En 1964, Bob Dylan lanzó la canción “The times They are a-changin” [Los tiempos están cambiando] como un himno de protesta. El mundo cambió, pero lamentablemente no en el sentido que Dylan pensaba. Una década más tarde, el neoliberalismo comenzaba a expandirse a muchos países. En el caso de la Argentina, las ideas provenientes de lo que más tarde se denominó “Consenso de Washington” llegaron de forma temprana y violenta, y la desregulación financiera promovida por José Alfredo Martínez de Hoz dio lugar al primer episodio de sobreendeudamiento externo.
Más recientemente, aparecieron indicios de que el mundo, una vez más, estaría cambiando. Pero todavía no queda en claro en qué sentido. Algunas novedades en el plano monetario podrían dar indicios de las transformaciones que se avecinan. A nivel internacional, dos noticias llamaron la atención en las últimas semanas. La primera es la decisión de Rusia de exigir que sus exportaciones de gas a Europa se paguen en rublos. La segunda es que Arabia Saudita estaría considerando recibir yuanes por sus exportaciones de petróleo a China.
En ambos casos, se trata de transacciones que usualmente se realizan en dólares a través del sistema de mensajería SWIFT. La moneda estadounidense es relevante a nivel internacional hace 100 años. Su hegemonía, es decir, su preeminencia como unidad de cuenta en la que se denominan las transacciones internacionales tiene 75 años. Además, hace 50 años es fiduciaria, lo que significa que no tiene paridad fija con ningún metal u otra mercancía.
La clave del funcionamiento del sistema monetario internacional reside en que los recursos que los estados, las empresas o las personas ahorran sean depositados, en última instancia, en el sistema financiero estadounidense y en activos denominados en dólares. De esta manera, el déficit externo crónico de los Estados Unidos tiene su contrapartida en un aumento de los activos financieros que acumula el resto del mundo y el consumo estadounidense nutre de liquidez y sostiene la demanda agregada de la economía mundial.
¿El fin de una era?
Ahora bien, las recientes sanciones a Rusia por parte de los países occidentales, que incluyen la inmovilización de los activos del Banco Central de Rusia y la prohibición de utilizar el sistema SWIFT, podrían erosionar la estructura sobre la cual se construyó el funcionamiento del propio sistema. Países como China o la propia Rusia, que ya venían trabajando en sistemas de pagos alternativos hace una década, probablemente profundicen los acuerdos de pagos en monedas locales y cualquier otro mecanismo para que su comercio internacional no dependa de Occidente.
Si China le compra a Arabia Saudita petróleo en dólares, la transferencia se realiza desde una cuenta en dólares de la empresa china que importa hacia la cuenta en dólares de la empresa saudí que exporta. Ambas cuentas suelen ser depósitos en el sistema financiero estadounidense, por lo que los recursos cambian de titularidad, pero no salen del sistema. En cambio, si Arabia Saudita recibiera pagos en yuanes, ese dinero probablemente quedaría depositado en un banco chino, por lo que los recursos no se moverían del sistema financiero dicho país.
Hacia el final de la Primera Guerra Mundial, cuando la libra esterlina perdió peso en el escenario internacional frente al dólar estadounidense, Inglaterra se refugió en la "zona esterlina". Los países que participaban de dicha zona utilizaban la moneda inglesa de forma doméstica o establecían una paridad fija con esta para comerciar con los otros países que formaban parte del área. En el futuro es posible que, si el dólar se deja de utilizar en algunas transacciones internacionales, igualmente siga funcionando como divisa y conforme una “zona dólar”.
Repercusión local
Sin dudas, en un país bimonetario como la Argentina, donde el dólar estadounidense se utiliza internamente como unidad de cuenta, medio de pago y reserva de valor, estas novedades del ámbito internacional parecen ciencia ficción. Mucho más actualmente, cuando la Argentina necesita desesperadamente dólares para pagar su deuda externa que está, valga la redundancia, denominada en dólares.
El dólar estadounidense está completamente instalado en la planificación de las políticas económicas argentinas. Por un lado, el neodesarrollismo considera que la Argentina necesita incrementar sustancialmente sus exportaciones para poder pagar su deuda externa y financiar la fuga de capitales (levantar el “cepo”). Por el otro, desde una perspectiva monetarista, se propone la dolarización de la economía y eliminar definitivamente la moneda nacional. Se presentó un proyecto en este sentido recientemente en el Congreso Nacional.
Vale aclarar que la Argentina tiene superavits crónicos en su balanza comercial de bienes, es decir, exporta más bienes de los que importa. Por lo tanto, si bien parece sano aumentar las exportaciones, siempre que no sea en desmedro del medio ambiente y el bienestar de los argentinos, los problemas externos del país no habría que pensarlos únicamente desde una perspectiva comercial. Por el contrario, las respuestas parecen estar por el lado financiero, algo que recién ahora se empieza a reconocer cuando se cuestiona el destino de los fondos provenientes del endeudamiento externo.
Los dólares creados para los créditos que se le otorgaron a la Argentina nunca salieron del sistema financiero estadounidense. Los recursos que eran del Fondo Monetario Internacional (FMI) se transfirieron, previo paso por el Estado nacional, a los depósitos que el sector privado argentino tiene en Estados Unidos. La utilización de guaridas fiscales sirve para que no se conozca quiénes son los verdaderos dueños de los recursos, pero las empresas ficticias creadas en estos países depositan sus recursos en los sistemas financieros de los países centrales.
Además, el Memorando Técnico de Entendimiento, adjunto al flamante acuerdo firmado entre la Argentina y FMI, recuerda la prohibición de armar acuerdos de pagos bilaterales: “[Argentina] evitará: (i) imponer o intensificar restricciones cambiarias, (ii) introducir o modificar Prácticas de Múltiples Monedas (MCPs), (iii) concluir acuerdos de pago bilaterales que sean incompatibles con el Artículo VIII; y (iv) imponer o intensificar restricciones a la importación por razones de balanza de pagos […]”. Desde sus orígenes en 1944, el FMI promovió que los pagos internacionales se realicen a través del dólar estadounidense y que no haya controles cambiarios, al menos en la cuenta corriente de la balanza de pagos.
Por todo esto, la agenda de la Argentina debería orientarse, por un lado, a construir sistemas de pagos alternativos con distintos países y, sobre todo, empezar a utilizar aquellos acuerdos de pagos que ya existen en América Latina, como el Convenio de Pagos y Créditos Recíprocos de la ALADI y el Sistema de Pagos en Monedas Locales del Mercosur.
Como ya se marcó en un artículo anterior, en la medida que haya voluntad política, estos dispositivos están en condiciones de utilizarse y mejorarse. Por otro lado, como parte de la “Zona dólar”, Argentina debería seguir promoviendo que el FMI y Estados Unidos ayuden a identificar los destinatarios finales de los depósitos en los sistemas financieros de los países centrales. En cualquier caso, lo fundamental es tener flexibilidad para adaptarse a los cambios que se avecinan y fortalecer las capacidades estatales para poder llevar adelante políticas no convencionales. Citando una vez más a Dylan, “A Hard Rain's a-Gonna Fall” [Una fuerte lluvia va a caer].
*Investigador del CIS/IDES-CONICET y Centro Cultural de la Cooperación. Docente UNGS, UBA y UNPAZ