El imperio inca fue el más grande de Sudamérica hasta la invasión española de 1492. Se expandió durante tres siglos por los territorios que hoy ocupan Argentina, Chile, Bolivia, Perú y Ecuador. Sus desarrollos arquitectónicos, culturales y científicos aún asombran a los investigadores.
El paso de la invasión colonizadora, responsable del genocidio de muchos pueblos originarios, enterró en el olvido diferentes formas de ver el universo. Pero cuando se producen este tipo de hallazgos se puede empezar a armar el rompecabezas de aquellas cosmovisiones que conformaron la vida de millones de personas.
Arqueólogos de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad Nacional de Cuyo (UNCUYO), junto con integrantes de la Dirección de Recursos Naturales de Mendoza y la Gendarmería Nacional, hallaron recientemente dos sitios arqueológicos con características extraordinarias, que se encuentran en las proximidades del volcán Maipo, dentro del Área Natural Protegida Laguna del Diamante, en el departamento mendocino de San Carlos.
“Es posible que se haya hecho el descubrimiento del centro de peregrinación y observación astronómica más meridional del Imperio inca”, destacó el director del Laboratorio de Paleoecología Humana del Instituto de Ciencias Básicas (UNCUYO-CONICET), Víctor Durán, en diálogo con el Suplemento Universidad.
Para Durán, “el hallazgo tiene una particular importancia, porque se da en un área que no se esperaba que hubiera estado bajo el dominio de los incas. Esto obliga a extender el límite meridional de ese imperio”.
Los investigadores encontraron dos formaciones arquitectónicas con claras características asociadas a los incas. La primera (denominada LD-S25) incluye más de 20 estructuras de muros bajos de roca, entre las que se destacan recintos y espacios pircados rectangulares; otros con plantas circulares de alrededor de tres metros de diámetro; un camino de acceso de 40 metros, con sus límites demarcados con rocas medianas y pequeñas; un muro doble lineal de 20 metros y dos pisos empedrados. La segunda (LD-S26), encontrada a 700 metros, está conformada también por un conjunto de estructuras pircadas, pero ubicadas de manera circular, que se destacan por sus dimensiones y por tener en sus centros círculos menores o apilamientos de rocas como si fueran columnas.
“Esas columnas de piedra, que aparecen tanto dentro como fuera de los grandes círculos, y dan toda la impresión de alinearse, recibían el nombre de topus o sayhuas y servían entre otras cosas para hacer observaciones astronómicas, por ejemplo la salida y puesta del sol durante los solsticios o equinoccios, los movimientos de la luna, de algunos planetas y también de estrellas y constelaciones”, detalló Durán.
Según el arqueólogo, el descubrimiento de los sitios “muestra claramente que esos pueblos ocuparon y controlaron los ambientes cordilleranos ubicados entre los ríos Mendoza y Diamante. Además, evidencia que construyeron en la Caldera del Maipo un espacio que seguramente tenía al volcán Maipo y a la Laguna del Diamante como waca (lugar sagrado)”.
En ambas áreas aparecen señales de rayos sobre grandes bloques oscuros: “Se cree que a través de estas marcas, algunas naturales y otras hechos por el inca, se veneraba al dios del rayo (Illapa o Tunupa). Ese tipo de prácticas ha sido registrado en otros territorios incas de Argentina, Chile y Bolivia”.
“Por lo que nosotros entendemos, estaban haciendo peregrinaciones desde lo que hoy es la ciudad de Santiago de Chile, donde había una capital provincial inca, hacia la Laguna de Diamante, para realizar probablemente algún tipo de ofrenda, ceremonia o ruego al cerro en el que está el volcán, junto a la laguna, ya que los incas veneraban ese tipo de accidentes geográficos”, reflexionó.
Un futuro cargado de pasado
El azar fue un elemento determinante en los descubrimientos. Durán explicó que Nicolás Palacios Prado y Andrés Pérez Peric, de la Fundación Código Andino, detectaron ambos sitios, que están en un área de muy difícil acceso y que no pueden visitarse por razones de conservación ambiental, mientras hacían estudios en imágenes satelitales.
Por la arquitectura y la ubicación en la falda de un volcán, “se está seguro de que estamos frente a un territorio inca, ya que hay registros en lugares de características similares”, analizó y adelantó que “gracias a los trabajos en los próximos años, tendremos mucha más información que pruebe la presencia de esa civilización en el lugar”.
“Comienza ahora un trabajo que incluirá excavaciones en los recintos y análisis de los materiales recuperados. Se espera, en un principio, encontrar carbón y cerámica que permitan fechados radiocarbónicos y por termoluminiscencia. Este proyecto demandará años y requerirá la participación de muchos investigadores de distintas disciplinas”, subrayó.
El investigador de la UNCUYO consideró que este tipo de descubrimientos “abre un infinito de posibilidades, ya que muestra que la cordillera de los Andes, lejos de ser una enorme pared inexpugnable, que nos separa de nuestros vecino más próximo como es Chile, constituye una vía de comunicación enorme, que la gente aprovechó en el pasado para hacer intercambios y peregrinaciones de un lado al otro”.