el erotismo, aquí lo principal es que están “quemadas”, luchando. Se expresa un dolor y una incomodidad que no son tan sensuales. Y en esos movimientos y esas poses con las que se busca retener lo que está perdido, hay algo de absurdo, de deserotizado. Por ejemplo, cuando trabajé con bailarines para otra obra, ya desde la forma de pararse se notaba el resultado de los cuerpos especialmente trabajados, porque todo movimiento exhibía una vuelta, un “rulo”. En este caso, no era lo que yo buscaba. Yo quería ahora otros cuerpos, movimientos y gestualidades, más ‘comunes’. Estoy de acuerdo con la búsqueda de cuerpos no hegemónicos y al mismo tiempo no quería hacer una declaración de principios. No buscaba nada evidente. Porque hay gente que lo puede decir mucho mejor. En mi caso, busco algo más general, más universal, porque se trata de mostrar la fragilidad y la urgencia, más allá de las identidades.
Sobre la obra de Rivas, el colombiano Eugenio Viola, curador jefe del Museo de Arte Moderno de Bogotá, escribe: “Desde 2001, la artista ha desarrollado un interés evidente por las prácticas basadas en el tiempo, lo que incluye la relación entre el video, el cuerpo y el ambiente, así como estrategias relacionadas con el campo de la llamada ‘performance delegada’, con todo lo que puede implicar para el video posproducido”. Viola, quien fue seleccionado como curador del Pabellón italiano de la Bienal de Venecia, disertará en mayo sobre la exposición de Silvia Rivas.
* La exposición “El revés de la armadura”, de Silvia Rivas (con las performers Brenda Guidetti, Tere Sevilla y Cecilia Bazán, y vestuario de Belén Parra) se presenta en la Fundación Andreani, Pedro de Mendoza 1981, hasta el 19 de junio.