Si es cierto, como dijo Rilke, que la verdadera patria es la infancia, no menos cierto es que esa patria no sería posible sin canciones. Remontando esta idea, Cecilia Pahl pensó Estampas argentinas, un disco que reúne y actualiza temas que para la cantante tienen que ver con “la época de la primaria”, los coros de la Escuela de Niños Cantores Domingo Zípoli y Córdoba. Son temas que vienen de la tradición “culta”, la de los compositores que elaboraron el nacionalismo musical argentino con indicaciones europeas, con ese tratamiento del color local que los cultores de lo nuestro, decía Borges irónicamente, “deberían rechazar por foráneo”. El viernes a las 20, en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, (Av. del Libertador 8151), Pahl presentará los temas de Estampas argentinas, junto a las guitarras de Matías Arriazu y Ernesto Snajer. Las entradas gratuitas se pueden reservar en el sitio web de El Conti (www.conti.derhuman.jus.gov.ar).

Son diez canciones, de Carlos López Buchardo, Alberto Ginastera, Carlos Guastavino y Gilardo Gilardi, las que componen Estampas argentinas, el cuarto disco en la trayectoria de Cecilia Pahl. Secundada por las guitarras de Arriazu y Snajer, la cantante logra plantear desde los arreglos y la interpretación un horizonte distinto, que sin violentar los originales suma otra perspectiva. “Estampas argentinas es el fruto de un proceso en el tiempo, un paso que tiene que ver con traer a la actualidad esas canciones”, dice Pahl en charla con Página/12. “Abordo compositores que desde la música académica pensaron una música argentina con aires folklóricos, cuando también el folklore se estaba configurando. Me interesó ese aspecto, el folklórico y por eso móvil, de estas canciones, más que la tradición interpretativa que también las podría ligar a Schubert, por ejemplo”, agrega la cantante.

Francesas en las armonías y criollas en las melodías, estas canciones argentinas representan una especie de folklore de probeta, construcciones que en su pulcro trayecto de lo culto hacia lo popular en general no logran irradiar esa insolencia, en la algarabía o en la pena, que suelen tener los pueblos cuando cantan. Pahl las deconstruye y las recompone con otra fibra, las hace sonar lejos de la escritura y sus razones para llevarlas, en el diálogo abierto con las guitarras, hacia un plan estético que sin alterar las melodías originales plantea otro teatro para la voz.

“Hace un par de años empecé a elaborar ideas propias sobre este repertorio, pero con contrabajo y marimba, pero llegó la pandemia y con ella la cuarentena”, cuenta Pahl. “En ese período de introspección la idea fue tomando otro rumbo, teniendo en cuenta que juntarse entre muchos era problemático. Pensé entonces que sería oportuno encontrar una sonoridad intimista y enseguida, por supuesto, pensé en la guitarra, que es un sonido entrañable para el folklore”, agrega la cantante.

La amistad de años de Pahl con el guitarrista formoseño Matías Arriazu, que participó en dos de sus discos anteriores, simplificó el resto. “Con Matías compartimos una gran sintonía y afinidad estética, por lo que naturalmente tenía que estar en este trabajo. Cuando lo llamé, me contó que estaba trabajando a dúo con Ernesto (Snajer) y me entusiasmó imaginar el sonido de dos guitarras”, se entusiasma Pahl. “Canción del carretero”, de López Buchardo –la sabía cantar la recordada Suma Paz–, “Canción de cuna india” de Gilardi, “Triste” y “Zamba”, dos de las Cinco canciones populares de Alberto Ginastera, y “Vidala del secadal”, de Carlos Gustavino. Son estas algunas de las canciones, con arreglos instrumentales de Arriazu y Snajer, sobre las que Pahl despliega su sutil tarea transformadora: recuperando gestos, inflexiones y colores, remueve las proporciones del original para construir un nuevo piso. Como lo hace también sobre el finísimo arreglo de Guillermo Klein de “Canción de la luna lunanca”, de Ginastera.

“Tal vez fue la elección de los temas el momento más problemático de este proceso”, explica Pahl. “Además de la música, claro, tuve particular cuidado en elegir letras, que no cayeran en ese estereotipo de folklore ingenuo que algunas canciones de esa época suelen tener. Es ahí donde más se nota la apropiación, por parte de los poetas, de un lugar que no es el de una. Pero una vez que empezamos a probar estas músicas, las cosas se fueron dando de manera muy natural y a partir de una sensibilidad común las fuimos llevando donde queríamos llevarlas. A los guitarristas no les pedí nada en particular. Con Matías (Arriazu) las cosas fluyeron de entrada y Ernesto (Snajer) enseguida entró en esa conversación y aportó mucho”, agrega.

Pahl nació en Puerto Rico en 1970. El regreso familiar a la Argentina fue a Córdoba, donde comenzó a estudiar música en la escuela Niños Cantores. A los 12 años, ya radicada en Misiones, completó sus estudios en la Escuela Superior de Música de Posadas. Sus tres discos anteriores están dedicados al repertorio del Litoral: dos a la obra de Ramón Ayala –el último, Camino y selva, de 2020, cuenta con la participación de una big band y los arreglos de Richard Nant– y otro, Litoraneo, a la obra de compositores contemporáneos de su región entre los que están Jorge Fandermole, Coqui Ortiz y Sebastián Macchi. “Por supuesto que el Litoral es para mí un paisaje conmovedor, que me es propio. Pero, más allá de la cuestión de la infancia, hacer este disco con estas canciones nacionalistas fue como agrandar el zoom sobre un paisaje que es el mismo, que es un territorio compartido y muy cercano. Acercándome a la música argentina no me alejo del Litoral”, concluye la cantante.