Todavía hoy es posible distinguir en las calles lo que fue Berlín del Este y del Oeste por un pequeño detalle. Se trata de las figuras que indican si un peatón debe o no avanzar, diferentes en los semáforos de ambas partes de la ciudad. Creada en 1961 por un psicólogo de Berlín Oriental, la figura del Ampelmann muestra, en el primer caso, un hombrecito en verde en actitud de caminar; en el segundo, uno en rojo que luce detenido. La figura verde se volvió tan popular que en las escuelas y en la televisión de la antigua RDA fue utilizada para transmitir conceptos de educación vial. En 1990, luego de la reunificación alemana, se intentó uniformar los semáforos utilizando el diseño occidental, pero esto motivó un movimiento popular en defensa del diseño oriental, reivindicado en función de ser un ícono cultural identitario. De estas cuestiones se enteró el dramaturgo Víctor Winer mientras hacía una excursión a pie por Berlín. Poco después escribió Ampelmann, obra que puede verse los domingos a las 18 en el Teatro Border (Godoy Cruz 1838), bajo la dirección de Diego Rinaldi.
“Cuando cae el muro de Berlín se derrumban sueños y aspiraciones a uno y otro lado de aquella Alemania dividida por miles de ladrillos y alambres de púa”, reflexiona el autor de esta comedia que habla sobre la pérdida de los ideales. Estrenada en 2012 bajo la dirección de Mónica Viñao, Ampelmann, una comedia sobre el amor y otras revoluciones, según el título completo de la obra, fue recientemente una de las ganadoras del Concurso Bienal de Teatro, más conocido como Premio Municipal, el cual llevaba cuatro bienios de atraso en otorgarse. Allí Winer presenta a un militante frustrado por no haber podido ser útil a alguna causa, un hombre poco hábil en tareas de agitación de un partido que terminó por expulsarlo de sus filas.
Este “militante anacrónico con una asignatura pendiente”, según define el propio Winer en una entrevista con Página/12, desaparece de su casa, deja a su mujer y a su hijo para ir a Alemania a militar por la defensa del Ampelmann, una causa que hace propia junto a unos pocos residentes latinoamericanos, feliz de participar en un movimiento popular que triunfa. Luego de dos años, el hombre vuelve al hogar, pero las cosas han cambiado: su hijo y su novia, un amigo del pasado y su mujer se encargarán de ponerlo al corriente de la nueva situación. El elenco está conformado por Emilia Mazer, Cristian Thorsen, Fernando Davobe, Carolina Bonzi Ferrer y Felipe Martínez Villamil. El diseño de vestuario y escenografía es de Vanesa Abramovich, las luces y la puesta coreográfica, de Martín Gómez Márquez y Dani Sciarrone, respectivamente.
–¿Cómo caracterizan el humor de esta obra?
Víctor Winer: –La comedia puede abarcar muy diversas tonalidades y texturas. Hay tantas comedias como autores: desde Darío Víttori hasta Dario Fo. Puede ser blanca, negra... o roja, como puede ser este caso (risas). Será en la puesta –desde el trazado escénico y la actuación, entre otras cosas– que se encuentre el color que el texto pide.
–Emilia Mazer: -Yo diría que es una comedia con momentos desopilantes que presenta situaciones absurdas. Los personajes atraviesan un drama y eso es lo que hace que el espectador vea la obra como una comedia.
–¿Cómo son los personajes que protagonizan el reencuentro?
V. W.: – Miguel es un hombre ingenuo que comete la desmesura de compararse con el Che. Es un militante anacrónico con una asignatura pendiente. Y trata de rendir esa materia que la vida no le permitió dar. No recurre a ideales que el mundo dejó de lado sino que encuentra un motivo de lucha en tiempo y en forma adecuada.
E.M: -Él es anacrónico, sí, y delirante. Cuando se va a hacer la revolución, Marta se empodera de su propia vida. Pero cuando él vuelve se da un enredo, porque debe debatirse entre dos formas de ver las cosas.
-¿Se habla del tema de la militancia?
-E.M: -Me parece que el tema de la militancia es anecdótico. De lo que sí se habla es de la polarización ideológica. Yo diría, sin adelantar demasiado, que la obra mira con nostalgia el afán por la búsqueda de las utopías. La pérdida de los ideales nos deja imposibilitados para sostener las ilusiones y los sueños que, para mí, son el motivo más importante que se tienen para vivir.
- Ampelmann, Teatro Border (Godoy Cruz 1838), los domingos a las 18 horas.