A Nacho Vigalondo se le ocurrió una idea ridícula y con esa idea hizo una película. Vigalondo es un cineasta vasco (1977), autor de tres películas antes de ésta, dos en España y una, la anterior, en Estados Unidos (Open Windows, 2014, con Elijah Wood y la ex porno-star Sasha Grey). En su segunda película, Extraterrestre (2011), Vigalondo ponía en relación lo muy pequeño con lo muy grande, cuando una invasión extraterrestre le daba a un tipo una buena excusa para quedarse en casa de una chica. Aquí, y sin que jamás se explique cómo (no es cuestión de ceder al cientificismo), todo lo que una chica hace en el patio de juegos de una plaza pública en un pequeño pueblito estadounidense es reproducido, a escala, por un monstruo gigante en Seúl, Corea. Si ella da un paso, el monstruo aplastará a varios cientos de personas en la avenida. Esa es la premisa de Colossal, todo un desafío para la clase de espectadores que eran la pesadilla de Hitchcock: los verosimilistas, que miden la credibilidad de una película en función de cómo son las cosas en la realidad. ¿Cómo son las cosas en la realidad? Vaya a saber. Tal vez sean como en el cine.
Hasta la aparición del monstruo gigante, allá en Corea, Colossal es una película más o menos típica de ruptura de pareja y vuelta al pueblo. Gloria (Anne Hathaway) vuelve por la mañana al departamento donde vive con su novio Tim, en Nueva York, en condiciones bastante lamentables. No es la primera vez, hasta el punto de que Tim le tiene preparadas las valijas. Corte y está en el pueblito, con sus bultos pesados. El pueblito tiene un nombre que, de nuevo, demuestra la escasa vocación realista de Vigalondo. Se llama Mayhem, que quiere decir “caos, desastre”. En el pueblito Gloria se reencuentra con su amigo de infancia, Oscar (el ex Saturday Night Live Jason Sudeikis), que por supuesto siempre le tuvo ganas. Después de pasar la noche en el bar de Oscar con éste y sus amigos –a uno de los cuales lo avanza con decisión–, a la mañana siguiente Gloria cruzará por primera vez por la plaza y ¡zas! primera aparición del monstruo en Seúl, sembrando el mayhem. Segunda, en realidad: la primera había sido hace 25 años, cuando Gloria y Oscar eran chicos, un día que iban a la escuela.
¿Colossal habla, del modo más literal, de los monstruos que todos llevamos dentro? En algo así se va convirtiendo Oscar cuando los celos hacen presa de él, y un flashback postrero develará que algo así fue siempre. Cuando, producto de sus celos, el viejo patio de juegos se convierta en ring de box (Gloria es una chica contemporánea, que da tanto o más que lo que recibe), convendrá correr en busca de refugio allá en Seúl, porque el riesgo de bajas aumentará. ¿Qué culpa tienen los coreanos de las agarradas de acá? No sabemos. ¿Cuál sería la monstruosidad de Gloria? La que genera el alcohol, puede suponerse. Del alcohol trata de mantenerse apartada durante toda la película. Algo que, trabajando en el bar de Oscar, no se le hace sencillo. ¿Cómo puede ser que habiendo regresado a su pueblo de infancia no haya ninguna referencia a sus padres? Tampoco sabemos. ¿A qué se dedica o dedicaba Gloria, que debe haber pasado los 30? Misterio. Decididamente, el guion de Vigalondo tiene sus buenos agujeros negros.
Como viene sucediendo con mucha frecuencia, el sostén de Colossal, el polo que siempre se mantiene firme es su protagonista femenina, Anne Hathaway. En un papel más “reventado” de los que hasta ahora su imagen permitía, con el rostro un toquecito más marcado, más melenuda y físicamente más rellenita, Hathaway está bien en todos los terrenos. Es la perfecta heroína de comedia romántica (linda, los ojos grandes, la sonrisa gigante), y a la vez transmite a la perfección toda la tristeza de su personaje –que es básicamente una loser– y el dolor de ocasionar dolor y no poder evitarlo: si se cae al suelo por dar un mal paso, cientos de coreanos mueren aplastados por un monstruo. Dolor que la música indie remarca con guitarras lánguidas desde la banda de sonido.