Carolyn Jones es Morticia Addams, siempre lo será. Una eternidad ganada por haber sido la primera matriarca de esa familia loca en blanco y negro que Canal 13 presentaba al mediodía en la década del setenta. La terrorífica serie, basada en las caricaturas que Charles Addams había publicado en The New Yorker, y que se estrenó en los Estados Unidos en 1964, daba más amor que miedo.
Las razones de ese sentir las explicó hace unos días Maia Debowicz en Todo Pasa, el programa de radio en el que es columnista, cuando dijo que el matrimonio Addams es “nuestro faro a seguir cuando hablamos de amor (…) porque a Morticia y a Gomez (Homero en la versión argentina) no les importa lo que digan los demás, porque se apoyan en los proyectos personales del otro, porque no se reprochan y porque que se aman así como son”.
La sutileza de la Morticia de Carolyn Jones parecía de otra índole, como su andar, un desliz elegante que arrastraba pasos mínimos con serena prisa y eran un festín para los tentáculos del ruedo de su fabuloso vestido negro. La Morticia de Carolyn era la puerta de entrada a un banquete donde sarracenias y otras plantas carnívoras como Cleopatra, su protegida, se disputaban los restos de un menú que el paladar infantil saboreaba frente al televisor.
La fantasía conoce el sabor de los sueños. Los de Carolyn, como los de su mamá que la llamó así por Carole Lombard y a su hermana Bette por Bette Davis, siempre ocurrían en Hollywood. Carolyn, la nena con asma que tenía tres años cuando su papá se fue de casa, la actriz infantil de Pasadena que recordaba de memoria sus parlamentos y leía todas las revistas de espectáculos que llegaban a sus manos, soñaba con ser una glamorosa estrella de cine.
No pudo serlo, su Morticia Addams hizo que su sueño de Hollywood se metiera adentro de un televisor. Antes de cortar las rosas y disfrutar de los tallos decapitados, antes de seducir a Homero hablando en francés, de tejer cuellos desafiantes, de tocar el shamisen o de bailar con Merlina, Carolyn fue una actriz secundaria que arañó las sombras de un protagónico. Nominada al Oscar por The Bachelor Party (La noche de los maridos, 1957) compartió escenas y créditos con Elvis Presley, Sinatra, Marlon Brando, Natalie Wood, Vicent Price, Kirk Douglas y Shirley MacLaine; fue la mujer descalza con anillos en los dedos de los pies que asombra a Jean Simmons en Désirée y la enfermera Finch en La comezón del séptimo año de Billy Wilder con Marilyn Monroe.
Antes de que sus ojos cristalinos miraran fijos a la cámara mientras sus manos hacían el icónico chasquido rítmico de la familia televisiva, Carolyn fue la mujer de los planos perdidos en la memoria que recuerda los primeros planos de otras mujeres. Inauguró la dinastía Addams que su descendiente gótica, Anjelica Huston, exageró con admirable inclinación y compartió monstruosidad de época con Yvonne de Carlo, la matrona ubérrima de The Munsters. Cuando la serie de la familia Addams terminó, cuando ni el Batman de Adam West pudo rescatarla (fue Marsha, la Reina de los diamantes), cuando todos esperaban que siguiera siendo Morticia, Carolyn salió de escena.
Un tiempo después volvió al teatro, apareció en "Raíces" y en "La Mujer Maravilla", en programas de entretenimientos y en algunas tomas que el glamour olvida. Se casó cuatro veces, el productor Aaron Spelling fue uno de sus maridos. Murió en agosto de 1983; un año antes se casó con su novio, el actor Peter Bailey-Britton y posó sonriente para las fotos de las revistas junto a John Astin (Homero Addams) luciendo un encaje de novia que cubría su cabeza calva por la quimioterapia.Como si el sueño lo hubiera soñado ella, Carolyn reaparece intrigante adentro de un bosquejo de Piranesi para desafiar ilusiones incompletas que la perpetuidad transforma.