Sucede, sobre todo, con las óperas. Una escena, un aria, un momento del coro, acaban ocupando el lugar del todo. Lucia de Lammermoor, de Gaetano Donizetti, es –o ha quedado convertida en– la escena de la locura. “Yo sostengo, por supuesto, que no está loca”, afirma Rita Cosentino, la directora de escena de la puesta que sube hoy a escena en el Teatro Argentino de La Plata. “Es el amordazamiento emocional el que la lleva a un borde tal de indefensión y a esas visiones que, finalmente, son lo único que ella puede hacer para defenderse. Cualquier ser humano llevado al borde, empujado al abismo, comienza a hablar desde ese abismo”, explica.

La notable soprano Oriana Favaro aborda el papel principal, la dirección musical es de Silvio Viegas, el diseño de la escenografía pertenece a Nicolás Boni, Imme Möller es la diseñadora de vestuario, Luis Conde el responsable de la iluminación y Silvia Miatello la coreógrafa. Cosentino, que fue durante una década la coordinadora artística del Centro de Experimentación del Teatro Colón (CETC) y actualmente se desempeña como coordinadora artística del Programa Pedagógico del Teatro Real de Madrid, ha realizado puestas de compositores actuales, como el argentino Pablo Ortiz (Parodia), y de clásicos del repertorio como Madama Butterfly de Puccini, Rigoletto de Verdi o Eugene Onegin de Tchaikovsky. Para ella, Lucia de Lammermoor “es una obra icónica del romanticismo”. “Por allí circulan infinidad de temas. Ante todo es un drama político, en el que se etrecruza toda una serie de tejidos que apuntan a una moneda de cambio que, en este caso, es Lucia. Ella tiene un círculo alrededor que hace que su vida se torme cada vez más compleja. Un padre ausente, una madre muerta, un luto interminable y un hermano que la utiliza como mercancía. Es un juego de ajedrez a ver quién gana más y mejores apoyos políticos, y quién asciende en esa disputa entre familias ligadas al poder”.

Darío Schmunck en el papel de Edgardo, Fabián Veloz como Enrico, Sergio Spina como Arturo, Emiliano Bulacios como Raimondo conforman el elenco de las ocho funciones previstas (además de la de hoy a las 20, este domingo 4 a las 18.30, repitiendo la semana próximo, en los mismos respectivos horarios, el viernes 9 y el domingo 11). “Mi idea fue tomar puntualmente algo que circula en toda la obra, que es el tema del maltrato de género”, cuenta la directora de escena a PáginaI12. “Ella no desea prácticamente nada a lo largo de toda la obra. Está sometida a esta opresión del mundo masculino, que decide y reprime. No sólo física sino emocionalmente. Este amordazamiento es el que desemboca en la llamada escena de la locura. Yo he traído la obra un poco hacia delante, más o menos hacia la época de su estreno, entre 1835 y 1840 (tanto en el libreto de Salvatore Cammarano como en La boda de Lammermoor, la novela de Walter Scott en la que se inspiró, la acción transcurre en los finales del siglo XVII). Me interesaba colocar esta trama en la época victoriana, también sumamente oscura en relación con el lugar social de la mujer. La opresión de la realidad hace inevitable otra realidad, sobrenatural, como vía de escape. En una época pre psicoanalítica, en que para los sueños, para los fantasmas, aún no había palabras, lo inconsciente que pugnaba por salir aparece finalmente en la ‘escena de la locura’ que es, tal vez, el único momento en que ella es libre”.

En su visión de la obra, las tramas palaciegas se circunscriben a una casa: “La acción de la ópera sucede en interiores que guardan todo tipo de secretos, desde recuerdos de infancia hasta torturas silenciosas. Las paredes oprimen y a la vez esconden los horrores que dan cuenta de esos vínculos siniestros y brutales de los Ashton, los actuales habitantes de esta morada”. Admirado por muchos amantes de la ópera y subestimado por otros tantos, Donizetti, en todo caso, es mucho más que el entretenedor de éxito que algunos de sus títulos exponen. Experimentador con el timbre, inquieto en lo formal, revela en sus mejores óperas una preocupación por escapar del formato de números cerrados que, eventualmente, abrió las puertas a la evolución del género y, en particular, a Giuseppe Verdi. Con un sentido teatral impactante, varias de sus escenas –la de la locura de Lucia entre ellas– funcionan, además de cómo vehículo de lucimiento para los intérpretes como verdaderos tratados acerca del uso dramático de lo sonoro.