Un año antes de las presidenciales, se realizan las elecciones a gobernador del estado de México, que suelen medir la temperatura para la contienda a nivel nacional. La de este año presenta un final muy apretado entre cuatro candidatos, con la posibilidad cierta de que el PRI pierda el poder que detenta allí desde hace más de noventa años. Cuatro candidatos aspiran a gobernar por seis años distrito clave.

Si bien no es el más grande en superficie, el Estado de México es el de mayor población del país: 16 millones de habitantes. Es, además, el más densamente poblado. Desde 1925 gobierna sin interrupción el PRI, el mismo partido que mantuvo las riendas de la Naclón durante 71 años, desde 1929 a 2000, y cuyo candidato, Alfredo del Mazo, aparece como favorito.

Sus principales oponentes son Delfina Gomez, del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), que lidera el ex candidato presidencial Andrés López Obrador; y Juan Manuel Zepeda, del Partido de la Revolución Democrática. Más rezagada aparece Josefina Vázquez Mota, del derechista Partido Acción Nacional (PAN), tercera, detrás de Peña Nieto y López Obrador, en las presidenciales de 2012.

Del Mazo cuenta con el apoyo del aceitado aparato del PRI. Una derrota podría ser determinante para las aspiraciones del partido en 2018, tras el polémico gobierno de Peña Nieto, que arrastra una grave crisis económica, el estigma de los 43 estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos y una guerra contra los carteles de la droga, que no parecen retroceder. 

Gómez asoma como la contracara del aparato priísta. De origen humilde, es una maestra que vive en un modesto departamento y se presenta como una cruzada contra la corrupción. Las últimas encuestas pronostican un final cabeza  a cabeza entre Del Mazo y Gómez. Esta última obtendría el 28 por ciento de los votos, frente al 27 del candidato del PRI. Zepeda rozaría el 23, y Vázquez Mota, del PAN, alcanzaría el 19.

López Obrador podría capitalizar la victoria de Gómez para un tercer mandato, tras las derrotas de 2006 y 2012, en las que denunció fraude. A su vez, la derrota del PRI abriría una interna feroz dentro del partido gobernante, lejos ya de los años en que el presidente de turno señalaba a dedo al resto de los candidatos.