Una cosa fue trayendo a la otra y así, hasta que Gustavo Montesano, bajista, cantante y fundador de Crucis, se quedó a vivir definitivamente en España. Tras una corta pero intensa estadía musical en la Argentina que redundó en dos discos con Crucis, uno con Merlín –dúo que formó con Alejandro de Michele- y otro como solista llamado El pasillo, el músico se dejó tentar por una propuesta que le había hecho el amenazado -y por ello exiliado- productor Jorge Álvarez. Tal era integrarse a la banda española Olé-Olé. Y él aceptó, probó y anidó. “Me ofrecieron unirme a esa banda musical tecnopop que se estaba formando en Madrid y, bueno, en un principio lo hice como un experimento y sin demasiada expectativa, pero el primer disco tuvo un éxito comercial inesperado: comenzaron las giras, me enamoré, tuve mis primeros niños, y una cosa fue trayendo a la otra”, refrenda Montesano, sobre el año cero de los casi cuarenta que lleva viviendo en Madrid.

Allí entonces ganó plata, se enamoró, tuvo hijos, tocó en varias bandas, ejerció como productor, y acaba de grabar un muy buen EP que recupera el legado del rock sinfónico-progresivo de los dorados setenta, bajo un nombre bravo y sintomático: Traumas de un pasado tenebroso. Así lo explica ante Página/12, desde Madrid: “Pasa que me costó muchos años librarme de los miedos, las turbaciones y la paranoia que me provocaron aquellos años de la dictadura. Aunque parezca mentira, aún sufro pesadillas relacionadas con ello y pensé que esta sería una buena forma de exorcizar aquellos demonios”, asegura. “También sentí que esto me ayudaría a la hora de regresar a mi rock progresivo. 'Regresar donde lo dejé', sería la totalidad del concepto”.

-Emerge muy nítido el retorno al progresivo-sinfónico en el tema epónimo y, también, en “Un día se irá”,una pieza contundente. ¿Cuál es su historia?

-Es verdad, posee un riff muy pesado. Escribí esa canción en medio de la absoluta desesperación, horror y angustia que me provocaba el encierro durante la pandemia. Vivía encerrado en mi estudio, muerto de miedo y diciendo "un día se irá", en obvia referencia al maldito bicho. Por suerte, parece que se va cumpliendo el deseo. Ese, y el del retorno al rock progresivo-sinfónico. Es lo que mejor se me da, porque me ofrece libertad creativa. No me ata a formatos, puedo cambiar de compás o de tonalidad las veces que sea necesario, puedo expresarme sin limitación alguna y me encanta la fusión del rock con la música clásica, con el jazz o con lo que sea. Claro que en los tiempos que corren soy consciente de ser una especie de outsider (risas).

-El otro tema que integra el EP viene, incluso, de las épocas en que Crucis publicó Los delirios del mariscal. Es instrumental, se llama “Vuelo a la obsesión” y no aparece en esa obra. ¿Por qué?

-Efectivamente Crucis ensayó “Vuelo a la Obsesión” durante sus últimos meses. Incluso llegamos a interpretarla en vivo un par de veces, pero no logramos grabarla nunca, básicamente por falta de tiempo. Es probable que lo hubiéramos hecho en un tercer long play, pero no hubo tal. Sin embargo, por alguna razón es una pieza que a lo largo de los años continuó regresando a mi cabeza de forma recurrente.

-¿Qué razón es esa “alguna”?

-Quizás lo obsesivo de su melodía. Lo cierto es que sentí la necesidad de grabarla ahora también como una forma de “regresar donde dejé”.

-Hace cuarenta y cinco años ya de eso. ¿Cómo ves la experiencia Crucis en retrospectiva?

-El fenómeno Crucis es curioso, porque la compenetración que existía entre los cuatro músicos (Montesano más Aníbal Kerpel, Gonzalo Farrugia y Pino Marrone) era absoluta y total. Es más, jamás logré volver a experimentar una sensación como esa. La comunicación con el público era indescriptible, había una energía muy poderosa que se retroalimentaba. Creo que la calidad, el gusto y el refinamiento del público argentino quizás pueda explicar bien porqué una banda de rock sinfónico elaborado, intrincado, a veces hermético, lírico y potente se haya convertido en popular. Y nosotros éramos los primeros sorprendidos de que aquello estuviera ocurriendo… tal vez por eso duramos tan poco. En fin, personalmente aún me conmueve que se recuerde con cariño después de tantos años.

-Una gran suerte que tuvo Crucis por entonces fue grabar en Estados Unidos, cuando muy pocas bandas –ninguna, tal vez- tenía esa oportunidad.

-Fue una experiencia muy peculiar, sí. Vaya por delante que nuestro único anhelo era conseguir el sonido de Crucis reflejado lo mejor posible en un LP, pero desgraciadamente no encontrábamos por entonces un estudio en Buenos Aires que pudiera satisfacer nuestras demandas. Es verdad que ningún artista de rock argentino había ido a trabajar en Estados Unidos hasta entonces, y resultaba una empresa extraordinariamente extravagante, insólita y sobre todo muy onerosa. Pero RCA confiaba en nosotros… entonces me reuní con nuestro productor y con el presidente del sello para contarles nuestro proyecto y, aunque un poco a regañadientes, finalmente accedieron a financiar la aventura. Terminamos trabajando con el ingeniero Jack Adams que grababa a Eric Clapton, Joe Cocker y Tina Turner. Retengo aquella secuencia como una prueba de fuego para mi sistema nervioso ¿que iban a pensar de un grupo como nosotros? (risas) Recuerdo también la neblina que provocaba el intenso humo de los porros… todo fue como la seda, después de varios días de enorme concentración, trabajo y empeño. En fin, creo que conseguimos exactamente el sonido que buscábamos. E incluso más.

-¿Por qué, pese a este tipo de situaciones, duraron tan poco?

 

-Desgraciadamente, la vida cotidiana de un grupo de rock en los 70, especialmente después del golpe militar, era muy difícil. Hacíamos muchos shows, siempre con el terror de que nos pararan en la carretera y, cuando esto pasaba, nos bajaban a todos del autobús apuntándonos con armas. Pasábamos noches enteras en la seccional de policía. Ojo, no quiero decir con esto que la realidad y el clima violento de nuestro país haya sido el único detonante en la disolución de Crucis. Por supuesto que había todo tipo de diferencias entre nosotros, presiones enormes, influencias de terceros, etc… pero nada que no pudiera solucionarse con unas buenas vacaciones (lujo que nunca nos habíamos dado), y charlas distendidas sobre nuestro futuro. Tampoco es un detalle menor el hecho de que éramos muy jóvenes, inexpertos, arrogantes (yo el que más, seguramente) y tercos. No estábamos preparados aún como personas para recibir tanta presión de golpe y gestionar nuestra banda con inteligencia, cariño, empatía y amor.

 

-¿Fueron las únicas razones?

-Hay más: las influencias de afuera, por ejemplo. Había muchos que deseaban destruirnos y trabajaban a diario para lograrlo.

-¿Quiénes?

-A ver, la actividad de la banda era frenética en cuanto a conciertos, giras, grabaciones, viajes, publicidad, reportajes y apenas quedaba tiempo para otra cosa, y los managers nos sableaban aprovechando nuestra inexperiencia. Fuimos expoliados económicamente, quiero decir. Todo aquello se exacerbó en mi caso por el alto consumo de maría y otras sustancias que me incapacitaron para ser capaz de analizar, de reflexionar. Pero, más allá de todo esto, lo de la dictadura era demencial. No veíamos otra salida que exiliarnos para conseguir ejercer nuestro oficio en paz y llegó un momento en que solo pensábamos en cuándo, cómo y dónde irnos. Finalmente nos fuimos cada uno por su lado. Qué se yo… no es tan agradable recordar ese tiempo.

-Pero lo evocás igual en el tema clave del EP: “Perversa pesadilla que me matará al final (…) aquel miedo desatado, por favor no quiero desaparecer (…) documentación, el Falcon del horror”, cantás.

-Cosas que se quedaron en el subconsciente, para siempre, sí. Además, como comentaba antes, quizás inconscientemente esta rémora sirva para situarme en el lugar en que me encontraba en 1977 y así continuar, reencontrarme conmigo mismo o con esa parte de mí… con aquél chico de 20 años, y con el rock sinfónico que tanto amo y que tuve que abandonar abruptamente, muy a mi pesar. Es muy difícil de explicar y quizás ni yo mismo aún lo comprendo del todo. Puede que también haya algo de bronca contenida por no haberlo podido expresar en su momento.

Instalado en Madrid, Montesano no solo fue parte de Olé Olé, sino que también fue productor de Héroes del Silencio y, entre otras cosas, grabó discos como solista. Pero, por sobre todo, respiró. “Pasé del oscurantismo represor déspota, en blanco y negro, a la movida madrileña, al destape en todo su esplendor, al libertinaje absoluto, a los excesos y a los viajes por el mundo”, cuenta. “Y sabe Dios cuanto disfruté (risas). Debo decir, empero, que mi amor por Buenos Aires jamás cedió. Regresé en 1983 para festejar nuestra ansiada democracia y jamás dejé de visitar mi país todos los años a partir de entonces”.

-Grabaste varios discos en España que tuvieron muy poca difusión en la Argentina. El singular Fantasía Flamenca, por caso, donde tocás piezas de Vivaldi y Beethoven en guitarra española. ¿Qué significó esa experiencia?

-Mi primer trabajo con la Royal Philharmonic Orchestra, una fusión de flamenco y música clásica que grabamos en Abbey Road contando con los mejores músicos de ambas áreas. Hermosa experiencia.

-¿Y Olé Olé cómo resultó?

-Otra cosa, claro, porque los músicos de rock sinfónico tuvimos que reinventarnos en los 80 y 90. Éramos vistos como demodé, vetustos, dinosaurios, de otra época. Pongo como ejemplo a mis queridos Genesis, que en una jugada consciente tuvieron que pasarse al pop para lograr sobrevivir. Bueno, en mi caso, Olé Olé me dio la oportunidad de incursionar como compositor e intérprete en ese género musical y así grabar unos diez discos con la banda, viajar por todo el mundo, conocer el éxito comercial y trabajar en un contexto de profesionalismo que nunca había experimentado a tales niveles. También tuve el placer de trabajar con mi hermano Marcelo como tecladista, y pasar muchos años divirtiéndonos como enanos.

-De vuelta a Crucis, otra arista de su sino es que, a diferencia de otras grandes bandas del rock de acá, nunca se volvió a juntar. ¿Por qué?

-Quizás porque todos los integrantes nos exiliamos. Eso significa que cada uno estuvo concentrado durante muchos años en su trabajo, en una nueva realidad. Consolidarse en otro país es algo muy duro y requiere un esfuerzo enorme y, a pesar de la cantidad de ofertas que recibimos, nunca lo hicimos. No resulta fácil cuando cada uno vive en una parte distinta del mundo. Y en última instancia, tampoco nos resultaba especialmente seductora la idea de repetir algo que ya habíamos hecho. Luego desgraciadamente murió Gonzalo.

-¿Tenés pensado venir a la argentina a presentar estas canciones?

 

-Acabo de recibir una oferta hermosa de uno de los empresarios argentinos que más quiero y conozco desde tiempos de Crucis para hacer justamente eso. Y me encantaría hacerlo, de verdad. Pero antes desearía grabar y publicar algunas músicas más. Estoy muy feliz con este mini LP y deseo agradecer infinitamente al público argentino y en especial a los amantes del rock progresivo sinfónico… ya nos volveremos a encontrar.