Desde Barcelona

UNO ¿Cómo se les decía o se les dice o se les dirá a los habitantes de Bucha? ¿Buchenses? ¿Buchanos? ¿Bucheros? Hasta hace unos días, Rodríguez jamás había oído hablar de Bucha. Nunca estuvo y ya jamás podrá estar aunque casi ha vivido allí en sus últimos días y los últimos días de la ciudad. Otro nombre de otra pequeña población ucraniana cercana a Kiev. Uno de esos sitios suburbanos y satelitales y residenciales. Hasta no hace mucho, el rol histórico de Bucha había sido pequeño pero decisivo a la hora de hacer que los nazis saliesen corriendo de allí en diciembre de 1943. Pero ahora su breve entrada en Wikipedia se ha visto más aumentada que corregida con dos nuevos subtemas: Batalla de Bucha y Masacre de Bucha. Batalla y masacre son, ya, fechas históricas recién hechas, todavía humeantes: fechas que ardieron y queman. La batalla --parte de la ofensiva rusa contra Kiev-- tuvo dos fases: primero de asedio y conquista entre el pasado 27 de febrero y el 12 de marzo y, luego, de retirada el 31 de marzo para que las fuerzas ucranianas recuperasen el control del lugar. Para entonces, claro, el lugar ya estaba completamente fuera de control luego de que tuviese lugar la masacre: ahí y entonces, fechas líquidas e imprecisas y sucesión de días rojos en el calendario de un horror que nadie quisiera ver; pero enseguida, por supuesto, las fotos de las que ahora hablan todos los teléfonos.

DOS Así, en el avance de la retirada comienzan a recibirse --y se discute acerca de la pertinencia de difundirlas o no-- todas esas postales del espanto. Rodríguez --vaya uno a saber por qué, mucho menos lo sabe él-- escogió dos y las pegó juntas: el grito carbonizado de soldado ruso y civil ucraniano boca abajo con su mano como buscando las extraviadas llaves de casa. Y, claro, el soldado sabía a dónde iba pero el civil ucraniano no sabía lo que se le venía y así las cosas. El suelo --la tierra por la que se pelea y sobre la que se lucha-- es el mismo y allí se cavarán fosas que son cualquier cosa menos comunes. Y, de pronto, lejos pero cerca del frente de batalla, todos aullando "¡Crímenes de guerra!" (como si la guerra no fuese un crimen) e invocando normas que se han transgredido a la hora del bang-bang. Como si se entrase en combate como se entra a campo deportivo en el que deben seguirse ciertas reglas de cortesía. Sí: todo es tan raro en estos días cada vez con más nocturnidad en lo que Rodríguez ha dado en bautizar como Era de la Catástrofe Permanente.

TRES Y es una era en la que lo que es no es más que la mucha nada de siempre. Se sigue discutiendo esa bofetada entre afroamericanos hollywoodenses y se repite una y otra vez ese momento con la misma pasión que aquel otro casualmente registrado por el, sí, ucraniano Abraham Zapruder (nacido en Kovel, esa otra ciudad en la que hacen creer a niños de orfanato que se van "vacaciones sorpresa" a Polonia) aquella mañana fatal en Dallas 1963. Se refunda una vez más el Partido Popular bajo los lemas de "Preparados" y "Lo Haremos Bien". Se desenmascara a un figurín local y galán frecuentador de las páginas de ¡Hola! (hijo de alguna vez modelo top de Richard Avedon y actriz en Bananas de Woody Allen y centerfold de Playboy y de rancio aristócrata caído en desgracia por corrupción de menores y tráfico de drogas) que lucró con mega-comisiones por compra/venta de mascarillas & guantes & tests durante los peores días de una pandemia que todos parecen dar por terminada pero... Se miran a las elecciones francesas como radiografía del estado de las cosas en una Europa cada vez más metastatizada hacia la más ultra de las Derechas (y se piensa en que la estupidez y la inmoralidad es ambidiestra). Se celebra la "resurrección" de la histeria turística ibérica en Semana Santa y se bendice al corso de procesiones religiosas a las que, si les llueve y no pueden salir, es casi mejor: porque así se puede llorar aún mucho más para las cámaras de los noticieros. Se asiste a la autodestrucción de programa de chismes rosas y enrojecedores por haberse valido de recursos de espionaje al famoseo dignos de dictadura. Y se aplaude a Zelenski zoom-girando por parlamentos del mundo invocando greatest hits de catástrofes ajenas para que así entiendan mejor las suyas (y Rodríguez lo ve tan en rol de Maestro del Juicio Final que siente cada vez más miedito cuando reclama más armas y refuerzo internacional). Se asegura que el desatado/descosido al ras Putin se siente derrotado y que hasta padece enfermedad terminal, por lo que poco y nada le costaría ponerse a cantar The Final Cut (y mala señal que esta guerra haya inspirado esa "nueva" canción espantosa de "Pink Floyd/Void"). Se tiembla por una inflación como hace tiempo que no se inflaba. Se predice que falta poco o que todo va para largo. Y --Rodríguez lo hace-- se sale al balcón y se mira fijo al cielo luego de leer una de esas noticias cósmicas que colecciona desde hace años: "El universo puede tener un gemelo que va hacia atrás en el tiempo". La posibilidad de un plano de existencia simétrico al nuestro y que, en plan muy Marvel Comics, retrocede en lugar de avanzar. Y el tema, piensa Rodríguez es si todavía estamos por cruzarnos o ya nos cruzamos hace millones de años y nuestro final está tan cerca como su principio. En cualquier caso, mientras tanto y hasta entonces, Rodríguez tiene más que claroscuro que avanzar no siempre equivale a progresar. Así en la vida como en la guerra.

CUATRO Y, de nuevo, esas fotos: la boca abierta y las llaves que ya no cerrarán. Hay otras, hay muchas más. La de los jóvenes muertos junto a sus maletas, la de esas uñas pintadas de rojo. Pronto se unirán al álbum que alguna vez lamentó tanto la del pequeño ahogado Aylan en una orilla del 2015. Pero eso (ese niño) ya es cosa del pasado y ha sido suplantado por niños ucranianos en la gira interminable del espanto humano y del efímero pesar humanitario. Así que ahora Rodríguez pega esas dos postales de Bucha para no enviársela a nadie, pero sabiendo que ya están listas las llaves que desencadenarán nuevos gritos en el buche.

CINCO Y ya se van imprimiendo los multi-ventas del próximo Sant Jordi. Queriendo separarse del rebaño, Rodríguez ya compró el libro que, se supone, no debería comprarse sino hasta el próximo 23 de abril. Es Nostalgia de otro mundo de Ottessa Moshfegh, a quien lee desde hace años como a la mejor narradora de su generación. El crítico Dwight Garner describió lo suyo con un "como ver a alguien sonreír con la boca llena de sangre". Y la propia Moshfegh definió en entrevista que "Mi escritura es depravada pero, también, algo muy refinado. Es algo así como contemplar a Kate Moss cagando". El último relato del libro se titula "Un lugar mejor" y allí alguien explica que "No hay consuelo aquí en la Tierra. Hay fingimiento, hay palabras, pero no hay paz. Nada es bueno aquí. Nada. A cada lugar que vas en la Tierra, no hay más que tonterías. Vengo de otro lugar. No es no como un lugar real en la Tierra o algo que pudiera señalar en un mapa, si tuviera un mapa de este otro lugar... No es un lugar, pero tampoco es ningún lugar. No es un dónde. Pero ciertamente no es este lugar, aquí en la Tierra, con todos ustedes, gente tonta".

Bucha Bucha Bucha, todos estuvimos allí.

 

Próxima parada: estación de Kramatorsk.