Sospecho que debemos prepararnos para algo nuevo: que las ideas, los libros y las innovaciones tengan una fecha de vencimiento tan cercana que casi no valdrá la pena discutirlas, comprarlos, aceptarlas. Bastará con citar todo al voleo con una única certeza: durarán poco.

Un día estábamos con la patria es el otro y al otro día tenemos que fumarnos a los libertarios y a la antipolítica. ¿Dónde estaban escondidas esas ideítas que hoy son insoslayables?

Ya sé que ustedes, que son unos ratones de biblioteca, me van a decir que hay un libro de hace medio siglo que ya hablaba de la antipolítica. Pero eran cosas que veíamos a lo lejos, abstracciones que nunca se cumplirían del todo y que difícilmente nos tocaría vivir.

Hoy están acá, tocan la puerta de cada casa del mundo. Y casi no hay literatura que las pueda explicar de tan rápido que se dio y probablemente de tan rápido que van a mutar o desaparecer para dar paso a otra cosa, seguramente peor.

Veamos Europa. Aún están analizando cómo se acabó el estado de bienestar y en un abrir y cerrar de ojos tienen el regreso del fascismo y del nazismo. El nazismo, cuya exaltación está prohibida en varios países. Prohibido o no, hoy es una posibilidad incluso a la hora de votar.

La gente tiene la culpa, como siempre. No mantiene su palabra. Cambian de opinión a la velocidad del correcaminos ante cualquier fake u opereta política o comunicacional, como si lo que creían fuera un amor de primavera. ¡Y lo era…!

Boric o Castillo, surgidos de proyectos populares, son puteados a días de haber asumido por una parte de los mismos sectores que los votaron. ¿Quién cambió primero? ¿Ellos, sus votantes? ¿O ya se vencieron las ideas que los volvieron presidentes?

En Chile la gente salió a protestar contra el gobierno de derecha, sufrieron represión y muertes. Seis meses después llegaron las elecciones y parte de esa gente que pedía cambios ¡no fue a votar! En Francia pasó algo parecido.

Así no hay intelectual que aguante. Pero quién iba a adivinar que el fascismo volvería negando su rol en la historia, haciéndose el otario y que estaría a punto de ¡gobernar Francia! Es por eso que filósofos como Chul Han escriben libros cortos. Saben que seis meses después va a tener que escribir otro para corregir el anterior. Algunos ya ni libros escriben. Con un par de tuits quedan bien un rato, hasta que otro tuit corrija el primero.

Antes se escribían libros que se discutían en las universidades y en las paradas de taxis durante un siglo. Libros de mil páginas, como si nos dijeran “ahí tenés para entretenerte, olfa”. Hoy el libro te dura una semana en las librerías porque el autor los compra para esconderlos y no pasar papelones.

¡Y lo que duran las palabras! Nada. Antes con decir capitalismo e imperialismo, zafábamos en todas las sobremesas. Pero un día dijeron neoliberalismo, luego tecnocapitalismo, y seguro que se viene el bitcoincapitalismo y luego el veganocapitalismo. Un consejo: use estas palabras si se quiere hacer el snob. Pero úselas ya, que mañana serán viejas.

Yo lo veo (modestia aparte) en estas notas que ustedes seguramente coleccionarán. Leo lo que escribí hace unos meses y me pregunto de qué carajo estaba hablando, qué ideas estaban en el aire como para que escribiera eso que ahora apenas comprendo.

Esta “alta caducidad” de las ideas permite a la vez arrasar con las ideas de siempre, las de toda la vida. No es casual lo que dice Fito Páez sobre la música bajo ataque, lo que significa renegar nada menos que del valor de la melodía. Y entonces, inventaron la música sin melodía. Uff… ni en las mejores (o peores) distopías se vio algo semejante que hoy es algo corriente.

Esta alta caducidad se aplica a la ciencia también. La tierra es plana y las vacunas no sirven, son un rebote de este ir hacia adelante a los tropezones clausurando lo que se nos ponga enfrente, a veces con sentido, casi siempre sin.

Bajo este nuevo esquema la gente decreta la muerte de la democracia (se hace a menudo), y del peronismo (se hace más a menudo) y de cualquier otra cosa. Así con cosas como el colonialismo (ya nadie se acuerda) y la tercera posición (¿lo qué?).

Me parece (y es probable que la semana que viene me desdiga) que esto sea parte de un nuevo orden internacional donde el imperio y sus discursos de dominación han sido reemplazado por Facebook o BlackRock, empresas sin territorio, sin caras, sin ejércitos, de discursos vacíos e histéricos, y que no se pueden combatir ni entender cómo funcionan.

Pero lo que más me importa ahora a mí es que compré un montón de libros y por el atraso de leerlos se me han vuelto viejos. Plata tirada. Ya no dicen nada que ayude a entender el presente. Porque estudiar la historia es otra cosa. Eso sí, estúdiela ahora, que dentro de un par de semanas les dirán (ya lo hacen) que las cosas que pasaron no pasaron, y a llorar al cementerio.

Si seguimos así, los libros van a tener que venir con fecha de vencimiento, como la leche. Y traer una leyenda que diga: “consumir dentro de la semana que se abrió o usted comenzará a pasar papelones al citarlos y se volverá un meme andante”. ¿Un meme? Qué antigüedad.

 

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