Por tercera vez en las últimas cuatro décadas, Argentina atraviesa una crisis de deuda externa. En los dos casos anteriores, luego de un proceso de endeudamiento descontrolado en moneda extranjera sobrevino un período de agónica negociación, estancamiento y finalmente una crisis masiva como fueron la hiperinflación de 1989/90 y la depresión de 2001/02.

El Gobierno Nacional, a instancias del Congreso de la Nación, logró cerrar el acuerdo con el FMI, quien en su momento operó en la práctica como un prestamista de última instancia para salvar políticamente al principal responsable del endeudamiento desproporcionado. 

En realidad, cabe recordar que el origen de este endeudamiento no se encuentra en el FMI sino en una masiva colocación de deuda pública a fondos de inversión privados, que permitió el abaratamiento de la moneda internacional y su uso para el consumo suntuario, el pago de importaciones para conseguir un moderado crecimiento, particularmente en 2017, un fortalecimiento de las reservas internacionales y la formación de activos externos. 

La decisión del FMI de evitar que el presidente Mauricio Macri enfrente un escenario comparable a las crisis de 1989 y 2001 tuvo fundamentos políticos y geopolíticos, así como también los tiene la decisión actual del organismo de no conducir a la Argentina a una crisis social, económica, política e institucional de magnitud histórica.

En el pasado, fondos privados y organismos multilaterales no tuvieron pruritos en dejar caer a la Argentina en el abismo, aprovechando oportunidades políticas y económicas. Quizá las condiciones internacionales actuales permitan una consideración favorable, por parte de los acreedores, de los intereses argentinos, lo cuales, por cierto, son sumamente moderados.

Acreedor externo

A pesar de que el Estado argentino estuvo acorralado por las deudas en la década de 1980, entre la segunda mitad de la década de 1990 y comienzos de la del 2000 y ahora entre 2018 y la actualidad, el país es acreedor neto del resto del mundo, ya que ha prestado más de lo que debe. 

Esto es muy fácil de comprobar, basta con revisar la posición de inversión internacional publicada por el Indec, donde se muestra que los activos externos de los argentinos (Estado, BCRA, bancos y el resto del sector privado) alcanzaron en el tercer trimestre de 2021 los 413.288 millones de dólares, mientras que los pasivos suman 290.774 millones de dólares. Es decir, que los activos argentinos en el exterior superaron en un 40 por ciento a los pasivos externos, algo que por cierto no suele ocurrir en los países periféricos que no tienen capacidad de acumular activos externos y requieren endeudarse en el exterior y pagar por ello altos cosos.

¿Cómo se explica entonces que un país con la capacidad para formar activos externos, es decir, acumular moneda fuerte, en una proporción tan superior a sus pasivos externos, se encuentre en procesos de crisis deuda recurrente? 

Para responder a esto debe mirarse la composición de los activos y pasivos tanto en lo que refiere a la quién los posee, como así también el tipo de activo y pasivo. En este sentido puede observarse que mientras la gran masa de activos la posee el sector privado no bancario en "otros activos" es decir, fundamentalmente billetes y monedas (235.995 millones, el 57 por ciento de los activos externos formados por los argentinos), la mayor parte de los pasivos se reparten en deuda pública (160.471 mil millones de dólares, equivalente al 55 por ciento del total) e inversión del sector privado no financiero, directa y de cartera (118.032 mil millones de dólares, el 40 por ciento).

Esta es una situación absolutamente anómala que puede sintetizarse en dos puntos: por un lado, el Estado está fuertemente endeudado mientras los privados tienen unos excedentes notables de activos externos y, por otro, los activos externos acumulados por los privados constituyen activos de bajísimo rendimiento, incluso rendimientos negativos, mientras que los pasivos son previsiblemente más onerosos.

El resto del mundo

Si se establece una comparación con lo que ocurre en resto del mundo se pueden identificar características estilizadas sobre la formación de activos y pasivos externos. Estos patrones fueron identificados en un trabajo realizado junto a Leandro Rodríguez y Gabriel Weidmann publicado en 2020, con la información provista por el FMI sobre las balanzas de pagos y la posición de activos internacionales de los principales 60 países en relación con el PBI, entre 2007 y 2019.

En primer lugar, los países desarrollados tienden a mantener una masa significativa de activos externos en relación a su PBI, aunque relativamente equilibrada con sus pasivos, a lo que debe agregarse que sus activos suelen tener un rendimiento equivalente o superior al de sus pasivos.

En segundo lugar, los países subdesarrollados no se caracterizan por la "fuga de capitales" sino por la incapacidad de formar activos externos. Tienden, por lo tanto, a mantener muchos más pasivos que activos externos en condiciones financieras negativas, es decir, pagando más por los pasivos que lo que cobran por los activos.

Finalmente, se puede destacar un tercer caso de países que han acumulado más activos que pasivos externos de forma significativa, como Arabia Saudita, Noruega y Venezuela, todos ellos sentados sobre reservas petroleras gigantescas, y Japón y Argentina, que han acumulado ahorros en activos externos. 

Sin embargo, mientras Arabia Saudita y Japón obtienen unos rendimientos por sus activos externos superior al rendimiento de sus pasivos (más que duplicándolos en el caso de Japón) Venezuela y Argentina tienen rendimientos particularmente menores, incluso menores que prácticamente el resto de los países considerados en el análisis (Noruega se encuentra en una situación intermedia).

Reflexiones

Esta particularidad del caso argentino no sólo permite comprender por qué se trata de un país acreedor en crisis de deuda permanente, sino que además deja algunas enseñanzas significativas.

A diferencias de los países subdesarrollados, la Argentina tiene la capacidad para acumular activos externos. Una parte de ellos, el 38 por ciento aproximadamente, se ha hecho tomando deuda externa por parte del Estado a costos exorbitantes. Pero otra parte importante viene del ahorro nacional.

Sin embargo, los activos externos están siendo mantenidos en una forma sumamente irracional, es decir, en billetes y monedas, conformando una cartera nacional absolutamente anómala en relación con lo que ocurre en el resto del mundo. Evidentemente se trata de una dislocación interna de carácter político, social y cultural que impide una orientación de estos activos no hacia activos en moneda nacional, sino a activos externos de mayor rentabilidad.

Construir una arquitectura institucional financiera que permita captar estos fondos dándoles un destino de mayor rentabilidad y seguridad, particularmente en un contexto de alta inflación internacional, resulta evidentemente una prioridad si se busca el objetivo de fortalecer el desarrollo económico argentino.

Sin embargo, detrás aparece el problema de base, de mayor profundidad y complejidad. Desde la independencia, el espacio suramericano, no ha podido concluir la composición de un firme lazo de unidad nacional, en el que se alineen los intereses de largo plazo, entre el estado y la sociedad civil, entre los diferentes territorios, clases y estamentos. Esta es una condición indispensable para poder realizar la potencialidad económica que hoy se desperdicia y que profundiza año a año la condición de crisis permanente.

La Argentina contemporánea se haya en una situación de perder-perder, lo que resulta absolutamente irracional y pone en evidencia la falta de un entendimiento interno mínimo que permitiría, junto a un grado no menor de pericia y audacia, dar vuelta la ecuación y lograr una posición de ganar-ganar.

*Docente de desarrollo económico (UNER y UNL) e investigador asistente del CONICET en el IHUCSO