El 20 de febrero del 2020, cuando el coronavirus parecía una enfermedad lejana con incidencia solamente en la República Popular China, comenzaba la edición 70 aniversario de la Berlinale, el último gran festival de cine que llegó a realizarse en condiciones normales antes de que la Organización Mundial de la Salud declarara al SARS-CoV-2 como pandemia. En aquella Berlinale de apenas dos años atrás, pero que hoy aparece tan lejana, el cine argentino tuvo una importante presencia en todas sus secciones, incluidas las competencias oficiales: ocho largometrajes y dos cortos, entre los que hubo premios y menciones.
Sin embargo, el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales no estuvo presente. Por primera vez en más de tres lustros no hubo un stand propio del Incaa en el European Film Market y tampoco asistieron las cabezas del organismo. Su flamante presidente, Luis Puenzo, se reunía para esas mismas fechas en Buenos Aires con el estadounidense Reed Hastings, director ejecutivo de Netflix, en lo que parecía una visita de Estado, recibido con todos los honores.
El hecho de que el cine argentino independiente se viera desatendido en uno de los principales encuentros internacionales mientras se privilegiaba la reunión con el representante de la mayor plataforma mundial de streaming pudo haber sido una coincidencia coyuntural. Pero visto con la perspectiva del tiempo adquirió un carácter premonitorio.
No es casual que, una vez pasado el shock inicial de la pandemia, que lógicamente paralizó la actividad del sector, como sucedió en todo el mundo, se fueran alzando voces y comunicados de las más diversas asociaciones del cine, pidiendo no sólo auxilio económico ante la emergencia, sino también políticas concretas de reactivación, que faltaron, llegaron tarde o quedaron pendientes.
“Luego de cuatro años de políticas regresivas tendientes a favorecer a los núcleos más concentrados de la producción audiovisual argentina, la gestión de Luis Puenzo comenzó con un amplio apoyo de todo el sector y promesas de diálogo. Un año después, la situación no puede ser más distante a esa realidad”, señaló a fines del 2020 el Colectivo de Cineastas –el mismo que convocó a la manifestación de este lunes-, en una carta abierta titulada “El año que vivimos sin el INCAA”.
Más adelante, los cineastas puntualizaban: “La gestión del INCAA abandonó a la comunidad cinematográfica en general y al cine independiente en particular en su peor momento. No acompañó al sector en la crisis, no se pagó o se pagó con retraso lo adeudado a las películas, no pensó políticas urgentes para la reactivación, no impulsó el pedido por la reapertura de salas ni el pedido para gravar a las OTT y ni siquiera tuvo la sensibilidad de recibir a sus representantes”.
Por su parte, la Cámara Argentina de la Industria Cinematográfica, que preside la productora Vanessa Ragone, en una carta enviada el 27 de noviembre de 2020 al ministro de Cultura Tristán Bauer, afirmaba, tras aclarar que “seguimos, como el primer día, confiando en un Gobierno que en buena medida sentimos como propio”: “Las productoras de cine sobrevivimos hasta aquí sin ningún tipo de plan de contingencia por parte del INCAA para paliar los efectos de la pandemia. Nos encontramos constantemente con el silencio, con la falta de recursos, con la falta de acciones y con la percepción de estar en un barco a la deriva. O cuando menos en uno que navega sin que nosotrxs, que somos sus pasajerxs y su tripulación, tengamos claro el rumbo, y por el contrario, intuyamos una colisión inminente”.
Más duro todavía fue entonces uno de los tres manifiestos del grupo Peronistas del Cine y el Audiovisual: “Nos duele pensarnos como una factoría de servicios en la que el valor agregado y los derechos de autor queden en manos de empresas con aspiración oligopólica que ni siquiera hoy en día tributan en el país”, sentenciaron en obvia referencia a Netflix.
Es que entre la falta de acciones mencionadas por la mayoría de las entidades y agrupaciones, la más importante fue justamente –con las salas cerradas y por lo tanto sin la recaudación del 10 por ciento proveniente de los ingresos de taquilla-- la de un gravamen a las plataformas extranjeras de streaming, fortalecidas durante la pandemia. Algo que el mismo Puenzo veía como una suerte de actualización de la Ley de Cine de 1994 en cuya redacción participó activamente el propio Puenzo, junto al entonces diputado Fernando “Pino” Solanas.
Sin embargo, este impuesto a las plataformas llamadas en inglés OTT (Over The Top), y que además de Netflix incluyen otros gigantes transnacionales como Amazon Prime Video y Disney+, nunca llegó a impulsarse a lo largo de estos dos últimos años.
La complejidad jurídica del tema sin duda es enorme, tanto como fue el lobby en contra de este impuesto, resistido por los medios concentrados hegemónicos, que se ocuparon de demonizar la sola idea de su tratamiento.
Pero tampoco hubo una acción decidida, una militancia por parte del Incaa para evitar la caducidad del llamado Fondo de Fomento, que por una ley introducida en 2017 por el macrismo vence el próximo 31 de diciembre. Y que de producirse desfinanciará a los organismos de la cultura (atención: no solamente del cine, aunque el cine sería el más afectado) de un modo como no se recuerda desde los tiempos de Domingo Felipe Cavallo.
Ahora, mientras se discute su remoción del Incaa, Puenzo hace un raid por todo el dial de las radios para hacer sus descargos y resistir una renuncia que piden literalmente a gritos la mayoría de las asociaciones del cine nacional (“Si me dan por renunciado no están cumpliendo la ley, yo fui nombrado por cuatro años por el Presidente”, amenaza).
Puenzo no se priva de ofrecer a sus interlocutores argumentos que parecen no tanto los de un funcionario del gobierno nacional sino de sus más fervientes opositores. Se queja -casi como José Luis Espert- de que el cine “es la actividad más subvencionada del país” y que el Incaa “tiene 800 empleados”, dando pie a suspicacias que van en contra del organismo que él presidió de modo autocrático durante dos años.
Le parece que “el cine tiene que entender cuál es su realidad” y le regala a Jorge Lanata, en Radio Mitre, esta afirmación: “La industria tiene que hacerse cargo de lo que le pasa y si la industria se queda sin nafta para seguir, la industria tiene que hacerse cargo”.
Como si él no hubiera estado dos años al frente del organismo encargado de defender y promover esa actividad, que no solamente es industria sino también identidad cultural. Parece, como mínimo, un concepto contradictorio para quien dice querer seguir el frente del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales.