El hombre de la esquina sur

Suele decirse que el hombre es un animal de costumbre; lugar común que queda bien confirmado gracias a la constancia del paciente, muy paciente Peter Funch. Entre los años 2007 y 2016, este fotógrafo danés se paró en la esquina sur de la calle 42 y avenida Vanderbilt, en la ciudad de Nueva York: siempre en el mismo lugar, en la misma posición y a la misma hora, entre las 8.30 y las 9.30 de la mañana. Así, durante nueve años, perseveró en la labor diaria con su cámara con objetivo de largo alcance en pos de capturar a transeúntes anónimos. En el tumulto de caminantes que, en hora pico, repetían su ruta diaria, posiblemente yendo a laburar, Funch se las apañó para registrar las mismas caritas, que insólitamente repetían gestos o acciones, o pequeños hábitos. Calcos de sí mismos resultan los varones y las mujeres que repiten pilcha, se fuman un cigarrillo, ¡revisan la basura!, toman café al paso... Siempre en el mismo sitio, en el mismo lapso de tiempo, aunque –dicho está– en días, meses, años distintos. “No veo este proyecto como un proceso restringido, sino más bien como una forma muy simplificada de documentar un ritual”, aclara el fotógrafo, que en vez de mostrar decenas de imágenes con las repeticiones, se centra en contraponer solo dos fotos “para que sea más fácil comparar, para que el tiempo y la reiteración resulten aún más claros, aún más obvios”. Funch señala que 42nd and Vanderbilt, como bautizó a esta colección, “es un estudio social lleno de pequeñas narraciones y momentos poéticos”. También es “mi perspectiva como documentalista, voyeur y flâneur”, reconoce el hombre que actualmente vive en París. Por lo demás, asegura que la gente fue muy amable al saberse retratada; “generalmente lo son, siempre y cuando ni les exijas nada ni les pidas nada a cambio”.

La valla meona

No es la forma más convencional de abordar la incontinencia urinaria, pero ciertamente ha surtido el efecto esperado: que se hable del tema, y mucho. Después de todo, a nadie le ha resultado indiferente el gigantesco cartel publicitario que “orina” sobre despistados transeúntes en las calles de Londres. “Es agua”, se apuran a aclarar desde las filas de Elvie, empresa de origen británico, de productos vinculados a la salud y el bienestar de la mujer (entre ellos, dispositivos inteligentes para fortalecer el suelo pélvico y sacaleches de última generación). Suya es la mentada valla, que instalaron hace unos cuantos días, donde se observa a una mujer levantando pesas, en cuchillas, que sufre de goteos mientras entrena. La modelo, de hecho, efectivamente padece incontinencia, explican desde Elvie: su nombre es Megan Burns, es oriunda de Cornualles, tiene 28 años y es madre de dos criaturas. Su incontinencia empezó después del último parto y “preocupantemente fue aconsejada por un médico que usara tampones cuando hiciera ejercicio para evitar filtraciones, algo que -no es necesario que aclaremos- no es exactamente un tratamiento ni útil ni efectivo”. Según la empresa, se les ocurrió crear el afiche meón tras reiteradas censuras en redes sociales, incluida TikTok, donde les bajaron varios videos de Megan por considerarlos “contenido gráfico”. “Históricamente nadie trata el asunto y, con este cartel, queremos cortar con el silencio, abrir una conversación necesaria”, señala la firma británica, que suma cifras para que se entienda la extensión del asunto. “Los números reportados comúnmente plantean que una de cada tres mujeres en todo el mundo sufre de incontinencia, pero en una encuesta reciente encontramos que el 84 % de las mujeres del Reino Unido la padece. La mayoría de las personas no busca ayuda y, si lo hacen, suele ser cuando los síntomas ya están muy avanzados”.

Cuerpos cremados, ostras felices

Una ecológica solución 2x1 es lo que propone una dupla británica, que ha dado con una alternativa a la contaminante industria funeraria que, al mismo tiempo, ayuda a restaurar el ecosistema marino. Pero, ¿qué diantres tienen que ver nuestros finados con la biodiversidad acuática?, se preguntará mucha gente, lógicamente confundida al leer sobre la iniciativa en ciernes. Mucho, según Louise Lenborg Skajem y Aura Elena Murillo Pérez, estudiantes del Royal College of Art y del Imperial College London, fundadoras de la incipiente start-up Resting Reef. Lo que estas chicas sugieren es convertir cenizas humanas, de seres queridos, en... arrecifes de ostras. Para ello, han desarrollado una fórmula única a base de cenizas cremadas (de momento y dado que están en estadio de prototipo, a partir de huesos de animales) combinadas con conchas de ostras marinas trituradas, provenientes de la industria alimenticia. Mezcla mediante, el material se imprime en tres dimensiones creando una suerte de cápsula; cápsula que oficia de hábitat artificial para que las ostras pueden vivir y prosperar. “La mayoría de la gente sabe que los arrecifes de coral están en peligro, pero los arrecifes de las ostras son igual de importantes”, pone los puntos sobre las íes Lenborg Skajem, aclarando que funcionan como sumideros de carbono que absorben parte de la contaminación de los océanos. Un fenómeno esencial para la conservación de la biodiversidad marina que tiende a desaparecer: el 85% ha sido destruido en el último siglo por la sobreexplotación de los ambientes costeros. “Cada una de las cápsulas puede contener hasta 100 ostras”, destacan las creativas jovencitas, que destacan el beneficio adicional de su llamativa empresita: dar una solución a la creciente falta de espacio que se vive en el mundo para enterrar a los difuntos. Un plan sin aparentes fisuras, habrá que ver si prospera.

Punto final para una palabra

Se acabó lo que se daba en cientos y cientos de puntos geográficos de Estados Unidos, incluidos lagos, montañas, ríos o islas remotas. Más de 660 cambiarán su nombre en breve, para inri de cartógrafos que deberán actualizar sus mapitas cuando se borre definitivamente una palabra: squaw. Aunque el origen del término se remonta a la lengua algonquina, para la que simplemente significa “mujer”, explican autoridades norteamericanas que su sentido se fue distorsionando con el correr de los siglos, “cuando se popularizó su uso como insulto étnico y sexista, particularmente hacia las indígenas, por parte de la población blanca, inclusive los colonos en el siglo XVII”. De allí que, para evitar que los planos contengan un insulto racista y misógino, se han decantado por borrarla del mapa. En forma figurativa y, bueno, literal. “Las palabras importan, particularmente en nuestro trabajo por hacer que las tierras y las aguas públicas de la nación sean accesibles y acogedoras para personas de todos los orígenes”, fue la contundente declaración de Deb Haaland, primera nativa americana a cargo de la Secretaría del Interior del mentado país. En su rol, meses atrás había dispuesto que, por ser derogatoria, peyorativa, squaw no se utilizase más en documentos estatales, y la reemplazó por (confusa) alternativa: “sq---”. Un parche, obvio es decirlo, que ahora se arrima a una solución final. Claro que, para la titánica labor de rebautizar tantas montañas, lagos y ríos, entre otros enclaves, no quieren meter la pata una vez más. Se creó un Grupo de Trabajo de Nombres Geográficos, compuesto por el servicio de parques y la oficina de asuntos indígenas, entre otras agencias gubernamentales, que ya barajan varias posibilidades: han abierto la discusión a tribus originarias y público general de todo el país. Una vez seleccionadas las “palabras finalistas”, tocará que la Junta de Nombres Geográficos dé el visto bueno, la aprobación definitiva. Como siempre, algunos piensan que tanto cambio es un berenjenal que reescribe la historia en pos de corrección política. Para otros, como la Asociación Nacional de Oficinales Tribales, “modificar un nombre insensible o inapropiado no es ‘cancelar la historia', contrario a lo que propone la retórica popular. Más bien es una oportunidad para brindar un relato más honesto del pasado de los Estados Unidos, un gesto que sana heridas históricas”.