El discurso de Cristina Kirchner el miércoles en la reunión de parlamentarios de América Latina y Europa planteó la disyuntiva “Leyes del Estado o Leyes del mercado”, que destruye el espejismo supuestamente institucionalista o republicano del neoliberalismo. La expresión más radical de esa ideología, representada en los libertarios, hace un discurso fanático por las libertades de las corporaciones que en realidad implica la esclavitud de la mayoría de las personas.
El planteo de la vicepresidenta fue que no hay democracia política si no hay democracia económica. Es la actualización de la vieja polémica entre los liberales de mercado que en la época de las luchas independentistas sólo estaban interesados en abrir el mercado a Gran Bretaña, frente a los liberales antiabsolutistas que bregaban por crear gobiernos democráticos e independientes.
La vicepresidenta dió una vuelta de tuerca a esa imagen de los comienzos de la Argentina, al describir que cuando se crearon esas formas democráticas --las repúblicas con sus tres poderes-- no habían tomado la dimensión que tienen ahora poderes fácticos como los monopolios, los organismos financieros internacionales y las grandes corporaciones mediáticas.
Son poderes fácticos que interfieren con la vigencia plena de las formas democráticas. No hay democracia en la estructura ni en las decisiones de las corporaciones, que se mueven en función de intereses particulares y, sin embargo, a veces tienen más capacidad que los gobiernos elegidos por el voto soberano de los ciudadanos para interferir en la actividad institucional con presiones económicas o lobbies parlamentarios o a través de la cooptación de funcionarios judiciales.
No es una imagen que deforme la realidad sino que es la descripción de procesos institucionales que han llevado a una panorama mundial en el que, a pesar de los grandes avances en otros aspectos, las sociedades tienen cada vez mayor desigualdad. De la década de los años 50 del siglo XX, que marcó el punto más bajo en la desigualdad en el planeta, se ha llegado a la actualidad con los niveles más vergonzosos entre la acumulación de fortunas infinitas y grandes sectores de la humanidad sumergidos en la pobreza.
Otro concepto que planteó la vicepresidenta fue el de “insatisfacción de la democracia” como producto de esta realidad. Se le asigna a la democracia la responsabilidad por la consagración de la injusticia. Esta insatisfacción fue captada con rapidez por el neoliberalismo que usó su dispositivo cultural mediático para instalar un discurso que visualiza al Estado como el gran culpable.
Con sus intervenciones “antinaturales” en la economía -según el manual neoliberaleral-, el Estado impediría a las corporaciones la creación de riqueza cuyo derrame resolvería la desigualdad. De esa forma creó un sentido común contrario a la realidad para que la sociedad se apropie de un discurso que solamente favorece intereses corporativos particulares y no los del conjunto.
La expresión más radical de este pensamiento lleva incluso a enfatizar en un discurso de libertades enfrentadas al Estado excluyendo cualquier mención a los temas sociales. Hacen esta exclusión porque consideran que cualquier referencia a lo social forma parte en última instancia de un discurso estatista. Y tienen razón en temerle a ese vínculo entre la idea del Estado y la temática social porque no existe por ahora otra herramienta institucional para regular mecanismos tan desparejos de acumulación y empobrecimiento que han llevado a un mundo con tanta desigualdad.
El sentido común neoliberal habla de pobreza y no de desigualdad, porque este término incluye a las formas de acumulación de riqueza que son las que generan la pobreza. Concluye en definitiva que ha sido la intervención del Estado en la economía la que generó tanta pobreza. En realidad es al revés, la década donde se verificaron los niveles más bajos de desigualdad, tras la Segunda Guerra Mundial, se caracterizó por la vigencia de lo que se denominó Estado de Bienestar, con mucha presencia del Estado en políticas de distribución de la riqueza.
Las formas institucionales vigentes se crearon cuando no existían los celulares, los autos ni la electricidad --recordó Cristina Kirchner-- y se mantuvieron igual mientras el mundo se transformaba drásticamente con el surgimiento de poderes fácticos que debilitaron la capacidad de los Estados para definir políticas que favorezcan al conjunto de la sociedad.
Esa debilidad de los Estados para contrarrestar la interferencia de poderes fácticos generó la “insatisfacción de la democracia”. Y este fenómeno deriva hacia formas autoritarias como la que representan los libertarios en países del Sur, como el nuestro, o las formas xenófobas ultraconservadoras que se verifican en los países del Norte, como Trump o Le Pen, o formas intermedias que responden a la misma causalidad.
El discurso de la vicepresidenta argentina fue muy criticado por el Partido Popular español, el partido donde revistan los franquistas peninsulares. Casi con las mismas palabras, el radical Alfredo Cornejo coincidió con estas críticas pese a la tradición histórica antifranquista de su partido. Son las coincidencias lógicas a las que conduce este pensamiento.
A contrapelo del reclamo libertario, la vicepresidenta no planteó como respuesta a esta “insatisfacción” el achicamiento del Estado, sino la búsqueda de nuevos aspectos institucionales que actualicen las formas republicanas de la democracia y bloqueen las interferencias corporativas y mediáticas.
En todo el discurso hubo muy pocas referencias directas al debate interno que agita al Frente de Todos y que la tiene a ella y al presidente Alberto Fernández, como protagonistas centrales. Se resaltó la frase sobre la banda y el bastón que le otorgan a los presidentes y que eso no significaba tener el poder. Pero esa frase estaba más referida a su experiencia como presidenta. La más directa fue cuando dijo “sobre todo cuando no se hace lo que hay que hacer”, que fue agregada casi al pasar.
A pesar de que hubo muy pocas referencias directas a la interna, todo el discurso estaba referido a esa polémica. El desarrollo que hizo Cristina Kirchner en la reunión de parlamentarios del miércoles en el CCK fue la exposición de su pensamiento, la base sobre la cual apoya la visión crítica que se ha planteado sobre todo con relación al acuerdo con el Fondo y al reclamo de medidas sociales de mayor intensidad.
En ese discurso, las referencias más directas a la interna son las menos y las menos importantes y en general fueron incluidas nada más que como alguna ironía. El fondo de ese debate quedó expuesto en toda la exposición y sobre todo en el primer interrogante cuando se planteó si el mundo en el que queremos vivir es el que se rige por las leyes del Estado o por las leyes del mercado. Esa pregunta divide las aguas cuando se vuelca a la política concreta. Son campos muy claros y diferentes, aunque por supuesto hay matices intermedios. Pero es claro que las leyes del Estado involucran a todas las personas por igual, mientras que las leyes del mercado siempre favorecen a los más ricos y los más fuertes.