“Me iré tranquilamente, como llegué un día”, versa “Me iré calladamente”, tema que José Luis Perales compuso para su disco Con el paso del tiempo, y en el que imaginaba su retiro de la música. Lo que en 1986 no era más que una fantasía, 36 años más tarde se convirtió en una dura realidad. El músico español decidió ponerle punto y final a los shows en vivo, y lo hace con una gira, “Baladas para una despedida”, que lo trajo en la noche del jueves a Buenos Aires: la primera ciudad del mundo que lo avaló en el rol de cantautor. Eso sucedió hace medio siglo, según él mismo contó en el escenario, antes de que la emoción lo traicionara por primera vez en las dos horas de performance. Tamaña paradoja. El artista que sensibilizó a millones de hispanoparlantes, a lo largo de décadas, ahora se encontraba allá arriba experimentando ese desconsuelo al que supo ponerle palabras e imágenes.
Antes que crooner, Perales siempre se consideró compositor. Y en eso fue consecuente en su trayectoria. Más allá de confirmarlo una vez más en su último recital porteño, lo personificó desde que empezó a escribir para otros en 1967. Lo de cantar fue un hermoso accidente que le dio la vida, porque no es lo que le sale mejor. Aunque hizo de la adversidad su virtud, al lograr que las vocales extendidas y su tembloroso barítono se transformaran en su sello interpretativo. Al igual que Julio Iglesias, Nino Bravo, Raphael o Camilo Sesto, entre otros, el de Cuenca forma parte de una generación de artistas de la nación europea que hicieron de la canción una herramienta del escapismo, y más en esa España franquista en la que el technicolor afectivo podía ser considerado subversivo. Sin embargo, el llamado “Poeta de la canción” no tuvo prurito en ponerse en la vereda de enfrente de la alegría impulsada por la rumba. Tanto la flamenca como la catalana.
“Me llamas para decirme que te marchas, que ya no aguantas más”, arranca el clásico “Me llamas”, que Perales invocó casi al inicio de su recital. Sin embargo, el repertorio lo inauguró, luego de entrar al escenario detrás de su banda de acompañamiento, con “Una balada para una bienvenida”: tema que rotula este tour que abarca 70 ciudades de España, Latinoamérica y los Estados Unidos. “Era hora de que nos encontráramos”, fue lo primero que dijo el artista, pasadas las 21 hs, antes de continuar con un espectáculo finamente guionado y segmentado.
A pesar de su sencillez, la puesta en escena, basada principalmente en una concatenación de pantallas de leds, fue lo suficientemente funcional para recrear un recorrido por su obra con sabor cinematográfico. No obstante, si en lo estético fue cíclico, el recorrido de sus canciones tuvo varios saltos a diferentes etapas. Luego de interpretar “Si…”, Perales desempolvó un tema de 1974 próximo al folklore español: “Cosas de doña Asunción” y a continuación revisitó “Celos de mi guitarra”. Ese tema le valió el primer Disco de oro en su carrera, y fue Argentina el país que se lo dio. Lo que decantó en una historia muy emotiva acerca de cuando vino a recoger ese reconocimiento, por lo que no pudo contener las lágrimas al momento de recordarlo. “Al volver a España, le dije a mi madre: ‘Allá tu hijo es famoso’”, contó en uno de los pasajes de la anécdota, mientras el público, desde diferentes lugares del estadio, le regalaba expresiones de cariño.
Entonces llegó la retribución a ese gesto al cantar “Quisiera decir tu nombre”, posiblemente el primer tema de la velada en el que la voz de los fans se mancomunó con la del castejonense. Tras hacer “El amor”, vino esa suerte de encuentro entre la canción italiana de fines de los 50 y el bolero: “Y te vas”, en la que se prendió de vuelta la muchedumbre, arengada por el percusionista de la banda, Gino Pavone Pérez (el showman del recital). Seguidamente, el cantautor seleccionó algunos de los clásicos suyos que fueron popularizados por otros artistas. Ese tramo lo estrenó “La llamaban loca”, inmortalizada por Mocedades, al que Perales adjetivó como uno de los grupos “más maravillosos que existió”. Si ese fue uno de sus aciertos seminales en el plano compositivo, su internacionalización se la debe a Jeanette. Y no tuvo ningún problema en reconocerlo. Si bien Carlos Saura la usó para su cinta Cría cuervos, la cantante tornó a “¿Por qué te vas?” en una referencia del pop hispano de los setenta.
Lo que seguramente no sabe este pupilo de Charles Aznavour es que ese himno suyo impactó hasta en el punk argentino, de la mano de Attaque 77, que incluyó su cover en uno de sus mejores discos: Angeles caídos. Y lo que seguramente no saben los integrantes del hoy trío es que Perales esbozó ese tema, al igual que todos los que escribe, tan sólo con su guitarra y voz. Fue una de sus tantas confesiones de la noche, y hasta dio muestras de ello. Lo hizo con “¿Qué pasará mañana?” (no la tocaba desde 1984) y “Frente al espejo”, una de las canciones que le compuso a Raphael. Aunque en este caso pensó que se la rechazaría. Para cerrar la coyuntura acústica, llamó a su guitarrista Borja Fernández para recrear juntos “Hoy me acordé de ti”, en cuya conclusión soltó: “Sois maravillosos”. Aprovechando ese corredor confesional, el músico también develó que llegó a componer a cuatro manos, tal como sucedió con Miguel Bosé en el country “Creo en ti”.
“Melodía perdida” asomó en la recta final del show, secundada por “Amada mía”. Si en “Ella y él” la rockeó, “Canción de otoño” fue un idilio pop. Al tiempo que “Gente maravillosa” y “Qué canten los niños” funcionaron como legado a los jóvenes. Finalmente, se refirió a su retiro de los escenarios antes de “Balada para una despedida”, a lo que el público respondió con un “No se va, Perales no se va”. Lo que emocionó nuevamente al artista. Tras salir de escena, uno de los últimos iconos españoles de la balada regresó con una terna de clásicos. Primero cantó “Un velero llamado Libertad”, que levantó a la audiencia de sus asientos, siguió con “¿Y cómo es él?” y cerró con “Te quiero”. Ahí José Luis Perales volvió a sus orígenes, al tomar la guitarra y hacer él solo “Me iré calladamente”. Era un noble acto de inmolación artística, y así lo entendió el público que se sumó a su dolor. Y lo lloraron hasta que se fundió con el paisaje que emanaba de las pantallas, donde, luego de leer su apellido, se perdió en silencio.