Jacques Lacan, en 1966, propone la causa final como estatuto de la verdad para la religión. El día de hoy, denominado jueves santo en la tradición cristiana (no solo católica), me interesa reflexionar al respecto a propósito del sujeto del psicoanálisis. Se trata de un día central para el mensaje religioso: la solidaridad, la vocación de servicio, la priorización de los más humildes, el amor incondicional, la entrega. Estos elementos están ejemplificados en la denominada “última cena” y en el posterior lavado de pies de los discípulos por parte del Maestro.
El sujeto del psicoanálisis es el mismo de la ciencia, escribe Lacan en más de un lugar --en Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis y en “Lógica del fantasma”, por ejemplo--. En “La ciencia y la verdad” interroga otros tres discursos distintos de los que caracterizará en El reverso del psicoanálisis, su seminario de 1969. Entre ellos, sitúa el lugar de la verdad en el discurso de la religión en los términos en que lo recordaba más arriba: causa final. Pero, así como define al sujeto de la ciencia como siendo el mismo que el del psicoanálisis --caracterización nada sencilla de entender, mucho menos de transmitir--, pregunto: ¿podríamos extraer de esa elaboración alguna aproximación al sujeto de la religión? Hoy, jueves santo, me gustaría compartir mis reflexiones al respecto.
Cuatro reflexiones sobre el jueves santo, el sujeto y los discursos
Primera reflexión. Lacan apela a los discursos de la magia, de la religión y de la ciencia para comparar el lugar de la verdad en ellos con relación al psicoanálisis. Concluye que --de un modo que acá no explico-- el sujeto del psicoanálisis es el mismo de la ciencia, como ya he señalado. Entonces, queda dicho lo siguiente: los sujetos de la magia y de la religión, si acaso pudiéramos inferir características particulares y diferenciales para ellos, serían lógicamente distintos al de la ciencia, que es el del psicoanálisis.
Segunda reflexión. Que el psicoanálisis se ocupe del sujeto que la ciencia se esfuerza prolijamente por excluir denota una complementariedad en las estructuras que organizan esos discursos: uno funciona a partir de la expulsión necesaria de un elemento, mientras que el otro se pone en marcha a partir del alojamiento de tal desecho como razón de ser de su existencia. Si esto que digo está bien, entonces no habría equivalencia entre las estructuras discursivas de la religión y de la magia con respecto al psicoanálisis.
Tercera reflexión. La verdad como causa material, tal como Lacan la caracteriza para el psicoanálisis, plantea un campo de intervención muy específico fuera del cual los analistas tenemos muy poco que hacer. Trabajamos con la materialidad de lo que se dice, con la letra. Eso hace que “el para qué”, tanto de nuestra intervención como de la letra misma esté suspendido por razones inherentes al material y al método. Desde este punto de vista, es difícil pensar que un hallazgo psicoanalítico pueda resultar verdadero para el discurso religioso, ya que tal revelación puede encontrarnos únicamente por accidente, sin haberla previsto ni mucho menos planteado de antemano como causa final.
Cuarta reflexión. Ni la causa final ni el discurso religioso son incompatibles con el análisis, pero por otros motivos y con otros fundamentos. La causa final, si es que hay alguna en el relato que constituye la asociación libre del analizante, para que ocurra un hallazgo analítico --es decir un valor de verdad anudado a alguna materialidad significante que toque al cuerpo y conmueva el síntoma--, necesariamente será traicionada. En otras palabras, dicha causa final resultará equivocada por los nuevos efectos alcanzados por la verdad en ciernes.
Las dos espadas
Por lo dicho, pienso que si la verdad del mensaje del jueves santo reside en la teleología de la santidad para quien comulgue con los valores religiosos --continúo el ejemplo de las pascuas cristianas--, se trata entonces de una transmisión de la palabra considerada divina por la vía del gesto. En este sentido, esa verdad religiosa incontestable que propende a los valores encomiables mencionados al inicio puede funcionar perfectamente como referente. El horizonte que presenta ante nosotros un mundo de intereses personales sometidos al bien común e incluso a la priorización de los otros resulta un escenario tan maravilloso como ideal.
Seguramente recordemos imágenes de Juan Pablo II y también de Francisco, algún jueves santo, besando los pies de personas humildes, enfermas y aun privadas de la libertad. De hecho, se trata de una práctica habitual que realizan anualmente los curas que dan misa ya que forma parte de la liturgia pascual. Como vemos, el gesto cristiano viaja en el tiempo dando a ver una escena que muestra como realizado --estructura del sueño-- el deseo de un mundo anhelado.
Este planteo se da de bruces contra un discurso recientemente pronunciado por la presidenta Cristina Fernández, en el que señalaba que “no hay ni buenos ni malos, hay intereses”. El escenario político, más parecido al teatro de la crueldad propuesto por Antonin Artaud que a la catequesis dominical utiliza incluso las dedicaciones a Dios (Tedeum) como declaraciones públicas y tomas de posición. La Iglesia lo entiende así, por eso mismo las homilías de las misas practicadas en fechas importantes son declaraciones políticas.
Un invento freudiano
La gran diferencia que encuentro entre un tipo de verdad como causa material, tal como funciona en el discurso analítico y la verdad como causa final, como es el caso de la religión, ha sido largamente pensada y teorizada por Jacques Lacan en su seminario sobre Los cuatro conceptos... ya mencionado. Allí, apoyado en el Libro V de la Física aristotélica titulado “Tyché y Autómaton” caracteriza a la primera de estas causas azarosas como un des/encuentro siempre traumático con lo real.
Lo que funciona como trauma, anudado a la sorpresa y al hallazgo del desencuentro siempre fortuito, es ni más ni menos que materia significante que organiza y desarma un cuerpo de un modo singular cada vez. Lejos del cuerpo purificado de la religión con su gesto santo y amoroso, la verdad del psicoanálisis no se ve, no es espectacular ni se puede transmitir con una imagen ni escenificar con la mostración de una alegoría. Esto es así porque lo que se dice en cada análisis sostiene su eficacia en la verdad media dicha que se anuda a algún fragmento siempre material de palabra escrita --dicha, pero siempre escrita-- hasta llegar a la dimensión de la letra fuera de sentido, pero no de goce.
La propuesta del psicoanálisis se caracteriza por no huir de las consecuencias de que también somos un cuerpo gozante por medio de ningún subterfugio finalista. Hoy, jueves santo, conmemoración religiosa del inicio de la pasión cristiana, la pregunta por el goce entendido como satisfacción de la pulsión de muerte plantea claramente al menos dos caminos posibles. Por un lado, un vía crucis inexorable; por otro, un cuerpo de goce sufriente que en el desfiladero de sus desvíos se deja distraer por la alteridad de un síntoma del que no logra desentenderse. Para la segunda opción, existe un partenaire inventado por Freud que se llama el/la psicoanalista.
Martín Alomo es psicoanalista. Doctor en Psicología. Magíster en Psicoanálisis.