Las verdaderas pandemias mortales de este planeta son el hambre, las guerras, la emigración masiva, el trabajo infantil, la violencia machista y la violencia indómita, en todas sus formas. Pero esto males endémicos no causan miedo, ni pánico, porque no se transmiten a través del aliento o la saliva. No se contagian, pero matan. Matan mucho.
En un artículo de 1944 George Orwell se preguntaba: ¿qué es el fascismo? No le preocupaba a Orwell precisar las características de los regímenes llamados fascistas. “Sabemos en términos generales y políticos lo que son”. Lo que le interesaba era llamar la atención sobre el hecho de que la palabra podía abarcar aspectos más amplios que su específico significado. Oriana Fallaci le ayudaría tiempo después a profundizar en la búsqueda con la polémica frase: “Todo argentino tiene un enano fascista dentro”. Orwell, muy socráticamente, dejó sin respuesta la pregunta pero apuntó, sibilinamente, que el término podía admitir tranquilamente aspectos que ni los propios fascistas estarían dispuesto a reconocer. Un fascismo de andar por casa, cotidiano, de barrio. La pregunta es inevitable. ¿El fútbol argentino es fascista? Orwell y Oriana Fallaci dirían sin duda que lo es. Es más, Umberto Eco manifestó, en relación a la pasión desmedida de los tifosi italianos, que se puede ser legítimamente fascista en el estadio y socialdemócrata en el bar de la esquina. Con las pasiones primitivas no se juega.
El juego fascista puede jugarse de formas distintas. La borrosidad del significado es el elemento propicio de una versatilidad eminentemente pragmática y adecuada a los tiempos y los momentos históricos. Es justo su endeblez conceptual lo que le confiere socialmente su eficacia. Fallaci se refugió en los postulados de Umberto Eco consistente en identificar una docena de aspectos, de manera que la sola presencia de uno de ellos es suficiente para coagular a su alrededor la noción entera. Atributos que dan cuerpo a una “manera de pensar y de sentir” que conforman y se nutren de “hábitos culturales”, a la explotación del miedo, pertenencia a la tribu, populismo selectivo, nacionalismo, sentimiento de odio y de mitificación, de autoritarismo, rigidez, y la presencia constante de una violencia verbal o física. Una refección de la historia en función a los intereses del momento.
Con nuestro fútbol nos hemos esforzado en construir una tipología estructural de un fascismo genérico, con símbolos y rituales propios, que ha degenerado en una violencia endémica que te atraviesa, envilece y degrada. Un fenómeno que se crece y se alimenta de la fragilidad ajena. Un yo supremo, pegajoso, violento y totalitario. Un fútbol de machos. De machos puros. De machos al cuadrado. Machos por todos lados. En la tribuna, en los vestuarios, en los despachos. Machos que se pegan, que hieren, que vulneran derechos, machos de usar y tirar, machos que maltratan, que violentan. Eduardo Salvio, jugador de Boca, protagonizó un incidente de maltrato que motivó la denuncia de parte de su ex pareja Magalí Aravena, y la asignación de un botón antipánico. Un rosario de denuncias de violencia de género han afectado a varios jugadores del equipo xeneize. Las injusticias que no se corrigen se heredan.
La violencia de género se nutre de todos los ambientes, pero el fútbol hace tiempo que dejó salir al minotauro de su laberinto. No siempre comprendemos cuanta fortaleza se necesita para vivir en la fragilidad.
Cuando nuestras vidas responden más a nuestros miedos que a nuestros sueños se dan algunas de las condiciones sociales que determinan el auge del fascismo. También del fascismo de andar por casa del que hablaba Orwell. El fútbol argentino se niega a verlo, a pesar del descarnado macho fascista que lleva dentro.
(*) Ex jugador de Vélez, y campeón del Mundo Tokio 1979