Llegar al corazón del continente. Sentir sus heridas, su latido rebelde, la fuerza de su resistencia ancestral. Sentir rabia, amor, sed de justicia, hambre de libertad. Llegar a Guatemala con Norita Cortiñas, Madre de la Plaza de Mayo, tejiendo un puente entre los cuerpos de las mujeres que amasamos el dolor hasta volverlo resistencia. Temblar de emoción cuando en el fuego se alza un grito: “¡Madres de la Plaza, el pueblo las abraza! ¡Niñas de Guatemala, los pueblos las abrazan!”
Aprender unas de otras, mirarnos, sabernos visibles y enteras, a pesar de todas las cicatrices. Llorar como niñas, con lágrimas que riegan la tierra donde las semillas de nuestra memoria esperan su tiempo. Reír como mujeres libres, desafiando el horror con el que el patriarcado pretende esclavizarnos.
Llegar al territorio recuperado al poder por estas mujeres rebeldes, que todos los días en la caída del sol, encienden el fuego ceremonial de los pueblos originarios. En el mismo lugar que la institucionalidad nombra como Plaza de la Constitución, frente a la Casa de Gobierno -levantado con impunidad colonial sobre el arrasamiento de lo que fue un centro ceremonial del pueblo Maya Poqoman en un lugar de entierro- desde el día de la masacre de las niñas se acuerpan mujeres luchadoras en situación de riesgo político por la defensa de los territorios y cuerpos, comadronas, artistas urbanas, caminantas de la tierra, feministas autónomas, estudiantes.
Es un territorio recuperado desde ese 8 de marzo, para -como leímos en el comunicado de prensa leído en la actividad- “denunciar al estado guatemalteco, e interpelar al imaginario social por la violencia sexual, el femicidio, la criminalización y judicialización que vivimos las mujeres, en las plazas y en las camas. Para no perder la memoria de la indignación, la demanda de justicia y para expresar nuestra ternura espiritual, feminista y territorial comunitaria, a las madres y familias que viven este duelo político”.
En el encuentro se denuncia que el estado guatemalteco no asumió su plena responsabilidad del femicidio de las 43 niñas y de las 16 niñas sobrevivientes, de las y los 90 niños que se encuentran desaparecidos en el contexto del incendio. Se denuncia que no hay información confiable del paradero de al menos 160 adolescentes que fueron reubicadxs en otros hogares, ni de los que tuvieron que regresar a sus comunidades o familias de donde habían tenido que huir porque vivían diversas violencias. Es el caso de una de las niñas sobrevivientes, que al regresar a su pueblo, murió por heridas de un arma de fuego.
Las niñas calcinadas se habían rebelado para denunciar que en el “Hogar Seguro” eran violadas, prostituidas, maltratadas. La respuesta del Estado fue calcinarlas. El narcoestado femicida de Guatemala es cómplice de las redes de prostitución y de trata que tienen en ese “Hogar” y en tantos otros, espacios “seguros” para arrasar de manera sistemática las vidas de las niñas, adolescentes y mujeres.
Las madres de las niñas ahí presentes, las hermanas de Tzkat- Red de Sanadoras Ancestrales del Feminismo comunitario, y hermanas feministas autónomas, nos invitan a participar del fuego. Es también un fuego recuperado en la resistencia. No es el fuego en el que ardieron las niñas, sino en el que viven las niñas, y en el que nos acompañan las ancestras que han luchado por la defensa del territorio cuerpo y el territorio tierra.
Los tres días de encuentro nos acompañaron las imágenes de Berta Cáceres, líder de COPINH, asesinada en Honduras el 2 de marzo del 2016, Elizeth Us, del pueblo Maya kiché, defensora de la naturaleza, fallecida el 28 de mayo del 2015, y Laura Leonor Vásquez Pineda, de la resistencia contra la minería en Jalapa, asesinada en febrero de este año. Al regresar de esos días de encuentro, dice Norita Cortiñas: “El viaje me dejó una riqueza muy grande. Estar con las comunidades indígenas y especialmente con las mujeres. Especialmente hablo de las mujeres, porque allí lo que se ve es la fuerza de la mujer que sale a defender la vida, y nos da muestras con los brazos en alto y con la esperanza, que tenemos que cambiar al mundo. Y lo vamos a cambiar, las mujeres que estuvimos invisibilizadas, y que cada día somos más visibles. Nos hermana el dolor y la fuerza de la lucha. Porque el dolor no nos tiene que apaciguar, sino que tiene que ser el signo de la resistencia. Tenemos que demostrar que somos fuertes, que no estamos en contra del hombre en sí. El hombre se pasó años y años tratando de minimizarnos, de hacernos ver que somos débiles, y sin embargo en estas luchas somos las mujeres las que llevamos adelante la defensa de la vida. Por eso yo espero el 3 de junio la marcha de Ni Una Menos, que va a ser una expresión de que seguimos luchando, que cada día somos más. Nos vemos el sábado para corporizar la lucha”.
El próximo 3 de junio, en el Abya Yala, en una movilización de cuerpos y vidas, estarán también con nosotras las niñas de Guatemala, y hermanas feministas de distintos territorios que llegan hasta la Plaza de Mayo para la cita. Otra vez, haremos el puente. Otra vez vamos a ocupar las calles y las plazas del país y del continente, y nos burlaremos del poder de los conquistadores, para amorosamente descolonizar nuestras aventuras y reinventar los juegos del deseo y el placer.
En la Plaza de Mayo, donde las Madres ya tienen cuarenta años de caminarla, estaremos creando colectivamente, y junto a ellas, el poder del feminismo comunitario, del feminismo semilla, del feminismo río, del feminismo tierra, del feminismo popular. Multiplicaremos el fuego. Y nuestros gritos harán temblar la tierra, para que las niñas nos oigan. Para que sepan que no habrá lugar para la desmemoria. Para que sientan, que “no olvidamos, no perdonamos, y no nos reconciliamos”. Ó