¿Quién pondría en duda que el celular nos ha simplificado la vida? ¿Quién pondría en duda que el celular nos la ha complicado? Así somos los humanos, siempre oscilando entre lo que nos sobra y lo que nos falta, siempre entre el exceso y la carencia. El celular es ahora mucho más que un teléfono, la pantalla y la conexión a Internet lo convierten en una computadora portátil, como una prolongación celular de nuestro cuerpo. La posibilidad de comunicación sigue siendo lo que se destaca, llamar o ser llamado, pero también es un instrumento de desconexión, nos aísla si estamos en una reunión que no nos interesa, nos desconecta si algo nos angustia, o nos distrae si estamos aburridos. No se puede estar siempre conectado, necesitamos estar al tanto de lo que nos rodea, qué sucede en el mundo, qué necesitan nuestros seres queridos, pero también precisamos desconectarnos, es requisito para nuestra salud psíquica. Ya lo decía Freud: es tan importante recibir estímulos como poder defendernos de ellos, por eso dormimos, por eso soñamos.
Actualmente provoca mucho interés detectar si la conexión a través del celular puede ser nociva o adictiva. Por supuesto que eso depende de cómo y quién lo usa. Pero es interesante poner la mirada en cuáles son las características particulares, que nos ofrece la conexión cibernética. En principio se trata de eso, de poner la mirada. El celular nos ofrece la pantalla, y las pantallas fascinan. En ellas todo aparece armado, colorido, interesante. La imagen nos resulta esencial para conocer la realidad y para reconocernos, el espejo le permite al pequeño la sorpresa y el regalo de poder decir “¡soy yo!”. Y la pantalla del celular es apropiada para funcionar como espejo, de lo que somos, de nuestro mundo.
Ahí están nuestras fotos y videos, las de nuestros amores, los grupos de chat a los que pertenecemos, los temas que nos interesan o nos preocupan, la música que nos identifica, los iconos conocidos que nos orientan. Ni que hablar de los sitios que guardan nuestros documentos de identidad, carnet de vacunación, datos para efectuar pagos bancarios, datos de cualquier índole. ¡Todo lo que tenemos! O casi todo.
El celular nos conecta con lo que somos y lo que tenemos. Muchas veces cuando deja de funcionar o no hay conexión a Internet o curiosamente lo olvidamos o lo perdemos, solemos encontrarnos con un vacío. Algo nos falta. Un silencio de imágenes y sonidos que en general se asocia con pérdida. Esos pueden ser los momentos para percatarse de otra cosa, justamente del silencio. El vacío que nos caracteriza podríamos decir, porque como personas siempre estamos en falta, siempre en busca de algo más. Si hoy contamos con ese aparato maravilloso que es el celular es porque nunca nos terminamos de conformar. No nos alcanzó con la comunicación boca a boca, ni con la imprenta, ni con el teléfono de línea. Siempre vamos por más y esta es la capacidad de desarrollo que nos distingue. Pero para buscar es necesario aceptar lo que nos falta, enfrentarnos con la pregunta de qué queremos y hacia dónde vamos.
El celular tiene la particularidad de reforzar nuestra identidad, nos miramos en él para confirmar lo que somos y lo que tenemos, y suele convertirse en un escudo protector contra la angustia. Pero también puede ser un formidable instrumento en este anhelo de ir más allá, un medio que, según como lo usemos, puede cerrarnos o abrirnos caminos creativos. La vida es búsqueda y encuentro... y es también insatisfacción que nos relanza a nuevas búsquedas.
Diana Litvinoff es psicoanalista (Asociación Psicoanalítica Argentina).