El tipo (después supe que era senegalés, y no mucho más) estaba apoyado en un poste, sin hacer nada, a un costado de la Plaza Garay, territorio espeso de Constitución donde se ve de todo y a diario. Paró un patrullero, bajaron dos policías y se dirigieron directamente a él, con malos modos: le pidieron documento argentino (obvio, no tenía), lo palparon, lo revisaron, no encontraron nada. Me quedé mirando la escena a unos metros, por las dudas. No pasó nada. Era más una demostración gestual de autoridad que otra cosa. Cuando finalmente los policías se fueron después de decir algo que no entendí, me acerqué al negro y le pregunté cómo estaba. No necesitó disponer de muchas palabras en español para decir: “Son hijos de puta. Todos días igual”. Como el tipo no tenía demasiadas ganas de hablar, lo saludé y me fui. Caminé unos metros por Garay, rumbo a PáginaI12 y el mismo patrullero, que había dado la vuelta en U, paró de golpe, los policías volvieron a bajar y me encararon a mí.
–¿Qué estabas hablando con el negro?
–Le pregunté qué había pasado.
–¿Querías comprarle drogas?
–Soy periodista y quería saber por qué había sufrido ese incidente con ustedes.
–Ahora nos vas a contestar vos a nosotros. A ver, documentos, ¿qué tenés en la mochila? ¿de dónde venís? ¿a dónde vas? (se superponían las voces de los dos canas, evidentemente les había molestado más mi condición de testigo incómodo que la propia situación del negro).
–Estoy yendo a trabajar a PáginaI12, acá, a treinta metros. Trabajo de periodista, así que aprovecho para preguntarles, entonces, ¿por qué lo revisaron al muchacho? ¿Había alguna denuncia? ¿Tenían alguna sospecha?
–Lo revisamos porque en esta plaza venden drogas. ¿No sabías vos, que sos periodista?
–No sabía. ¿Pero por qué lo revisaron a él? ¿Tenían algún dato?
–Lo revisamos a él como ahora te revisamos a vos. Para nosotros todos pueden ser sospechosos, porque andamos por la calle todo el día, ¿viste? Y no andamos al pedo, ¿sabés? Si paramos a alguien es porque pensamos que puede...
A todo esto se acercaron unos compañeros del diario, a los que agradezco (Lucía, Alfredo y Tomás) porque vieron que algo no andaba bien y se quedaron. Los canas comprendieron que la cosa también se les empezaba a complicar a ellos y ya no sabían cómo desandar el camino.
–Ahora ya estás identificado, te podés ir.
–Sigo sin entender el criterio que utilizan para parar a alguien.
Mis compañeros me miraron con cara de “dale, vamos, volvamos al diario”. Y nos fuimos.
No pasó nada. No murió nadie, no hubo lastimados, ninguno fue preso. Fue la sospecha, nomás, que ya forma parte del paisaje.