Por un lado, El reencuentro es una película sembrada de cartas marcadas, como un campo minado. La tragedia que marca el pasado de la partera Claire Breton (Catherine Frot) y el futuro de la examante de su padre, Béatrice Sobolewski (Catherine Deneuve). La relación entre ambas, que pasa, estilo buddy movie, del perro-y-gato a la complementación mutua. La aparición de un oportuno príncipe azul de la clase trabajadora, el camionero Paul (Olivier Gourmet), que vendrá a rescatar a la bella durmiente Claire de su largo sueño amoroso. Si El reencuentro fuera sólo eso, no valdría nada. Pero además de la trama burbujea en la película escrita y dirigida por Martin Provost (Séraphine, Violette) una doble química, que produce chispazos de cosa viva. Una es la química Frot-Deneuve; la otra, la química Frot-Gourmet. Lo que se genera en ambos casos es de esas cosas que no se escriben ni se ensayan ni se dirigen, sino que se experimentan. Con técnica, sí. Pero una técnica al servicio del personaje, de la escena, de la historia.
Hija de un campeón olímpico de natación y madre soltera de un estudiante de medicina, Claire es obstetra en una clínica que está por cerrar porque los números no dan, pie para una vertiente social puesta en la historia de modo algo tangencial. Claire recibe un llamado de Béatrice Sobolewski, examante de su padre, que quiere reencontrarlo después de mucho tiempo porque tiene algo para comunicarle. Pero no está al tanto de una circunstancia que le impedirá verlo. Claire tiene motivos para estar resentida con ella y Béatrice se sigue comportando como una nena consentida, llevando un nivel de vida que no está en condiciones de sostener. De allí en más, entre ellas será un portazo y una caricia, hasta que éstas se hagan más frecuentes que los primeros, cuando comprendan que tienen más para darse que para quitarse. Mientras tanto, Claire, que hace años que no está con un hombre, irá bajando las defensas muy de a poco frente al convincente Paul, que sabe cómo tratar a una dama.
Aunque no es tan conocida en la Argentina, tal vez algunos recuerden a Frot por Marguerite (2015), donde hacía el mismo personaje de la cantante pésima que Meryl Streep hizo después en Florence Foster Jenkins. De mejillas inflamadas y ojos empequeñecidos, la actriz tal vez no brille pero jamás deja de estar al servicio del personaje, en todas sus facetas. Aquí pasa de una máxima severidad a un par de escenas de sexo de convicción total. Maquillada con el exceso que últimamente la caracteriza, los carrillos inflados hasta el punto de que a veces parece estar comiendo cuando no, Catherine Deneuve sigue dando clases de economía dramática, resolviendo los requerimientos más extremos de la escena –una noticia luctuosa, un insulto, un capricho, un recuerdo encantador, el síntoma de una grave enfermedad– con los gestos más mínimos. En el extremo opuesto al de los personajes que suele hacer para los hermanos Dardenne, el alguna vez obeso Olivier Gourmet está tan encantador como galán mayor y popular que dan ganas de dejarse seducir por él.