Fernando Barcia Veiras era socialista y presidente del Comité Executivo de Defensa da República cuando el golpe de Estado de Franco triunfó en Galicia. Allí apenas hubo guerra porque los fascistas se hicieron con el poder en pocas semanas, pero sí una oleada de represión con cerca de 4.000 fusilados, paseados y desaparecidos.

Cuando las noticias de aquellos asesinatos y atrocidades de los franquistas empezaron a llegar a Compostela, dos golpistas gallegos fueron detenidos en el verano del 36. Cuando la ciudadanía lo supo, una multitud empezó a concentrarse frente al Pazo de Raxoi, la sede del Ayuntamiento, en la plaza del Obradoiro, frente a la catedral, para exigirles cuentas y, previsiblemente, lincharlos.

Barcia lo impidió, saliendo con ellos a la calle para acompañarlos a la prisión e interponiendo su cuerpo entre los detenidos y la muchedumbre que intentaba golpearlos.

Lo cuenta Miguel Paz Cabo en ¡Viva la libertad! La silenciada historia del maestro Fernando Barcia en el Santiago de la Segunda República (Editorial Alvarellos, 2020), una investigación sobre la vida y la muerte de una de las principales figuras de la resistencia republicana en Galicia que, sorprendentemente, ha pasado casi desapercibida hasta la fecha.

"Llegué a Fernando Barcia cuando estaba investigando sobre Constante Liste, teniente de alcalde de Teo", explica Miguel Paz, en referencia al hermano de Enrique Liste Líster, uno de los más destacados militares del Ejército republicano. "Lo que más me llamó la atención fue que Barcia era una figura completamente olvidada, pese al papel que tuvo en la defensa de la democracia en Galicia y de que pertenecía a un partido grande en esa época".

Miguel Paz, firmando ejemplares de su libro

Fernando Barcia, nacido en Santiago en 1885, era maestro de escuela y desde 1931 hasta su muerte presidió la Agrupación Socialista de Santiago. Fue uno de los fundadores de la Federación Gallega de Trabajadores de la Enseñanza y de la Asociación de Trabajadores de la Enseñanza, vinculadas a la UGT, y de una asociación antideshaucios que defendía a obreros y campesinos y que podría considerarse la precursora de las actuales plataformas de afectados por hipotecas. En 1934, durante la revolución de octubre, fue uno de los primeros detenidos y uno de los últimos presos políticos en ser liberado.

Además de su papel como presidente del Comité para la Defensa de la República, otra faceta sorprendente de Barcia era su apego a los valores democráticos y a la defensa de los derechos humanos. "El hecho de que salvase la vida a aquellos dos golpistas, poniendo en peligro la suya propia en unos momentos tan agitados, es la mejor prueba", añade Miguel Paz.

El hecho de haber impedido la muerte de dos fascistas no le sirvió, sin embargo, para que Franco tuviera clemencia con la suya. Fue detenido a los pocos días, aunque liberado por un error burocrático. Durante casi un año permaneció escondido en casa de una prima en la calle de San Pedro, hasta que fue capturado, juzgado y sentenciado a muerte. Lo fusilaron frente al cementerio de Boisaca el 29 de enero de 1938. Murió gritando "¡viva la libertad!".

Barcia se negó a confesarse antes de su muerte diciéndole al cura que no tenía nada de lo que arrepentirse y que no había cometido más delito que defender la democracia, la vida y los derechos de los explotados y los desfavorecidos. En una de las tres cartas que escribió desde prisión a su mujer, Ramona Blanco, y a sus hijas Fernanda, Genita y Luis Ángel, les pedía que no guardaran luto por él, sino todo lo contrario: "Habéis de utilizar los más alegres y detonantes colores, porque así no le dáis a mis enemigos la satisfacción de regocijarse con vuestro dolor".

Mientras en Galicia aún quedan centenares de símbolos que homenajean al franquismo, en Santiago no hay nada hoy que recuerde a Barcia. Ni un monumento, ni una placa, ni una calle, ni una mención ni distinción institucional alguna, ni una línea en los libros de texto de los escolares gallegos. "Probablemente porque no era una figura cómoda para el relato creado durante la transición. Él pertenecía al sector de Largo Caballero en el PSOE, cuyos argumentos no triunfaron", explica Miguel Paz.

El autor de ¡Viva la libertad! también señala que otra de las razones de que su figura apenas haya sido reconocida es que quienes se encargaron de custodiarla y reivindicarla fueron su mujer y sus hijas. "Por desgracia, esta sociedad escucha menos a las mujeres, hasta para esto", señala.

Barcia también era un defensor convencido de los intereses nacionales de Galicia, que en la ponencia presentada en la fundación de la ATE junto a Apolinar Torres y Eligio Núñez reclamaba su derecho "a regirse autónomamente" y advertía de que "rehuir el problema de las nacionalidades es hacerle el juego al nacionalismo opresor reaccionario".

También destacó por su concepción de la educación y de la pedagogía como instrumentos al servicio de la igualdad y la justicia social. "El problema pedagógico de Galicia es de solución netamente política. Por eso el mejor maestro de la ciudadanía gallega es aquel que vuelque toda su actividad, dentro y fuera de la escuela, para liberar a este pueblo de sus lacras seculares, fanatismo religioso, caciquismo político, usura, esclavitud económica, fraude municipal, iniquidades judiciales, miedo al señorito...", escribió.

El próximo jueves, por primera vez, una institución, el Ayuntamiento de Santiago, ha dado un pequeño paso para recordar a Barcia, patrocinando una ruta por lugares emblemáticos de la República en la ciudad que partirá a mediodía desde el Palco de la Música del parque de la Alameda, donde participó en el último mitin en defensa del Estatuto de Galicia, y que concluirá en Boisaca, donde murió asesinado.

Paz será el guía de esa ruta, y asegura que lo que pretende no es sólo recordar Barcia, sino hacer de él "el cicerone" de un paseo ilustrado por lo que él representa: la defensa de los valores democráticos y de la libertad.

"Es muy difícil explicar la Segunda República sin hablar de la represión franquista, pero si sólo nos centramos en la represión, olvidaremos que aquella fue un modelo democrático, con los mismos problemas que otras repúblicas como la francesa o la de Weimar en Alemania, pero un ejemplo democrático", concluye.