En el verano de 2007, muchas estábamos todavía buscando una manera de salir del clóset sin resultar heridas. La intimidad de la casa de Gran Hermano se mostraba veinticuatro horas en algunos canales. No se hablaba de otra cosa. Les participantes, para nosotras, eran conocidxs de cuyos apellidos podíamos prescindir: Marianela, Griselda, Nadia, Agustín…
Había un nombre que no bastaba por sí solo. Sebastián Pollastro era, por necesidad de enunciación, “el gay” de la casa. Su belleza era motivo de conversación en ese país anterior a la Ley de Matrimonio Igualitario; parecía sorprendente que fuese encantador a pesar de su sexualidad. Ese desbarajuste entre el prejuicio y la realidad se hizo más evidente cuando, un día inolvidable, Sebastián se puso a jugar con una manguera en el jardín de la casa. Por varios días, su bóxer mojado se contoneó en todos los noticieros. Los pakis estaban incómodos; nosotras, chochas.
¿Cómo te sentías en esa época?
-Tener semejante exposición ante una sociedad que recién empezaba a despertar consciencia sobre muchas cosas fue fuerte. Yo entré a la casa con veinte años, con mi cabeza de pibito criado en Luis Guillón, que es una localidad muy conservadora e híper machista. Ya me interesaba muchísimo la comunicación y hacía mi activismo desde Fotolog, donde planteaba la falta de visibilización de nuestra comunidad, la falta de lugares en los medios de comunicación para personas disidentes y, sobre todo, la ficción que vendían estos medios sobre lo que era ser disidencia. En ese sentido, la idea de participar de un reality era, por un lado, la oportunidad de llevar estos planteos a un plano mayor para que llegasen a más personas. Hasta hoy, muchos chicos me cuentan que pudieron hablar con los padres y decirles que eran gay gracias a mi participación en Gran Hermano.
El baile de la manguera en Gran hermano 2007
Creo que nunca me voy a olvidar de vos jugando con esa manguera en el jardín de Gran Hermano. ¿Vos también te acordás?
-¡Me re acuerdo! Y si me lo llego a olvidar, me lo traen a la mente todo el tiempo. Es muy loco, porque eso pasó cuando Internet todavía era muy limitado, sin redes sociales, sin plataformas, nada. ¡Lo pasaban en TV abierta a cualquier hora! Creo que por eso también fue tan trasgresor y marcó mucho a una generación.
¿Eras consciente de que al otro lado de la pantalla nos íbamos a ratonear mirando la repetición de ese momento?
-Te juro que, cuando salí y me mostraron el clip que armaron donde yo bailaba todo mojado en bóxer, me re sorprendió. La posta es que yo estaba tomando sol y, como quería entrar a la pileta, me tenía que sacar el aceite bronceador para no dañar el motor que climatizaba el agua. Entonces, mientras me manguereaba, los de producción me pusieron temas que sonaban en los putiboliches de la época. ¡No me quedó otra que darlo trolo! Lo que me sorprendió fue que podrían haber hecho un clip con musiquita graciosa o burlona, como hacían los medios en esa época para señalar que nosotres no podíamos ser deseades. En vez de eso, lo editaron para que me viera sexy, deseable.
Perder la privacidad y haters en las redes
También imagino que tanta exposición debe haber puesto tu vida de cabeza.
-¡Tal cual! Para cualquier persona, sea del género y la orientación sexoafectiva que sea, perder la privacidad es algo tremendo. Te pone en un lugar de vulnerabilidad peligroso. En mi caso, de la noche a la mañana la gente supo todo de mí, o más bien creía que lo sabía, porque la verdad de los hechos dependía en gran medida de los recortes que habían pasado en el programa. Me miraban a la cara y me contaban cosas sobre mí con más seguridad de la que yo mismo podía tener: que el buen humor se me notaba de tal forma, que cuando me enamoraba o me excitaba hacía tal cara, a qué edad había debutado, qué comida me gustaba, hasta qué movimientos hacía cuando me bañaba... ¡Un delirio! Lo peor era que se sentían libres de emitir juicios de valor sobre mi persona. Imaginate el hate que me tiraron.
Digamos que tuviste haters antes de que eso fuera moneda corriente.
-Sí. En realidad, siempre hubo haters, a veces dentro de nuestros grupos de familiares o amigos. Pero es verdad lo que decís, la conciencia de que existen haters apareció varios años después, cuando se expandió internet. Ahí entendimos que los “odiadores”, casi siempre, son gente frustrada que se refugia en la impunidad del anonimato de escribir tras una pantalla, porque no se bancan que alguien haga o sea lo que ellos no se animan. Pero en esa época no existía el término ni pensábamos con tanta claridad en el asunto, entonces yo me tomaba personal toda esa crítica.
¿Tuviste apoyo para lidiar con eso?
-Bueno, mi familia estuvo muy expuesta. Cuando dije que era gay, los llamaban todo el tiempo, de todos los programas. Mi viejo, mi vieja, ¡mi abuela!, todes desfilaron por los programas, llegaron hasta el living de Susana. ¡Una locura! Y todo pasaba tan rápido que era imposible manejarlo. Había programas que mandaban noteros a mi barrio y entraban al almacén, a la verdulería, preguntando cómo era yo, si tenían algo malo que contar sobre mí y así hacían horas de programa con eso. Los discursos de odio no salen de la nada.
Mandatos rancios
¿Cómo te sentís hoy?
-Con varias horas de terapia y mucho laburo interno. ¡Lo necesitaba! Yo no solo fui de los primeros chicos abiertamente gays hablando en los medios, también hablé de abuso infantil. Imaginate que escuché a conductores diciendo al aire cosas del estilo de “Se ve que tanto no le molestó que lo hayan violado porque se hizo gay”, como si fuera un chiste… ¡Un comunicador, hablando de un joven que había contado un episodio de abuso infantil, revictimizándolo y burlándose de esa forma públicamente! Un precursor de Flavio Azzaro, podría decirse, pero en un contexto mucho más hostil. Después de eso, tuve que empezar a bailar porque no me daban trabajo como actor. La razón era que “había confesado”, como si fuera un pecado. Eso me afectó muchísimo. Hoy realmente me importa poco lo que puedan decir de mí. Pero, bueno, tengo muchas horas de terapia encima, ¡Hagan terapia! Gracias a eso, sigo deconstruyendo lo que edifiqué sobre cómo ser. Me di cuenta de que me habían exigido una hipermasculinización, ¡esos mandatos rancios! Mirame hoy: el “cero pluma” cada vez pierde más fuerza. Y si hay pluma, me la paso por donde se ve que me la pasé en las fotos que acompañan esta nota.
Sos una de las pocas personas salidas de Gran Hermano que mantuvieron su presencia en los medios. ¿A qué creés que se debe eso?
-Aparte de a que soy un fuego, creo que se debe a que elegí un camino que no tiene que ver con lo estrictamente mediático. No me desviví por estar en los medios. Apenas salí, trabajé mucho en modelaje; después hice algunas temporadas de verano como bailarín y actor. Desde entonces, las cosas fluyeron. En diciembre, se estrenó la película La sombra del gato donde actué. Hace unas semanas, me recibí de Locutor en el ISER y hoy estuve como panelista todos los domingos a las 19:45 en Emparejados por la pantalla de América Tv.
¿Mantenés contacto con tus ex compañeres?
-¡Sí! De nuestra edición quedaron amistades muy fuertes. Tenemos un grupo en WhatsApp donde estamos casi todes, y cada tanto nos reímos de algún archivo. Todes nos acordamos de que los titulares, cuando me nombraban, se referían a mí como “El gay de GH”. Si hablaban de alguien más, decían, por ejemplo, “Marianela Mirra se tiró a la pileta”, pero en mi caso era “El gay se tiró a la pileta”. Me habían sacado mi condición de sujeto. Hoy nos reímos de eso porque, sí, yo era el gay de la casa, pero también era y soy muchas cosas más.
¿Volverías a entrar en la casa?
-No te quiero decir que no porque, si llega a pasar, quiero resistir archivo. Pero debería tentarme mucho la plata, y la tele no está en un momento donde pueda bancar todo el gasto que conlleva un formato como Gran Hermano. Lo veo poco viable. Por otra parte, ya no lo considero importante para mi activismo. Hoy lo puedo seguir haciendo desde mis redes. Cuando se apaga la cámara, me voy a mi casa y a otra cosa.
¿Dónde sí querrías entrar?
-Estamos hablando laboralmente, ¿no? (Risas.) Soy bastante workaholic, así que podría entrar en muchos lados. Disfruté a pleno el rol de panelista en Emparejados, donde tuve mi sección del “abanicazo” e hice imitaciones. Hasta casé en vivo al Tucu López y Sabrina Rojas, bajé una escalera en tacos… ¡Un todoterreno! Me gustaría obviamente conducir mi propio programa, también seguir actuando en cine y crecer con el contenido en redes sociales. Soy así, me gustan muchas cosas, me he formado y sigo haciéndolo en distintas ramas del arte y la comunicación.
¿Un sueño recurrente?
-Amaría tener los recursos para tener mi motor home y recorrer el mundo viajando, conociendo personas y culturas, y no estar sumergido en la locura en la que entrás al vivir en una ciudad como Buenos Aires.
¿Una preocupación que te quite ese sueño?
-Cuando veo el avance de posturas o políticas de ultraderecha, me preocupa esa impunidad al esgrimir discursos de odio que han hecho y siguen haciendo daño a tantas personas. ¡Mirá lo de Amalia Granata, por ejemplo! Y ni hablar de que existen países donde es hasta ilegal “ser”. Todo eso hace que este mundo me desencante un toque bastante.
¿Algo pendiente?
-Coincidir con un compañero, construir un vínculo sano, desde el amor, el respeto, la libertad… ¡Nada menos!