La ingesta de diversas sustancias que mejoran el rendimiento deportivo, es decir, el doping, tiene antecedentes tan distantes en el tiempo que alcanzan incluso a los Juegos de la Antigua Grecia.
El doping y sus variantes menos conocidas como el boosting buscan optimizar la performance a cualquier costo, aún la muerte. Y han crecido, silenciosa y lamentablemente al influjo de las enormes masas de dinero para el patrocinio deportivo, que crecen sin cesar y que sólo en 2020 fueron estimadas en 48.000 millones de dólares, por la empresa de negocios WARC.
En 2018, de los más de 263 mil controles -una cifra de por si asombrosa, aunque considerada aún insuficiente por los especialistas-, realizados entonces por la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) dieron positivos el 0,6%. Es decir, aproximadamente unos 1.600 casos en el nivel de control de máximo rendimiento.
Si bien la administración de sustancias recién se prohibió expresamente en los Juegos de México '68, en donde se realizaron los primeros controles, anteriormente ya se habían producido víctimas por su consumo en competencia.
Por ejemplo, el ciclista danés Knud Jensen murió durante una prueba por la ingesta de anfetaminas, durante los Juegos de Roma en 1960. La sofisticación en la administración de drogas fue creciendo, y deportistas de más de 80 países de todos los continentes han dado positivo, mostrando la universalidad de la trampa, algo quizá menos frecuente en otros rubros humanos.
Los controles y sanciones han ido creciendo, como así también las fórmulas para intentar eludirlos, los que algunas veces tuvieron incluso como cómplice al Estado, y la sospecha sobre empresas privadas como en el caso del ciclista norteamericano Lance Armstrong y el US Postal.
Extrañamente vimos hace muy poco el caso de la nadadora trans, Lia Thomas, y las recomendaciones científicas del COI y la NCAA en USA a todos los deportistas trans, resultando que los mismos organismos de control, para mantener un deporte limpio y saludable, solicitan de los deportistas la ingesta "voluntaria", de diversas sustancias extrañas para bajar sus niveles naturales de testosterona. Todo un despropósito a cargo de quienes controlan la transparencia del deporte y un sin sentido, para cualquier práctica saludable.
Si eso sucede entre algunos deportistas convencionales, es posible ver también como en el deporte de alto rendimiento paralímpico, se han descubierto en varios países acciones que lindan con el horror.
Más del 16% de los atletas paralímpicos de primer nivel que fueron entrevistados entre 2008 y 2009 por la AMA, admitió haber realizado alguna forma de "boosting", o sea la denominación actual para explicar procedimientos de auto flagelación que buscan aumentar la presión arterial en competencia, y que en muchos casos llegan a la mutilación y/o la anulación de zonas o de miembros insensibles o paralizados. A los fines de un mejor rendimiento en diversas disciplinas deportivas.
Así fue que el Comité Paralímpico Internacional (IPC) observó con creciente preocupación: fracturas, aplastamientos, corsets extraordinariamente apretados, y hasta las amputaciones de miembros o partes de los mismos, que eran considerados poco contributivos para el mejor desempeño deportivo. Es decir, se concibió una nueva especie de doping sin abuso de sustancias, para la que no había restricciones, y que resulta en un cruel muestrario de hasta adónde se puede llegar buscando el éxito.
La sola mención de esos terribles procedimientos, si bien ya prohibidos, todavía frecuentados, y que según especialistas médicos pueden llevar a la muerte, nos exime de más comentarios.
Sin embargo, en el día a día deportivo, también hemos podido enterarnos de lo que aparenta ser corriente, o la cara más accesible de las trampas y que muchos aseguran es una acción común en varios países.
Ocurrió en este caso en Alemania, en un torneo clasificatorio en donde la entrenadora nacional, paradójicamente formada profesionalmente en la ex DDR -país ya desaparecido y pionero en la activación de un sistema estatal de doping masivo-, solicitó a otros entrenadores, que los y las deportistas con ciertas formas de hemiparesia y otras afecciones crónicas, antes de la categorización competitiva de su discapacidad, por parte de la Junta Médica y Técnica, hicieran una fuerte y continua actividad física por varias horas. Seguida de baños helados de inmersión, a los fines de tener durante la evaluación médica convulsiones y/o espasmos musculares para así lograr una peor recategorización.
Es que, el mantener su categoría u obtener una categoría más baja, aún a costa de un procedimiento reprobable y peligroso, puede ser la diferencia entre acceder a una final o ganar una medalla paralímpica o no hacerlo.
Esto incide con seguridad en más sponsors privados y mayores becas estatales, o sea, nada nuevo bajo el sol. Parece ser entonces que ese por ahora pequeño submundo de entrenadores y deportistas puede no tener límites, muy en especial, cuando existe una recompensa importante y los controles nacionales e internacionales se relajan.
* Ex Director Nacional de Deportes.