Las pinturas de Nati Cristo son siempre nuevas. Empiezan siempre con alguna razón renovada para verlas otra vez. Las vemos en una coreografía permanente de mezclas, citas, matices e insistencia de sus trabajos, que ya llevan veinte años de andar. Tienen una constante que marca el rumbo, cortada por distintas variaciones que le van dando particularidad a cada muestra. Sus muestras son un cruce entre lo último que estuvo haciendo y alguna seña de todo lo anterior que pudimos ver. Por estas semanas se puede ver Pintura amanerada, su última agrupación, armada entre las conversaciones con la curadora Carla Barbero, que la ayudó a distinguir algunas del cúmulo de sus propias alternativas.
Empiezo por esto porque la propia muestra me hizo pensar en una teoría rudimentaria que funcionaría así. Nuevo: lo que sorprende. Viejo: lo que no sorprende. Cualquier cosa puede ser nueva, solo hace falta que nos sorprenda. Cualquier cosa puede ser vieja, solo hace falta que no nos sorprenda. El tiempo, entonces, no es algo que trae progreso sino que es una especie de estructura caótica compuesta de cosas viejas y nuevas que coexisten.
Lo digo incluso porque el título de la muestra tiene la palabra amanerada y en esa palabra está manierismo, que nos lleva a los movimientos de las corrientes en el arte. Nos hace ingresar sin que nos demos cuenta en la discusión acerca de la tradición y la novedad. Del formalismo y el recreo de la mano. De las políticas del color y las éticas de los materiales. Nati Cristo estudia y recopila desde su niñez técnicas, tipos de pintura, imaginarios, oficios del pintar. Por dos razones: como necesidad de artista curiosa universal, pero también como condición de posibilidad para hacer algo nuevo.
El manierismo fue una de las primeras corrientes que dialogó con las formas clásicas para huir hacia adelante, para escapar de la pintura fija. Maniera significa conducta y manera. En algún punto, significa estilo. El manierismo Incorporó estilos y legados pero modernizó los motivos, las escalas, las funciones narrativas de la pintura. De eso se trataba amanerar la pintura. Algunos intentan despegar a la tradición manierista del concepto de amanerado, postulando que sería la exageración de la escuela manierista, pero a mi me gusta dejarlos cerca para enganchar estas pinturas en esas conversaciones.
La pintura amanerada sería para ciertos estudiosos una organización demasiado pesada del estilo, una estilización. Desdeñan lo amanerado por exagerado, pero la exageración puede ser útil también. La cuestión queda en el límite entre el grotesco y la sugestión. Como todo límite, es un cartelón a donde pegar polémicas. En síntesis: un quehacer amanerado supondría demasiado rebusque. Para mí eso es positivo. Quiere decir, por un lado, que pintar así es la forma que se tiene para decir aquello que no es fácil decir, o aquello que si se pudiese decir con la poesía, el noticiero o un tweet, se diría. Como sólo puede decirse con la pintura, como sola la pintura y sus bordes pueden “decir así”, lo rebuscado cobra una función prometedora, una legitimidad asociada a lo específico. Aunque esa transmisión específica que intenta Nati lleva a un puerto extraño la claridad. La paleta es clara y no así “el mensaje”. Es ahí donde las discusiones sobre lo amanerado como algo “sin drama” deben retirarse por un rato y dejar hablar a estas obras, amaneradas y candentes a su manera, cortadas por la tijera del idilio y estructuradas como una realidad soñada, encantadora.
Nati es entonces una artista a la que la palabra tradición le sirve siempre y cuando sea la defensa contra lo nuevo/mercantil entendido solo como un capricho alienante de las corporaciones del arte. A Nati le cansa lo viejo y la estimula lo nuevo, pero no se casa con sus promesas de transformación. Su tradición, la de la imaginación, que comparte con artistas distintxs de estos años, le sirve para ritmar con maneras nuevas, con imaginarios constelados por su inventiva, a sabiendas de que decir la palabra nuevo tiene siempre algo de error. Lo que pasa es que, parece pensar Nati, sin creer un poco en que estamos haciendo algo nuevo no podemos salir de los legados. Pero solo desde el legado es que la cotidianidad del pintar se sostiene. Solo escapando, renegando, recreando y jugando se hace. Y se hace desde el legado, no para imitarlo, sino para imitarlo mal. En esa traición surge una obra.
Por un lado, toda su obra puede verse bajo la perspectiva de estas consideraciones. Por el otro, hay una decena de pinturas, las de esta muestra, que son lo que estamos viendo y que tiene su novedad. En este caso una novedad ornamental, ya no solo amanerada sino barroca. Porque a las pinturas se les agregan oropeles que sostienen por debajo o por sobre las propias pinturas su sentido. Digo agregan porque asi lo veo. No veo a los engendros formando parte sino cubriendo, amparando o permitiendo el otro cantar de las pinturas. Son distintos tipos de formas hechas de cemento y pigmentos, costras, anclajes o simplemente adornos constelándolas. Nati ya había hecho estas cosas pero usando otros acompañantes para otros trabajos: diamantitos de plástico, celulares de juguete, atriles en miniatura, cadenas doradas.
Las pinturas parecen hermanadas con los bodoques de cemento, ya sea porque las protegen o las acompañan, pero ellas transmiten en sí mismas algo que a su vez protege y acompaña a los cementos: es la idea de paleta como conjunto de colores armónicos pero no seriables, no de colores necesariamente parecidos. Toda la melancolía contenta que surge de las obras encuentra un resto general de destino en el cuidado que le ponen muchss espectadorxs a muestras así.
Las pinturas como estas tienen un propósito de cariño desplegado hacia la vida comunal amistosa, los sueños rotos para recomponerlos o la simple idea de la imagen abstracta como lo único que puede decir de otra manera la gravedad y el sinsentido. Las pinturas y la obra de Nati en general pertenecen al arte cariñoso de Buenos Aires, que puede incluir, como en Pintura amanerada, cemento y manchitas de óxido. Puede emular arañas o simplemente dejarse llevar por formas espantosas porque sabe que su propia estirpe, lo que hace, dice y pregona, son una misma cosa. Los triángulos de colores, las formas cubistas moteadas por pecas color pastel fuerte, algún que otro ojito y hasta el moño transparente pintado sobre unas formas frías resbalosas, pueden aparecer así en el lenguaje de quien las ve (en mi caso, con estas palabras) porque antes y después ya van a ser aire, tela y recuerdo. Como las pinturas más cálidas en los momentos más fríos de nuestras vidas; o los emblemas más concretos con los que nos enfrenta para contribuir al derretimiento perceptivo de nuestra conciencia porteña limitada, para que no choque contra la pared de la estupidez pobremente ornamental y la algarabía conservadora.
De la muestra se puede llevar unx la publicación de hojas abrochadas con poemas y palabras de artistas amigxs de la artista, con alusiones sinceras que remiten a aspectos del espíritu civil-soñador de Nati y a ciertas zonas de sus pinturas, incluso a algún concepto general que las relance a la jornada. Francisca Amigo Heras, pintora, dice algo de sus pinturas que queda en el borde del juicio y la lírica: “pero no hay abajo / no hay arriba / son capas / tapa y capa / luces y sombras ordenadas por espejos”. ¿No está diciendo que el orden es en este caso permanente, en loop, movedizo? Me hizo pensar en que justamente es lo amanerado lo que posibilita el movimiento y que se ordene sin parar en esquemas espejados, como tensiones de electricidad suave. Nahuel Vecino, también pintor, dice algo que nos remite a los vaivenes de la novedad o el olvido, pensando en las obras se acuerdo de algo: “Fue desde siempre una obsesión de los pintores antiguos el arte de combinar los grises con los tonos más saturados. Realizado este arte de manera eficaz los colores más intensos vibran de manera sutil y elegante. De lo contrario la obra cae en un pseudo fauvismo torpe y vulgar”.
Estas pinturas rastrean las maneras del pasado con la fuerza de parangonar las épocas a través de los sentimientos, no de las formas ni de los colores ni de las técnicas. Todos estos elementos caben en el sentimiento de Nati, que los tamiza y pondera, que los recrea y festeja. ¿Pero qué maneras compara, con qué maneras charla? Sería fácil dar una lista rápida que podría empezar con el romanticismo, la pintura viajera o el cubismo blando. Pero lo que me parece es que no deja de ser una pintura que remite al propio origen “de ahora”. Como si al verlas, todas las historias del arte, sus vericuetos de estilos y escuelas, se redujeran al cuadrante del lugar donde vemos estas pinturas. Pero no como síntesis o grado cero. No como vanguardia, como esos artistas a los que les importa solo diferenciarse. No. El clasicismo de Nati está preestablecido, los linajes están contentos pero tácitos, o tan juntos que ni se ven. No quiero decir que sea una pintura erudita, quiero decir que es pintura popular conciente de la naturalidad con que la pintura puede raspar la cáscara formal en cada obra, sin dejar de reírse de la imitación, imitando la historia de cómo imitar.
Imitar es encontrarle otra vuelta a lo que se imita, agregar y trascender el papel de lo que se imita. La imitación es la forma con la que el arte de Nati Cristo siempre es nuevo. Quizá donde decimos imitar podemos decir conversar: la pintura es la gran conversación metafórica entre épocas, obras y personas lejanas entre sí. Como puede conversar, imitar transformando, agarrar rasgos y traerlos para acá, y como todos estos procedimientos son ejercidos con naturalidad, es que hay una distancia. No chusmea ni especula, como otrxs, con la historia del arte para sacarle secretos. Más bien le habla desde la otra vereda, estudia el caminar, el paseo y el tono de voz de la historia del arte. Como si sus diálogos se redujeran a preguntar si sabe dónde queda tal calle o si tiene fuego.
Pintura Amanerada, de Nati Cristo, puede verse hasta el 14 de mayo en galería Grasa, Santos Dumont 3703.