Desde París
Ganar perdiendo. En esa breve fórmula cabe una de las grandes lecciones de la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas de este domingo. Los dos duelistas finales eran conocidos desde hace años: el actual presidente Emmanuel Macron y la líder de la ultraderecha Marine Le Pen. El tercero es el ganador más inesperado: Jean-Luc Mélenchon. Con un 21,6 por ciento de los votos Mélenchon rozó la segunda vuelta. Y aunque no esté presente como candidato, sus orientaciones serán decisivas para evitar la victoria de la ultraderecha. Contrariamente a Marine Le Pen, la reserva de votos de Macron es más limitada. El macronismo ya fagocitó a los socialistas (1,7 por ciento) y destruyó a la derecha de gobierno de Los Republicanos (4,7). No le quedan ahí más que migajas. El lote de votos está en la Unión Popular de Mélenchon. El jefe del Estado está obligado a movilizar y a atraer a la izquierda sin renunciar a su programa liberal al mismo tiempo que apacigua el encono profundo que le tienen los chalecos amarillos. Contrariamente a 2017, la ecuación de esta segunda vuelta es bastante más enredada para el jefe del Estado, e incluso ara Le Pen. Ella también necesita votos de Mélenchon.
Le Pen y su ultraderecha han llevado a cabo un auténtico trabajo de colonización de la sociedad y del pensamiento político. Macron no se enfrenta únicamente a una candidata sino a toda una dinastía. No es sólo Marine o un partido sino una familia entera que desde hace veinte años mueve los hilos de los debates políticos y asusta a los candidatos. El papá, Jean-Marie Le Pen pasó a la segunda vuelta en 2002 y dejó a la izquierda en el camino. Marine, la hija, dos segundas vueltas luego de haber remitido al olvido a los socialistas y la derecha de gobierno, 2017 y 2022. Marion Maréchal Le Pen, la nieta de Jean Marie, electa diputada en 2012 con apenas 22 años, la más joven de la historia. Este año, en pleno ascenso de Eric Zemmour, dejó el partido del abuelo y se fue al de Zemmour. Ambos, son, sin embargo, de extrema derecha. La democracia francesa está confrontada a un imperio ideológico familiar que, en dos décadas, o sea, desde principios del Siglo XXI, privó a la izquierda de tres segundas vueltas y a la derecha de dos. En 20 años, el antaño Frente Nacional y hoy Reagrupación Nacional se presentó tres veces en la disputa final. Ya nadie puede decir que” no sabía”, que el auge de la extrema derecha es un “fenómeno temporal”. Así lo vienen tratando desde los años 80 y así le fue ayer a la democracia francesa. Entre 2002 y 2022, la ultraderecha familiar de los Le Pen disputó tantos duelos finales como la derecha.
La escena de abril 2022 será un duplicado del 2017 con ingredientes más inestables para Macron y más sólidos para Le Pen. En 2002, Jean-Marie Le Pen y las extremas derechas periféricas pesaban 19 por ciento del voto, en 2017 subió a 26 y hoy llega a 32 si se suman los votos de Zemmour y el otro extremista, Nicolas Dupont-Aignan. Hace cinco años, Macron le ganó a Le Pen con 66,10 por ciento de los votos. Esa diferencia siguió el camino de los pronósticos. En 2022 ninguna consultora anticipaba distancias tan enormes. A lo sumo, diferencias de entre tres y seis puntos. El contraste abrumador es un recuerdo. El presidente francés está ante un reto más histórico que cuando fue electo. En 2017 el mismo se presentó como el “dique” liberal contra los extremismos. Fracasó. La saga Le Pen continúa.
No debe haber, internamente, nada más opuesto a los valores de Francia que esta extrema derecha xenófoba y anti democrática. Pero allí está de nuevo mejor, preparada que nunca a asaltar el castillo del liberalismo parlamentario. En estas dos semanas, a Macron le espera una montaña: armar una mayoría presidencial con los frutos de un campo, la derecha liberal, en ruinas. Y ese campo es él mismo quien lo desarticuló. Le queda la izquierda de Mélenchon, sobre todo los electores que provienen de otros horizontes progresistas pero que, en un par de días, se unieron a Francia Insumisa. De hecho, Macron y Le Pen están confrontados a la misma paradoja: el mandatario liberal necesita de la izquierda radical de Mélenchon igual que la ultranacionalista. Sin esos votos, para uno o para otro, no hay mayoría presidencial. La candidata de la ultraderecha sacó este domingo 440 mil votos más que en 2017. Sin embargo, entre las dos vueltas perdió un aliado indirecto de su causa: el ultraderechista violento Zemmour fue su contrapeso ideal. Zemmour sirvió a la estrategia de Le Pen por contraste entre aquel hombre enardecido y grosero y la “nueva” Marine.
La corrida hacia la izquierda empezó este mismo lunes 11 de abril. El lepenismo ya orientó su campaña para que Le Pen aparezca como la candidata del “trabajo y la justicia social”. Macron, en su primer desplazamiento, volvió sobre su más polémico y explosivo proyecto, la reforma del sistema de jubilaciones. Lo presentó en 2019 y ello levantó una ola de huelgas y manifestaciones, lo retiró en 2020 al principio de la pandemia y lo volvió a plantear hace unas semanas cuando expuso su plataforma electoral y la nueva formula de la jubilación a los 65 años. Ayer dijo que estaba dispuesto a “discutir sobre el ritmo” de la reforma e incluso a realizar un “referendo”.
La ultraderecha y el liberalismo corren ahora detrás de esa izquierda a la que nunca tomaron en serio, despreciaron y agredieron tantas y tantas veces. El vampirismo electoralista inicia su cruzada. Alrededor, la arquitectura política es una ruina, y no solamente electoral sino también económica. La ley electoral francesa sólo devuelve a los candidatos lo que gastaron en la campaña si sacan un mínimo de cinco por ciento de los votos. Los republicanos, los ecologistas, los socialistas y los comunistas están muy debajo. La candidata de la derecha Valérie Pécresse y el ecologista Yannick Jadot pidieron la contribución de los electores para salir del abismo financiero. A Mélenchon le faltaron 422 mil votos para pasar a la segunda vuelta.
“Una nueva página del combate se abre. Acá está la fuerza”, dijo Mélenchon después de que se conocieran los resultados. Le habrán faltado migajas para atravesar la mítica frontera de la confrontación política final. Si se retira, como se sospecha, habrá con todo dejado una Unión Popular bien instalada, digna y con perspectivas que hace dos semanas no existían. Ganó un futuro perdiendo parte del presente.