Cuando las pantallas de la ciudad dan lugar a producciones de artistas locales, la noticia siempre es bienvenida. Este domingo a las 16.45, Telefé Rosario estrena Surfeando el Cielo, la nueva producción de Mariana Wenger, dedicada a las historias de vida de Georgina Melatini y Pablo Martínez, campeones internacionales de surf adaptado.

En primer término, puede decirse que el cine de Wenger –recibida en la Escuela Provincial de Cine y TV de Rosario–, está preocupado por historias de sensibilidades compartidas, que ella sabe cómo mirar y hacer dialogar. Entre la acción real y la animación, a través de la ficción y el documental, el sello de la realizadora imprime una manera de mirar el mundo donde prima el humanismo. Su cámara atenta y afectuosa, nunca apurada, es paciente en la entrega que pide a sus protagonistas. Sus personajes y personas lo sienten, se nota; también porque es este afecto el que enlaza a quienes miran, al público espectador. El cine en Wenger es un mediador sensible. Un lugar donde convivir. En tiempos donde las imágenes se dispersan, Wenger mira con poesía y resistencia. Desde ese lugar íntimo son contadas las historias de Georgina Melatini y Pablo Martínez en Surfeando el Cielo.

Los laureles que rodean a sus protagonistas son un justo motivo de orgullo. Deportistas de surf adaptado, Melatini –que se desplaza en silla de ruedas, como consecuencia de tener mielomeningocele- es bicampeona sudamericana y latinoamericana, rankeada tercera en el mundo. Creadora de la primera escuela municipal de surf adaptado del país en Mar Chiquita, dirige también la escuela SANTASURF: “privada, inclusiva y gratuita”. Martínez, ciego desde los cinco años, es bicampeón sudamericano y latinoamericano. Ha participado en cuatro mundiales; es escritor, life coach, y estudiante de Filosofía y Kinesiología. Entre los dos se perfila un mundo extraordinario, que Wenger se propone indagar desde diferentes ángulos.

Wenger retrata con poesía y resistencia la vida de los surfistas.

De esta manera, las historias de vida, las infancias, la relación familiar, asoman entre algunas de las facetas obligadas. Hasta llegar al lugar mayor, donde ambos se manifiestan de maneras sublimes: el mar. Allí es donde, dice Melatini, puede sentir que no hay diferencia alguna. Es en ese mundo igualitario donde todas y todos conviven y se ayudan. Y es verdaderamente emocionante ver cómo toda una comunidad se moviliza y colabora, entre las familias, las amistades, los entrenamientos deportivos, la enseñanza. El agua llama y sus protagonistas acuden como sirenas y delfines, prestos a mantener un contacto metafísico.

El término filosófico es adecuado, hay que atender a las palabras con las que Pablo Martínez habla de sí mismo, por ejemplo cuando rememora sus primeros años de ceguera y los llantos en secreto para no acentuar el lamento familiar, pero también para no acallar la tristeza propia y para redescubrirse en una alegría que venciera al dolor. Es notable lo que dice, cómo lo dice. Martínez estudia Filosofía, y habla con una presteza equivalente a la que manifiesta entre las olas.

De igual modo, Georgina Melatini comenta sobre su despertar cotidiano, por las mañanas con las tablas de surf a la vista, una razón motivadora que la lleva a salir rápido de la cama: hay que ir al agua. Su empecinamiento por nadar, por largarse “sola” (su entrenador cuenta una anécdota al respecto, temeroso, cuando apenas la conocía y se hacían a la mar, mientras ella quería desprenderse de sus brazos para enfrentar el encuentro con las olas), y la constatación de que no hay nada imposible. De nuevo: no hay nada imposible. Ella lo subraya y se lo cuenta a la cámara, seguramente hace lo mismo con quienes van a aprender a su escuela.

Mar del Plata y Puerto Madryn escenifican las imágenes de Wenger, mientras surcan sus capítulos entre canciones y agradecimientos. Es decir, se trata de un cine coral, de mirada plural, que sabe decir gracias (se lee varias veces esta palabra a lo largo del documental). De este modo, la música ofrece una miríada de nombres de brillo: Silvina Gandini, Lito y Liliana Vitale, Julia Zenko, Patricia Sosa, Daniel García (Tango Loco), Luis Salinas, Perotta Chingó, Ethel Koffman, Leandro Moutín, Julián Cortés, Myriam Cubelos, Sergio Aquilano. Además, una de las voces que acompañan el relato es la de Eduardo Galeano, alguien cercano al cine de Wenger, habida cuenta de la trilogía que realizó con el aporte poético/político del escritor uruguayo: Un arma peligrosa (2009), dirigido junto con Paola Murias; Otros sentidos (2012) e Infancias perdidas (2020).

En la producción de Surfeando el Cielo participan Alejandra Cuenca –madre de Georgina– y Marisa Brida, psicóloga que acompaña al equipo de surf adaptado a través del método mindfulness. Fue ella, justamente, quien despertó el interés de Wenger por esta historia, una historia compartida, de personas que vencen discapacidades porque el deseo puede más. Al hacerlo, contagian de vida a quienes escuchan, a quienes conocen, a quienes miran. Una poética que indaga, construye y siente, como siempre lo hace, el cine de Mariana Wenger.